miércoles, 23 de septiembre de 2020

ADORACION EUCARISTICA

 

De nuevo nos encontramos delante de ti Señor, para esta un tiempo contigo, para saborear tu presencia y tu delicada mirada. Tu solo sabes mirar en lo profundo del alma, más allá de nosotros mismos y de nuestros prejuicios.

Queremos depositar toda nuestra confianza en ti y que cada día aumente y crezca para poder un día dejarnos caer en tus manos y que solo tu sostengas nuestras vidas y les des apoyo y sentido.

 

EL ALPINISTA

 

Cuentan que un día, un alpinista de alto riesgo, ambicioso y desesperado, desde siempre, por conquistar la gran montaña del Everest, se lanzó a realizar su cometido. Siempre se creyó capaz de obtener la gloria de manera muy personal, por sí solo; así que optó por escalar la peligrosa montaña sin compañeros de aventura. Así inició su travesía, luego de varios años de preparación física y mental.

Comenzó a escalar a media mañana y sin darse cuenta se fue haciendo tarde, el frío se acrecentaba aún más, luego llegó el anochecer y en vez de acampar, como hubiera hecho cualquier experto sensato y no ávido de triunfo y gloria, decidió seguir subiendo y subiendo; entretanto la oscuridad se volvió total, pero no importaba, su única meta era la cima, y continuó escalando.

En lo profundo de la noche, ya sin luna, a gran altura, entre él, la montaña y las pesadas nubes que tocaban su cuerpo, la visibilidad era inexistente. Siguió subiendo por un acantilado, a casi 100mts. Al llegar a la cima, imprevistamente, resbaló con un charco de hielo y se desplomó por los aires, como un objeto arrojado al vacío, vertiginosamente y a gran velocidad; solo se cruzaban a su paso oscuras manchas que veía, como una película, entre la oscuridad. Sin poder aferrarse a nada era succionado aceleradamente por la gravedad. Seguía cayendo, resignado y espantado, y en ese momento interminable, mortal, en su mente se despertaron las imágenes de su pasado: la infancia, la adolescencia, su adultez, su familia, sus gratos momentos, todo lo vivido; creyendo al fin que era su hora, que ya moría…de repente un violento tirón, que casi lo parte en dos; sí, como cualquier alpinista hubiera hecho, había clavado en la pared montañosa las estacas de seguridad con candados agarrados a una larguísima soga que amarraba su cintura.

Era un momento de calma y quietud, temblando de miedo y frío, suspendido en el aire con un movimiento pendular, de repente, gritó:

“Ayúdame, Dios mío”

Y de pronto una voz grave y refulgente emergió de la oscuridad, y dijo:

- “¿Qué quieres que haga, hijo?”

- “Sálvame, Dios mío”, dijo el alpinista.

- ¿Realmente crees que puedo salvarte, hijo?

- “Por supuesto que sí, Señor”

- “Entonces, dijo la imperante voz, corta la cuerda que te sostiene…”

Instantáneamente un silencio sepulcral invadió la montaña y sus alrededores; y el alpinista de alto riesgo se aferró aún más a la larga soga, hasta herir las palmas de sus manos; y exhausto, en el vaivén, se quedó reflexionando profundamente…

Cuentan que cuando el equipo de rescate llegó al lugar, al amanecer, hallaron colgado a un experto alpinista, congelado, agarrado con fuerza de una soga, y ya muerto…A SOLO DOS METROS DEL SUELO.

Muchas veces la vida nos zarandea y nos deja colgados de la realidad. Confiemos y cortemos la cuerda, Dios está ahí a nuestro lado para sostenernos. ¿A qué distancia creemos que estamos del suelo? ¿por qué no la sueltas? Cree y confía.

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