miércoles, 30 de septiembre de 2020


DIOS TE ESPERA EN TU INTERIOR, AQUÍ Y AHORA

 

Como quien no dice nada, ante Jesús sacramentado confesamos la increíble paradoja de un amor encarnado que habita nuestra interioridad. Es el “Dulce huésped del alma”, que no solo vino a habitar esta tierra y esta historia, sino a quedarse con nosotros para siempre, «todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Esta es la buena noticia del Evangelio. Esta, y no otra, la “quintaesencia” del mensaje evangélico.

¡Dios nos espera! Está ahí en el Sagrario. Sin violentar nuestra naturaleza hecha de carne y tiempo, sin llevar cuenta de nuestras infidelidades y premiando cada gesto de amor, Dios guarda y aguarda los pasos de sus hijos, respeta el proceso de transformación de cada cual.

La espera, como paciencia de Dios en el tiempo, es manifestación de una esperanza para nuestra vida, expectación del cumplimiento de un anhelo que nuestra libertad podría truncar, un don que podríamos rechazar… Mientras tanto, Dios se sujeta a nuestra condición, nos engrandece.

Él nos espera, sí, para regalarnos y regalarse, y no hacen falta “grandes espectáculos”, le basta una mirada, una intención, un recuerdo, una sola palabra de amor…

Sentado al brocal de nuestro pozo, nos aguarda para abrevar nuestra sed como lo hizo con la samaritana (Jn 4,7); Como un mendigo a la puerta del corazón, espera que le abramos para cenar con Él (Ap 3,20); Está hambriento y sediento, de paso, desnudo, enfermo y preso (Mt 25,31s)… nos sale al encuentro en cada recodo del camino, en cada persona, en cada circunstancia y aguarda el bálsamo de nuestra amorosa compasión.

Si decidimos vivir conscientemente la sacramentalidad de todo lo creado, como algo que cae por su propio peso, viviremos en ese círculo amoroso ininterrumpido “Tú en mí y yo en ti”. Hemos sido creados con primor y belleza a su imagen para morar en su presencia, estamos ‘retratados’ en las entrañas de Dios, nuestro hogar.

Dios está aquí y ahora, contigo y para ti, y susurra en el fondo de tu alma: “Yo estoy aquí para ti”, no le dejemos solo, no lo reduzcamos al silencio en nuestro interior.

Él es la palabra que nos orienta y consuela, la plenitud de nuestros anhelos, nuestra razón y sentido más allá de cualquier frustración y dolor, la vida que engendramos misteriosamente cada día, quien lleva nuestras cargas, quien nos da su fuerza, quien suple nuestras ausencias y remedia nuestra indigencia con su amor. Él es el compañero de nuestra soledad, la salud de nuestras heridas, nuestra abundancia en la pobreza, nuestro triunfo en las batallas, nuestro gozo en la tribulación, nuestra gloria en la humillación. Él susurra en nuestro oído palabras de amor y fidelidad, siempre, sin arrepentimiento, sin mengua… aquí y ahora. Y lo espera todo de ti, quiere recibir igualmente todo de ti, en la fugacidad de la existencia, en el único tiempo que se nos ha dado vivir. Sta. Teresa de Avila

 Para buscarle y esperarle en fe y en amor, despojados de todo y abrazados a Él; para la paciente transfiguración que anticipa el encuentro; para entregar, soñar, trabajar, sufrir y gozar, orar y alabar; para que nuestra vida se derrame como perfume de nardo a sus pies; para vivir su vida y amar sus amores; para morir su muerte y arrojarnos al abismo eterno de su amor, no tenemos más que el ‘aquí y ahora’ de nuestra preciosa e irrepetible existencia:

«Mi vida es un instante, una efímera hora, momento que se evade y que huye veloz. Para amarte, Dios mío, en esta pobre tierra, no tengo más que un día: ¡solo el día de hoy!» Teresa del Niño Jesús.

