sábado, 26 de abril de 2025


 

2025 CICLO C

TIEMPO DE PASCUA II

 

Ocho días después Jesús vino de nuevo, para poner su paz en los temores de Tomás, para poner sus caricias en sus dudas. Ningún texto evangélico dice que la fe ha de ser de granito, toda de una pieza, pero a veces la fe se entrelaza con la duda y la búsqueda de respuestas.

Tomás es el único que tiene necesidad de poner sus dedos en las llagas de Jesús, necesita saber que el resucitado es el mismo crucificado. No tiene miedo de decir necesito ver y necesito tocar. Jesús no duda en enseñarles las marcas de su crucifixión. Jesús sigue allí. Los encuentra encerrados en esa habitación, pero no les pide que sean perfectos, sino que sean reales.

Y les concede la paz como una caricia sobre la culpa, el rechazo, sobre sueños rotos, sobre la tristeza que atormenta los días.

Paz: es una palabra viva pero que hoy en día muere en hipocresía, en casas destruidas, en hospitales bombardeados, en filas interminables por agua sucia y pan. Tantas veces preferimos la victoria sobre el enemigo, que la paz con él. El diálogo es agotador, el papa Francisco lo repitió hasta el final: Preferimos la fuerza inmediata, a la paciencia de la justicia y el perdón. La paz de Jesús va más allá, es bajar las manos, baja la espada. La paz comienza dentro, en palabras conciliadoras, para desarmar la tierra.

Jesús se ofrece a sus manos: pon, mira; no esconde las heridas, casi las exhibe. La resurrección no canceló los agujeros de las manos, porque siguen siendo la prueba más alta de su amor, su gloria, y por lo tanto permanecerán abiertas por la eternidad.

Poner las manos en Jesús, en sus heridas y seguro que nos guían, directamente, hacia el corazón de Dios. El corazón traspasado, lleno de amor y misericordia. Por eso hoy es el domingo de la misericordia, donde el Espíritu del amor de Jesús es derramados sobre toda la humanidad. La misericordia es el amor concreto de Dios, el amor entregado y el amor derramado.

Finalmente, Tomas exclama el credo sencillo, primordial y de confianza: Señor mío y Dios mío. Es la confesión del Señorío de Jesús y de su divinidad. Es propio de un corazón que arde junto al Señor misericordioso.

Pero lo mío no es de posesión sino de pertenencia: mi amado es para mí y yo soy para él. Eres parte de mí, y yo soy parte de ti. Tenemos que aprender a soñar, quizá no se realice nunca, pero hagámoslo, deseémoslo. Abrirnos a horizontes nuevos, a cosas grandes decía el papa Francisco porque esta actitud nos hace respirar y ensancha el corazón.

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