Nos llamas por nuestro nombre y nos
reconoces por mil gestos y detalles que llevas grabados en tus pupilas.
Dispuesto a dar la cara y la vida por
nosotros, a pesar de nuestras tonterías, tus palabras son nuestra seguridad.
Tú eres el buen pastor.
Pastor enérgico que nos sacas del
aprisco y nos pones en camino contigo en búsqueda de otros pastos y fuentes.
Nos haces repudiar las doctrinas
enlatadas, los ritos repetidos y sin sentido; y nos dices: Id donde el corazón
os lleve.
Tú eres el buen pastor.
Andábamos despistados por ahí, cada uno
en su casa, para sí y a lo suyo, cuando Tú nos llamaste a tu comunidad.
En tu compañía, al caminar juntos, hemos
abierto los ojos y el corazón a nuevos y refrescantes horizontes.
Tú eres el buen pastor.
Contigo pasamos de la sumisión a la fe
gozosa y personal, del gregarismo a la comunión, del miedo a la libertad, del
individualismo a la solidaridad, del temor a la filiación.
Tú eres el buen pastor.
Contigo hemos roto el silencio y nos
atrevemos a levantar la voz, a la denuncia y a la contestación; y también al
canto y a la alabanza porque bulle la vida en nuestras entrañas y late de
esperanza nuestro corazón.
Tú eres el buen pastor.
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