 

miércoles, 23 de septiembre de 2020

ADORACION EUCARISTICA

 

De nuevo nos encontramos delante de ti Señor, para esta un tiempo contigo, para saborear tu presencia y tu delicada mirada. Tu solo sabes mirar en lo profundo del alma, más allá de nosotros mismos y de nuestros prejuicios.

Queremos depositar toda nuestra confianza en ti y que cada día aumente y crezca para poder un día dejarnos caer en tus manos y que solo tu sostengas nuestras vidas y les des apoyo y sentido.

 

EL ALPINISTA

 

Cuentan que un día, un alpinista de alto riesgo, ambicioso y desesperado, desde siempre, por conquistar la gran montaña del Everest, se lanzó a realizar su cometido. Siempre se creyó capaz de obtener la gloria de manera muy personal, por sí solo; así que optó por escalar la peligrosa montaña sin compañeros de aventura. Así inició su travesía, luego de varios años de preparación física y mental.

Comenzó a escalar a media mañana y sin darse cuenta se fue haciendo tarde, el frío se acrecentaba aún más, luego llegó el anochecer y en vez de acampar, como hubiera hecho cualquier experto sensato y no ávido de triunfo y gloria, decidió seguir subiendo y subiendo; entretanto la oscuridad se volvió total, pero no importaba, su única meta era la cima, y continuó escalando.

En lo profundo de la noche, ya sin luna, a gran altura, entre él, la montaña y las pesadas nubes que tocaban su cuerpo, la visibilidad era inexistente. Siguió subiendo por un acantilado, a casi 100mts. Al llegar a la cima, imprevistamente, resbaló con un charco de hielo y se desplomó por los aires, como un objeto arrojado al vacío, vertiginosamente y a gran velocidad; solo se cruzaban a su paso oscuras manchas que veía, como una película, entre la oscuridad. Sin poder aferrarse a nada era succionado aceleradamente por la gravedad. Seguía cayendo, resignado y espantado, y en ese momento interminable, mortal, en su mente se despertaron las imágenes de su pasado: la infancia, la adolescencia, su adultez, su familia, sus gratos momentos, todo lo vivido; creyendo al fin que era su hora, que ya moría…de repente un violento tirón, que casi lo parte en dos; sí, como cualquier alpinista hubiera hecho, había clavado en la pared montañosa las estacas de seguridad con candados agarrados a una larguísima soga que amarraba su cintura.

Era un momento de calma y quietud, temblando de miedo y frío, suspendido en el aire con un movimiento pendular, de repente, gritó:

“Ayúdame, Dios mío”

Y de pronto una voz grave y refulgente emergió de la oscuridad, y dijo:

- “¿Qué quieres que haga, hijo?”

- “Sálvame, Dios mío”, dijo el alpinista.

- ¿Realmente crees que puedo salvarte, hijo?

- “Por supuesto que sí, Señor”

- “Entonces, dijo la imperante voz, corta la cuerda que te sostiene…”

Instantáneamente un silencio sepulcral invadió la montaña y sus alrededores; y el alpinista de alto riesgo se aferró aún más a la larga soga, hasta herir las palmas de sus manos; y exhausto, en el vaivén, se quedó reflexionando profundamente…

Cuentan que cuando el equipo de rescate llegó al lugar, al amanecer, hallaron colgado a un experto alpinista, congelado, agarrado con fuerza de una soga, y ya muerto…A SOLO DOS METROS DEL SUELO.

Muchas veces la vida nos zarandea y nos deja colgados de la realidad. Confiemos y cortemos la cuerda, Dios está ahí a nuestro lado para sostenernos. ¿A qué distancia creemos que estamos del suelo? ¿por qué no la sueltas? Cree y confía.

domingo, 20 de septiembre de 2020

2020 AÑO A TIEMPO ORDINARIO XXV

El evangelio de hoy, una vez más, rompe nuestra lógica. Jesús trata de explicar en qué consiste el reinado de Dios que viene a anunciar y a instaurar y nos descoloca por completo.

