miércoles, 11 de junio de 2025


 

2025 MEDITACIÓN EUCARISTICA:

Creí que ya no podía caer más bajo

 

Señor Jesús iniciamos este tiempo ordinario con la fuerza de la compañía del Espíritu. Tu nos lo mandaste para que no quedáramos solos. Guíanos tu ahora y siempre. Escuchemos esta historia llena de sentimiento.

A Jonás lo dejaron libre sin aviso, como quien suelta una caja vieja en medio de la nada. Había pasado cinco años en prisión por intentar robar en una tienda con una navaja oxidada. Tenía 20 cuando entró. Salió con 25 y el corazón reseco, como si los años hubieran evaporado todo lo que un día soñó ser.

Nadie lo esperó afuera. Su madre había muerto de tristeza, su hermano se cambió el apellido, y su padre… su padre fue una sombra que nunca se quedó. Los primeros días no durmió, solo deambuló. No sabía cómo hablar sin que lo miraran como amenaza. Creía que ya no podía caer más bajo… hasta que se vio peleando con un perro por un trozo de pan.

Pidió un café en una parroquia, y un hombre con corbata le soltó sin mirarlo:

- La cárcel es para aprender, no para mendigar.

Jonás no dijo nada. Pero por dentro… se rompió un poco más. Porque él sí había aprendido. Lo que no sabía era cómo volver a empezar sin que nadie le enseñara por dónde se empieza. Una noche de lluvia se resguardó en un portal. Un hombre mayor cosía zapatos bajo la luz de un farol. Jonás lo observó en silencio.

- ¿Tienes hambre o curiosidad? le preguntó el viejo.

- Las dos.

- Entonces siéntate. Aquí se come mientras se aprende.

Y así fue. El viejo le enseñó a cambiar suelas, a coser cuero, pulir punteras y no tener miedo de equivocarse.

- Esto también es una forma de sanar, le decía.

Jonás empezó a ofrecer reparaciones por las esquinas. “Zapas que vuelven a caminar”, escribía en su cartón. Al principio solo le daban pares rotos o tenis sin suela. Pero cada arreglo era una oportunidad.

Un día, una mujer le llevó unas botas de marca.

- Si me las dejas vivas, te traigo a mis amigas.

Él no solo las dejó vivas… les dio una segunda vida. Con lo que ahorró, compró una vieja máquina de coser. La instaló en un rincón de un almacén que le prestaron a cambio de cuidar el lugar. Colgó un letrero con una tiza: “Aquí no se tiran los zapatos… ni las personas.”

Un día la máquina se le quemó. Pensó en rendirse. Pero al día siguiente, un cliente volvió con otra, usada, y una nota que decía: “No pares. Lo haces mejor de lo que crees.”

Hoy Jonás tiene un pequeño taller con olor a cuero, café y esperanza. No tiene redes, ni logos, ni fachada. Solo un banco de madera y su historia colgada en cada costura.

A veces, al terminar la jornada, camina hasta el callejón donde un día durmió. Mira el suelo, suspira, y se va sin decir nada. Y pensaba: Uno no se salva olvidando lo que vivió… se salva cuando convierte cada herida en herramienta.

Señor Jesús este relato tiene una carga emocional profunda. Refleja el dolor silencioso de alguien que ha atravesado una experiencia transformadora, no necesariamente en el mejor sentido, y se encuentra atrapado en la paradoja de haber aprendido a través del sufrimiento, pero sin herramientas para sanar o reconstruirse.

Cuantas veces nos sucede como Jonás que andamos por la vida caminando con las manos en los bolsillos, como si ahí pudiéramos guardar lo que nos queda: un par de certezas rotas, un miedo antiguo, y la sensación de que el mundo sigue girando sin nosotros.

Seguro Jesús que no es tristeza exactamente. Es algo más denso, más callado. Como si el alma se nos hubiera quedado dormida en una esquina del pecho.

Nadie nos había dicho que crecer dolía así. Ni que a veces uno se quiebra sin hacer ruido.
Ni que hay días en que respirar se parece más a una tarea que a un acto natural. Y, sin embargo, seguimos. No por valentía. Sino por costumbre. Te pedimos que nunca nos desampares ni nos dejes solos. Tu sigue guiándonos y llevándonos por el camino de la vida. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario