sábado, 23 de abril de 2022

2022 AÑO C TIEMPO PASCUAL 

II. DOMINGO DE LA MISERICORDIA

 

Llevamos ocho días celebrando el acontecimiento de la Resurrección. Fue un acontecimiento que repercutió de tal manera en la Iglesia que se prolongará a lo largo de 50 días. Los que vivieron la experiencia de encuentro con Jesús resucitado, les transformó sus vidas: pasaron de vivir con miedo a exultar de alegría, de estar encerrados a sentirse enviados, de vivir en la incertidumbre a poder ver y tocar a su Señor, de no ver a creer, de creer a vivir dando testimonio.

Hoy segundo domingo de Pascua celebramos la misericordia que el Señor ha tenido con nosotros al hacernos testigos de la resurrección de su Hijo, al no pedir explicaciones a sus discípulos, acogemos su paz que nos ofrece, recibimos su Espíritu Santo y asumimos la misión de ser enviados.

No podemos olvidar que los primeros discípulos su panorama no podía ser más oscuro: su mesías, su Señor, que les había llenado de esperanza y mostrado a Dios lleno de misericordia y compasión con sus hijos, había sido crucificado, había muerto, había desaparecido: ¿Incertidumbre? ¿Miedo?

Hoy miramos a nuestro alrededor, a nuestro mundo y surgen las mismas emociones y sentimientos. O tal vez tengamos la misma tentación que aquellos discípulos: cerrar puertas y ventanas para protegernos, dejar fuera aquello que nos asusta, o no entendemos, o no compartimos.

- Pero Jesús resucitado continúa diciéndonos “Paz a vosotros”. No es solo un saludo o un buen deseo, más bien constituye el núcleo de la experiencia pascual. Una experiencia de encuentro con Jesús vivo, que libera del desencanto, del temor, que llena de alegría y, sobre todo, impulsa a vivir.

Esta es la primera consecuencia del encuentro con el resucitado, la transformación personal, no en otra persona, sino en la misma, pero con un impulso nuevo, el del Espíritu que nos saca de nuestro pequeño mundo y nos envía a los demás, a un mundo que necesita oír y vivir “paz a vosotros”.

- “Sopló sobre ellos” para transmitirles el Espíritu Santo. El mismo verbo que se utiliza en el Génesis para dar vida al hombre que Dios insufla. Así el hombre se convirtió en un ser viviente y con este nuevo soplo de Jesús el hombre es re-creado, re-animado para realizar su fe y su vida.

- El discípulo recibe una nueva misión: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Es la misma misión de Jesús que encomienda a los primeros discípulos: sanar, perdonar, anunciar el triunfo de la vida, llevar paz.

- Somos enviados sin haber visto. Y la mejor forma de saber si estamos en el camino correcto es ver si nuestra fe en Jesús cambia o no cambia nuestra vida; si nos lleva a compadecer y compartir, a trabajar por la paz y la justicia, si nos mueve a perdonar, si nos libra de la esclavitud del dinero y, en definitiva, si nos empuja a rechazar valores que ofrece esta sociedad que llamamos “civilizada” aun sabiendo que nos hace esclavos de nuestros deseos y nos deshumaniza. La contemplación de Jesús multiplica la fascinación y la adhesión hacia él, las obras nos confortan y nos reafirman en sus criterios, y la comunidad nos contagia la fe porque al vivirla en común se fortalece.

 

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