Intentamos situarnos en el contexto: la mayoría de los campesinos eran asalariados, el trabajo era muy duro, los que se ofrecían como jornaleros no tenían muchos medios de subsistencia, ni derechos, ni salarios mínimos, ni nada parecido. Jesús aprovecha esa realidad para explicar cómo es la misericordia de Dios. Sus planes son muchas veces desconcertantes e incomprensibles para nosotros.

La parábola del terrateniente que sale de la casa al amanecer y desde las primeras luces del día deambula por el pueblo en busca de jornaleros. Y volverá cuatro veces más, cada dos horas, siempre que haya luz. Sin embargo, algo extraño sucede cuando sale casi al finalizar el día a contratar más. Esto indica que le interesa más las personas y su dignidad que su viña, quiere recuperarlas, que se sientan útiles, el ser humano es más interesante que las ganancias.

Pero vayamos al corazón de la parábola, la paga. Varios gestos inquietantes:

- Empezar a pagar por los últimos.

- Pagar lo mismo al de la ultima hora que al de la primera. Aquellos que han soportado la peor parte del calor y la fatiga esperan con razón un suplemento

- No estoy haciendo nada malo ni te trajo con injusticia, en definitiva, dice que no te estoy quitando nada. No quita, sino que agrega a los últimos; no es injusto sino generoso. Y esto crea vértigo en nuestra mentalidad, un poco mercantil.

- Nos lanza a todos a una aventura desconocida: la de una economía solidaria, una economía de donación, de solidaridad, de cuidar el eslabón débil, para que la cadena no se rompa. Es la aventura del bien: el maestro envuelve la justicia con caridad y la perfuma.

La justicia humana es dar a cada uno lo suyo, la justicia de Dios es dar a cada uno lo mejor.

Esto nos abre a la confianza total y absoluta. Estemos convencidos que el Señor volverá a por nosotros, aunque sea a la ultima hora de la tarde.

Cuando seguimos a Jesús y nos ponemos manos a la obra en la tarea de construir su reino, no importan los méritos, quién hace más o menos, quién tiene más o menos capacidades, es más erudito o más habilidoso, más fuerte o más delicado… lo importante es no estar parados e ir a trabajar a la viña del Señor: la viña de la solidaridad, de los enfermos, de los que están solos, de la juventud, del cuidado de nuestro mundo, de los inmigrantes y los pueblos oprimidos del sur, ahí hay viña para todos.

miércoles, 16 de septiembre de 2020


ADORACIÓN EUCARÍSTICA

AL PIE DE LA CRUZ

 

Ayer celebramos la fiesta de María dolorosa, al pie de la cruz y el día anterior la Exaltación de la santa Cruz. Hoy queremos, delante del santísimo, meditar sobre el dolor y la cruz.

Estamos en un mundo donde el dolor no es extraño para nadie. También el grito de cansancio y sufrimiento de la humanidad no es extraño para Dios Padre, porque Jesús, el Hijo, está presente en tantos de nuestros hermanos y hermanas que sufren como él. 

Jesús es el gran Paciente del dolor humano y su corazón abierto está siempre dispuesto a acogernos y darnos su amor. Recemos en esta adoración, para que los que sufren encuentren caminos de vida, dejándose tocar por el Corazón de Jesús.

Mateo 11, 28-30: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera”.

“Venid a mí”. Dirigiéndose a aquellos que están cansados ​​y oprimidos, se trata de aquellos que no pueden depender de sus propios medios o de amistades importantes. Sólo pueden confiar en Dios, conscientes de su condición humilde y pequeña, saben que dependen de la misericordia del Señor. En la invitación de Jesús finalmente encuentran una respuesta a su expectativa: al convertirse en sus discípulos reciben la promesa de encontrar un refrigerio para toda la vida. 

