2025
CICLO C
TIEMPO
DE PASCUA II
Ocho días después Jesús vino de nuevo,
para poner su paz en los temores de Tomás, para poner sus caricias en sus
dudas. Ningún texto evangélico dice que la fe ha de ser de granito, toda de una
pieza, pero a veces la fe se entrelaza con la duda y la búsqueda de respuestas.
Tomás es el único que tiene necesidad de
poner sus dedos en las llagas de Jesús, necesita saber que el resucitado es el
mismo crucificado. No tiene miedo de decir necesito ver y necesito tocar. Jesús
no duda en enseñarles las marcas de su crucifixión. Jesús sigue allí. Los encuentra
encerrados en esa habitación, pero no les pide que sean perfectos, sino que
sean reales.
Y les concede la paz como una caricia
sobre la culpa, el rechazo, sobre sueños rotos, sobre la tristeza que atormenta
los días.
Paz: es una palabra viva pero que hoy en
día muere en hipocresía, en casas destruidas, en hospitales bombardeados, en
filas interminables por agua sucia y pan. Tantas veces preferimos la victoria
sobre el enemigo, que la paz con él. El diálogo es agotador, el papa Francisco
lo repitió hasta el final: Preferimos la fuerza inmediata, a la paciencia de la
justicia y el perdón. La paz de Jesús va más allá, es bajar las manos, baja la
espada. La paz comienza dentro, en palabras conciliadoras, para desarmar la
tierra.
Jesús se ofrece a sus manos: pon, mira; no
esconde las heridas, casi las exhibe. La resurrección no canceló los agujeros
de las manos, porque siguen siendo la prueba más alta de su amor, su gloria, y
por lo tanto permanecerán abiertas por la eternidad.
Poner las manos en Jesús, en sus heridas
y seguro que nos guían, directamente, hacia el corazón de Dios. El corazón
traspasado, lleno de amor y misericordia. Por eso hoy es el domingo de la
misericordia, donde el Espíritu del amor de Jesús es derramados sobre toda la
humanidad. La misericordia es el amor concreto de Dios, el amor entregado y el
amor derramado.
Finalmente, Tomas exclama el credo
sencillo, primordial y de confianza: Señor mío y Dios mío. Es la confesión
del Señorío de Jesús y de su divinidad. Es propio de un corazón que arde junto
al Señor misericordioso.
Pero lo mío no es de posesión sino de
pertenencia: mi amado es para mí y yo soy para él. Eres parte de mí, y yo soy
parte de ti. Tenemos que aprender a soñar, quizá no se realice nunca, pero hagámoslo,
deseémoslo. Abrirnos a horizontes nuevos, a cosas grandes decía el papa
Francisco porque esta actitud nos hace respirar y ensancha el corazón.
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