"Tomad mi yugo". La imagen del yugo indica el estrecho vínculo que une al pueblo con Dios. Jesús coloca su yugo sobre sus discípulos, quiere enseñarles que descubrirán la voluntad de Dios a través de su persona: a través de Jesús, no a través de leyes frías y prescripciones que Jesús mismo condena. Al recibir el "yugo de Jesús", cada discípulo entra así en comunión con él y se hace partícipe del misterio de su cruz y de su destino de salvación. 

"Aprended de mí". Jesús ofrece a sus discípulos un camino de conocimiento e imitación. Jesús no es un maestro que impone severamente a los demás, cargas que no soporta. Se dirige hacia los humildes, los pequeños, los pobres, los necesitados porque él mismo se hizo pequeño y humilde. 

En esta tarde queremos reconocer que también para nosotros hay momentos de cansancio y decepción. Por eso recordemos estas palabras del Señor, que tanto consuelo nos dan y nos hacen comprender si ponemos nuestras fuerzas al servicio del bien. De hecho, a veces nuestro cansancio se debe a haber puesto fe en cosas que no son lo esencial, porque nos hemos alejado de lo que realmente vale la pena en la vida. El Señor nos enseña a no tener miedo de seguirlo, porque la esperanza que depositamos en él no se verá defraudada. Vivir en la misericordia para ser instrumentos de la misericordia: vivir en la misericordia es sentir necesidad de la misericordia de Jesús, y cuando nos sentimos necesitados del perdón, del consuelo, aprendemos a ser misericordiosos con los demás. Mantener la mirada fija en el Hijo de Dios nos hace comprender cuánto nos queda por recorrer; pero al mismo tiempo nos da la alegría de saber que estamos caminando con él y nunca estamos solos. 

Aprende de mi corazón. Cristo se aprende aprendiendo su corazón, es decir, el camino de amar. El corazón no es un maestro entre otros, es "el" maestro de la vida. Así comienza el discipulado del corazón, para nosotros, discípulos sabios y eruditos, que corremos el riesgo de quedarnos analfabetos de corazón. Burócratas de las reglas y analfabetos de corazón. 

Dios no es un concepto, no es una regla ni una disciplina, es el corazón dulce y fuerte de la vida. Y encontraremos un refrigerio. El refrigerio de la existencia es un corazón manso, sin violencia y sin engaños, una criatura en paz y sin presunción, que difunde una sensación de frescura en el calor de la vida. Mi yugo es dulce y mi peso ligero. ¿Cómo puede el yugo ser un ideal para el hombre moderno, celoso de hasta la más mínima porción de libertad, para el hombre que en el último siglo ha luchado precisamente por sacudirse todos los yugos? Pero amar a Dios con todo el corazón es universal; Amar al prójimo como a uno mismo es amarlo como Jesús lo ama, con el corazón manso y humilde del único que es Hijo y hermano. 

lunes, 14 de septiembre de 2020

15 DE SEPTIEMBRE

FESTIVIDAD DE LA VIRGEN DE LOS DOLORES

 

La presencia de María la madre de Jesús en el calvario y de la muerte del hijo motiva la celebración de esta fiesta. Para los siervos de María la celebramos como nuestra patrona, la imagen inspiradora de vida.

Desde el punto de vista humano y afectivo para una madre es cruel ver morir al fruto de sus entrañas. Cruel para los dos. La presencia de la madre en el calvario era una doble fuente de dulzura y dolor. Para Cristo tuvo que ser un consuelo sereno sentirse acompañado por ella, pero también fuente de enorme dolor compartir el sufrimiento de su madre.

María se mantuvo alejada de la vida pública de Jesús, sin embargo, es asombroso ver esta proximidad en la hora de la cruz. Evidentemente esta presencia tiene un sentido más profundo que el de la pura compañía. Dios se vale de muchos motivos para conducirnos hacia donde él espera que estemos. 

Juan, el discípulo amado, nos trasmite las últimas palabras que Jesús dice a su madre, unas palabras dedicadas a la parte más íntima del corazón de madre, que se verá misteriosamente ensanchado. “Ahí tienes a tu madre, ahí tienes a tu hijo”.

Aquel pequeño grupo al pie de la cruz, aquella Iglesia naciente, estaba allí por algo más que por simples razones afectivas. Nos muestra a María unida a Jesús, no sólo a su sufrimiento y dolor, sino también a su misión. Hasta entonces ese puesto y esa misión habían permanecido como en la penumbra. Ahora en la cruz se aclararán para la eternidad. Esta es la hora, este el momento en que María ocupa su papel con pleno derecho en la obra redentora de Jesús. Y entra en la misión de su hijo con el mismo oficio que tuviera en su origen: el de madre.

Ese es el gran legado que Cristo concede desde la cruz a la humanidad. Esa es la gran tarea que, a la hora de la gran verdad, se encomienda a María. Es como una segunda anunciación. Y ella acepta. Aceptó, hace ya treinta años, cuando dijo aquel “fiat”.

La imagen de María al pie de la cruz nos muestra de una manera palpable la fidelidad de María: Porque ser fiel es difícil, siempre. La fidelidad requiere capacidad creadora, atención, detalle. Cuidar la fidelidad día a día es una tarea digna del ser humano: La fidelidad perdona setenta veces siete; la fidelidad se alimenta con la confianza; se enciende con el amor; se consolida con el diálogo, el encuentro; se robustece con el olvido de sí para diluirse…

La fidelidad nos hace vivir “centrados”. Vivir es moverse y constituirse en torno a un centro. Se encuentra un centro cuando uno halla su vocación y se compromete con ella. Desde ese centro  se organiza la vida, la ordena, le da consistencia.

-          Virgen de los Dolores.

-          Ruega por nosotros.

 

sábado, 12 de septiembre de 2020


2020 AÑO A TIEMPO ORDINARIO XXIV 

“No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”, es decir, siempre.

La única medida del perdón es perdonar sin medida. Porque el evangelio de Jesús es noticia gozosa y alegre de que el amor de Dios no tiene medida, es abundante, generoso y exagerado.

Jesús nos cuenta la parábola de los dos deudores. El primero debía a su señor una cantidad desorbitada, casi impagable y le suplicaba. El rey tuvo compasión, no es el campeón del derecho y de la ley sino de la compasión. Siente como suyo el dolor del siervo, y es que el dolor pesa tanto… Pero apenas recibió la condonación de la gran deuda, al salir se encontró con un compañero, siervo como él. No pasó una semana, ni un día, sino apenas salió de la casa del señor, apenas liberado y experimentar como era el corazón del rey, “lo agarró, lo estrangulaba diciendo: págame lo que me debes”. Era una nadería en comparación de su deuda perdonada. Este siervo malvado solo exige lo que es de justicia, quiere cobrar la deuda. Es justo pero despiadado, cruel.

La justicia humana es dar a cada uno lo que es suyo. Pero Jesús nos propone la lógica de Dios, aquella que excede en todo: perdona setenta veces siete, amar a los enemigos, poner la otra mejilla, dar sin medida, es el perfume de nardo por 300 denarios.

El perdón no pertenece al mundo del instinto, sino al mundo de la decisión. Yo decido vivir perdonando y asumo sus consecuencias. Perdonar significa deshacer nudos, dejar andar con libertad; creer en el otro, mirar no a su pasado sino a su futuro.

Así hace Dios que nos perdona no como un desmemoriado, sino como el gran liberador que es, hasta la medida que trastoca nuestros números y nuestra lógica. El Señor nos exhorta a perdonar siempre, sin límites. El perdón al hermano que nos ha ofendido puede ser una buena manera de servir al Señor.

Por tanto, el perdón no tiene límites, puesto que hay que perdonar siempre y en toda circunstancia. No es fácil el perdón, como tampoco es fácil el amor. Pero hace feliz. El auténtico amor y el auténtico perdón son gratuitos. El perdón no es un favor que hacemos al ofensor, es un bien que nos hacemos a nosotros. El primer beneficiario del perdón es el que perdona.

El tema de la liturgia de hoy es de una sorprendente actualidad. En nuestro mundo abundan expresiones de rechazo e intolerancia. Las denuncias por delitos de odio (según datos del Ministerio del Interior español, que seguramente son extrapolables a otros países) aumentan de año en año. Abundan los delitos de xenofobia, racismo y violencia doméstica. Desde las tribunas políticas se predica la intolerancia y se lanzan falsedades sobre colectivos no deseados (por ejemplo, los inmigrantes). Los cristianos estamos llamados a “ir contra corriente”, y a contrarrestar las olas de violencia e intolerancia con hechos y palabras de acogida, comprensión, misericordia y perdón. 

15 de Septiembre

FESTIVIDAD DE LA VIRGEN DE LOS DOLORES

TRIDUO: días 10, 11 y 14 a las 20h
 

miércoles, 9 de septiembre de 2020

2020 ADORACIÓN EUCARÍSTICA

Delante de ti Señor sacramentado nos situamos y queremos agradecer el don de la vida, de la amistad, de la fraternidad. Somos conscientes que el ser humano no puede vivir permanentemente aislado de todo y de todos. Encontrar momentos de soledad querida nos hace crecer y nos sentimos mucho más enriquecidos personalmente para enriquecer a los demás. La historia que a continuación escucharemos nos servirá para reflexionar.

 

EL PUENTE

Esta es la historia de un par de hermanos que vivieron juntos y en armonía por muchos años.

Ellos vivían en granjas separada pero un día… Cayeron en un conflicto, este fue el primer problema serio que tenían en 40 años de cultivar juntos hombro a hombro, compartiendo maquinaria e intercambiando cosechas y bienes en forma continua.

Comenzó con un pequeño malentendido y fue creciendo… hasta que explotó en un intercambio de palabras amargas seguido de semanas de silencio.

- Una mañana alguien llamó a la puerta de Luis. Al abrir la puerta, encontró a un hombre con herramientas de carpintero "Estoy buscando trabajo por unos días", dijo el extraño, "quizás usted requiera algunas pequeñas reparaciones aquí en su granja y yo pueda ser de ayuda en eso".

-"Sí", dijo el mayor de los hermanos, "tengo un trabajo para usted. Mire al otro lado del arroyo, en aquella granja vive mi vecino, bueno, de hecho, es mi hermano menor. La semana pasada había una hermosa pradera entre nosotros, pero él desvío el cauce del arroyo para que quedara entre nosotros.

¿Ve usted aquella pila de desechos de madera junto al granero? Quiero que construya una cerca de dos metros de alto, no quiero verlo nunca más."

El carpintero le dijo: "creo que comprendo la situación".

El hermano mayor le ayudó al carpintero a reunir todos los materiales y dejó la granja por el resto del día para ir por provisiones al pueblo. Cerca del ocaso, cuando el granjero regresó, el carpintero justo había terminado su trabajo.

El granjero quedó con los ojos completamente abiertos, su quijada cayó.

No había ninguna cerca de dos metros. En su lugar había un puente que unía las dos granjas a través del arroyo. Era una fina pieza de arte, con todo y pasamanos.

En ese momento, su vecino, su hermano menor, vino desde su granja y abrazando a su hermano mayor le dijo:

-"Eres un gran tipo, mira que construir este hermoso puente después de lo que he hecho y dicho".

Estaban en su reconciliación los dos hermanos, cuando vieron que el carpintero tomaba sus herramientas.

-"No, espera". "Quédate unos cuantos días tengo muchos proyectos para ti", le dijo el hermano mayor al carpintero.

"Me gustaría quedarme", dijo el carpintero, "pero tengo muchos puentes por construir".

Muchas veces dejamos que los malentendidos o enojos nos alejen de la gente que queremos, muchas veces permitimos que el orgullo se anteponga a los sentimientos. No permitamos que eso pase en nuestra Vida. Aprendamos a perdonar y valorar lo que tenemos.

Recordad que perdonar no cambia en nada el pasado, pero si el futuro. No guardemos rencores ni sentimientos de amargura que solo te lastiman, te alejan de Dios y de las personas que nos quieren.

Aprendamos a ser felices y disfrutar de las maravillas que Dios ha creado. Él te ama y desea que tengas una vida dichosa, llena de amor y armonía.

No permitamos que un pequeño desliz malogre una gran amistad. Recordad que el silencio a veces es la mejor respuesta. Una casa feliz es lo que más importa. Haz todo lo que esté a tu alcance para crear un ambiente en armonía.

La mejor relación es aquella donde el amor entre dos personas es lo más fuerte, sin ningún tipo de interés.

domingo, 6 de septiembre de 2020

 TIEMPO ORDINARIO XXIII

                        2020 AÑO A  

Cuando celebrar la misa los domingos está más en crisis, Jesús nos sigue proponiendo “reunirnos en su nombre”. Que contradicción, será que no hemos encontrado el gusto o el sabor de esta reunión. Me da pena cuando oigo a muchos cristianos que la Eucaristía se les hace insufrible, no le encuentran sentido, y no toca para nada sus vidas. Lo entienden como un acto gregario y rutinario.

La Iglesia siempre estuvo formada por grupos pequeños y casi insignificantes que se reunían en el nombre de Jesús para aprender juntos a vivir animados por su Espíritu y siguiendo sus pasos. Estas personas de fe sencilla de creyentes cuyos nombres no conocemos, se reunían para recordar a Jesús, en las casas para escuchar su mensaje y celebrar la cena del Señor. De ahí el sentido de las palabras de Jesús: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Jesús están en medio de la comunidad cristiana que se reúne en su nombre como nexo de unión, pegamento de nuestras vidas. 

Estar reunidos en su nombre no solo acontece en la liturgia o cuando estamos en misa, que lo hacemos. Está realidad trasciende toda la vida y la abarca. Cuando dos o tres se miran con verdad, ahí está Dios. Cuando dos enamorados se declaran: tú eres mi vida, carne de mi carne, ahí está Dios, es el nudo del amor, que nos atrapa, es un vínculo sólido e incandescente. 

Por eso cuando Cristo está en medio de nosotros y todo lo hacemos en su nombre, por Cristo, con Cristo y en Cristo, nos anima a practicar la corrección fraterna, a corregir al hermano por amor, no por envidia. La corrección fraterna nos permite poder crear comunión y liberación. 

Tenemos que tener presente que Jesús está en la comunión, en la común-unión de las personas. No solamente está en mí o en ti, sino entre los dos, cuando existe un nosotros. No está en un lugar estático, sino en el camino, en el movimiento de ir hacia el hermano, en el encuentro. 

Mateo sugiere una serie de actitudes para el diálogo y el encuentro. Si tu hermano se equivoca o hierra, ve a amonestarlo: das el primer paso, no te encierres en un silencio rencoroso, se capaz de abrir el dialogo. ¿Qué significa corregir? ¿Levantar la voz y señalar con el dedo? No Jesús se sienta en la mesa de los pecadores, y no les da un sermón, solamente se acerca a ellos, se porta como un auténtico ser humano, y los mira a los ojos. Les brinda la sorpresa de la amistad, que reagrupa esas vidas destrozadas. Si te escucha, habrás ganado a un hermano. El hermano es una ganancia, un tesoro para nosotros y para el mundo, cada persona es un talento para la iglesia y para la historia. 

Tal vez Jesús se manifestará en esta sociedad descreída y satisfecha a través de pequeños grupos de cristianos sencillos, atraídos por su mensaje de un Dios Bueno, abiertos al sufrimiento de las gentes y dispuestos a trabajar por una vida más humana. Con Jesús todo es posible. Hemos de estar muy atentos a sus llamadas.

jueves, 3 de septiembre de 2020

miércoles, 2 de septiembre de 2020



 ADORACIÓN EUCARÍSTICA

En esta tarde ante el Señor sacramentado queremos abrir nuestros corazones a su presencia en lo más íntimo de nosotros. Él nos refuerza y nos anima a vivir y a realizar nuestros sueños, nuestras inquietudes. Esta reflexión de Gabriel García Márquez nos puede ayudar a centrarnos más en lo esencial y lo importante

 

LOS ZAPATOS NEGROS

La última vez que le regalé unos zapatos a mi madre, fueron unos mocasines negros. Las estrenó ese mismo día. Cuando se las vi ¡hasta me sorprendí!...

Se las había comprado para “un día especial” y le pregunté:

- ¿por qué las has estrenado tan rápido?

Y me contestó...

- “¿Ajá, y si me muero mañana?... las va a estrenar otra. ¡No mi hijo, estás son para estrenarse hoy mismo!” Dos meses después mi madre falleció.

Hoy volví a recordar los zapatos negros de mamá -algo desgastados- Y recordando me pregunto:

- ¿Qué estamos esperando para estrenar?

- ¿Qué es realmente un día especial?... cuando la vida se vive una sola vez.

Así pasamos la vida... esperando el momento adecuado, el momento preciso, el día especial para estrenar aquello que nos hará sentir mejor.

¿Cuánta gente llegó aquí sin decir lo que quiso, sin ponerse lo que quería, sin regresar a algún lugar o sin pedir perdón?

¿Los amores que jamás fueron... por esperar un poco a decirlo?

¿Los matrimonios que se rompieron porque el otro... no dijo "perdón" primero?

¿Los amigos que dejaron de hablarse... por un mal entendido?

¿La familia que jamás volvió a reunirse... porque no encontraban un día?

¿Los sueños que se quedaron en sueños... por esperar la oportunidad?

¿La gente honesta que perdimos... porque fue sincera y nos dolió?

¿Y si no llega mañana...?

¿Qué dejaste sin estrenar... para que otro estrenara?

¿A quién dejaste... para que otro amara?

¿Qué palabras dejaste sin pronunciar?

¿Con qué perdón en el pecho te quedaste?

¿A quién le debes una explicación?

¿A quién debiste darle una oportunidad?

¿A quién debiste cerrar la puerta, sin jamás mirar atrás?

¿Qué aventura dejaste sin hacer?

Guardamos sin estrenar palabras, compañía, sentimientos, sueños... solo por miedo a fracasar, por vergüenza o peor aún ¡por orgullo! Y así vamos calmando los latidos del corazón, sin darnos cuenta que nos quedamos inertes ante la vida, por esperar a mañana.

El mañana no existe... Es solo una esperanza, una idea que tal vez no llega, solo nos queda... Hoy. Hay que estrenarse los zapatos antes que otro... Luchar por lo que amas, luchar por tus sueños y vivir intentándolo antes que otro se atreva a la mejor hazaña. Recuérdalo: ¡vive la vida!

Y cada mañana, cuando abrimos los ojos en esta tierra de “locos”, es la manera en que Dios nos está diciendo: ¡Anda!... ¡vamos! Atrévete a intentarlo, Arriésgate... Quizás éste sea el día, si fallas no te preocupes... Yo estaré aquí y si vences... también.

Hoy estuve en el mismo lugar donde está su cuerpo, en silencio y con lágrimas en mis ojos me acordé de sus zapatillas negras... Y recordé que yo quería estrenarme unos mocasines de colores y por miedo a que se mojaran... ¡no me los puse!

¿Y qué si se mojan?... que se sequen.

¿Y qué si se rompen?... los usé.

¿Y qué si no funciona?... ¡lo intenté!

Ahora, ya aquí pensando: HOY es un buen día para estrenar zapatos... Para comenzar a hacer tus "sueños realidad" ¿Aún tienes algo sin estrenar?

Entremos en el silencio del corazón y amemos.