miércoles, 19 de noviembre de 2025


 

2025 ADORACIÓN EUCARÍSTICA:

LOS JARRONES

Jesús sacramentado, de nuevo nos presentamos ante ti para pasar unos momentos de adoración, contemplación y reflexión. Como siempre queremos aprender de ti tu vida de servicio, de entrega y sacrificio por todos nosotros.

Servirte a ti es más que realizar grandes obras; es ofrecerte nuestro corazón en lo pequeño y en lo cotidiano, en la paciencia, en el perdón, en la ayuda al prójimo y en la obediencia a ti Palabra.

Si cada día procuramos hacer lo mejor, con nuestras acciones, palabras y pensamientos, entonces podremos legar al final de nuestra vida con paz, sabiendo que, aunque fuimos imperfectos, nuestra intención fue amar y servir al Señor con todo lo que teníamos y con todo lo que éramos capaces.

Así, la muerte no será derrota, sino coronación del servicio fiel.

LOS JARRONES: Hace muchísimos años, un noble le regaló al emperador de Japón 20 hermosísimos jarrones de la más fina y delicada porcelana, para cada uno de los cuales se necesitaron más de 10 años construirlo, por los más diestros y delicados orfebres de todo el país.

Tal era su belleza, tonos, labrados y delicadeza, que el emperador ordenó la construcción de un magnífico pabellón, donde estuvieran los jarrones a su vista, rodeados de un hermoso parque con fuentes, árboles y jardines.

Para su cuidado, escogió al más fiel de sus nobles, al más cercano y de su mayor confianza, pidiéndole que conservara estos jarrones en todo su esplendor, y diciéndole que respondía con su vida por lo que a uno de ellos le pasara.

Durante varios años el mismo noble limpiaba, pulía y cuidaba de los jarrones, pero un día golpeó accidentalmente uno de ellos y se rompió. Al entrarse el Emperador, cono lágrimas hizo que el noble fuera sentenciado a muerte.

Inmediatamente buscó al noble más cercano a él, el de más confianza y más alegato para que reemplazara al anterior, y así, nombró a quien mayores calidades tenía en todo el país, y le hizo jurar que con su vida respondería por el mínimo daño que sufrieran los 19 jarrones restantes.

Mucho tiempo cuidó de los jarrones, hasta que, nuevamente, uno de ellos se agrietó. Al verlo, el noble se suicidó por la deshonra que su familia sufriría, y por su traición a los intereses del emperador.

Buscó al emperador un nuevo custodio para su tesoro, y encontró a su mejor amigo, al más valiente y leal soldado del reino, y le encargó el cuidado del tesoro, con las mismas condiciones y juramento de los anteriores. El noble aceptó, y tomando un arma, destruyó los 18 jarrones restantes.

El emperador, sorprendido y furioso, exclamó que merecía la muerte más cruel e infame por lo que había hecho, pero el amigo le dijo:

- Por estos jarrones han muerto dos de los más valiosos y útiles colaboradores del Imperio; de esta forma queda más desamparado y solo el emperador y su pueblo. Con esto, yo moriré, pero le he salvado la vida a los 17 más valiosos súbditos del Imperio. Moriré sabiendo que hice lo mejor que podía hacer por su majestad.

El gesto del noble puede parecer, a primera vista, un acto de rebeldía o incluso de destrucción irracional. Sin embargo, en su raíz hay una entrega voluntaria y sacrificial inspirada en el amor al prójimo y en el deseo de evitar un mal mayor. Su motivación no es el odio ni el orgullo, sino proteger la vida de otros. Esto recuerda tus palabras: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos (Jn 15,13).

El emperador valora los jarrones, símbolos de riqueza, belleza y poder, más que las vidas humanas. El noble rompe esos objetos para demostrar que ningún bien material vale más que una vida.

El noble enseña al emperador, con su propia muerte, que los bienes materiales pueden ser ídolos que ciegan el corazón, y que sólo el amor y la misericordia dan sentido a la existencia.

En la lógica del mundo, pierde todo; en la lógica del Evangelio, gana el sentido último del amor y de la salvación. Así como Cristo, su aparente derrota es en realidad su victoria. El amor sacrificial transforma el mal en bien, aunque no sea comprendido de inmediato. Su gesto, leído desde la fe cristiana, es una imagen del Cristo que muere para salvar, del amor que vence al egoísmo, y de la sabiduría que brilla incluso en medio de la incomprensión y la aparente locura. Amén

sábado, 15 de noviembre de 2025


 


 

ACCIÓN DE GRACIAS

Señor Jesús, roca firme y esperanza de los humildes, Tú conoces el clamor de los pobres y escuchas su oración.

Ellos confían en Ti, incluso cuando todo parece perdido, y nos enseñan que solo quien se apoya en tu amor encuentra fuerza para seguir caminando.

Tú, Señor, eres nuestra esperanza.

Cuando las riquezas engañan y los poderes del mundo se imponen, Tú permaneces fiel.

Haz que tu Iglesia no olvide nunca que los pobres son tus preferidos, no como objeto de compasión, sino como maestros de fe y de esperanza.

Despierta en nosotros la valentía de servir, la alegría de compartir, y el compromiso de transformar las estructuras que generan pobreza e injusticia.

Enséñanos que ayudar al pobre no es sólo un acto de caridad, sino un deber de justicia y una respuesta a tu Evangelio.

Señor, haz que nuestras comunidades sean hogar para todos, donde los descartados encuentren dignidad y los desesperanzados descubran tu rostro de ternura.

Que aprendamos a ver en cada pobre un hermano que nos conduce a Ti.

María, Madre de los pobres y consuelo de los que sufren, acógenos bajo tu manto y enséñanos a confiar, como tú, en la promesa del Señor.

Que con tu intercesión podamos repetir cada día:

«Tú, Señor, eres mi esperanza; no quedaré nunca defraudado».

Amen.


 

2025 CICLO C TIEMPO ORDINARIO XXXIII

Las tres lecturas de este domingo nos lanzan un grito de confianza y valentía. Y es que el fin del año litúrgico y su lenguaje apocalíptico son toda una invitación para que mantengamos aún más nuestra capacidad de escuchar el actuar de Dios en nuestros días.

Las palabras de Jesús han de ser leídas desde la óptica de una paciencia activa, es decir, desde un actuar esperanzado que es la actitud que deben tener quienes creen en un Dios paciente y fuerte que alienta y conduce la historia.

¿Dónde está la buena noticia en este Evangelio apocalíptico y extremo, lleno de catástrofes? Nos encontramos ante el relato de lo que ha sucedido en todas las épocas y que hoy se repite: guerras por todas partes, violencia, arrogancia, aire, agua y tierra envenenados.

Estamos en la empinada cresta de la historia, en equilibrio, buscando una pista: por un lado, el lado oscuro de la violencia; por otro, la ternura que salva, una tierra de paz donde «ni un cabello» se perderá.

Comprendemos que el Evangelio no habla del fin del mundo: cuando oigáis hablar de guerras, no os asustéis, no es el fin; seréis traicionados y asesinados, pero ni un solo cabello vuestro se perderá; habrá señales en el sol, en la luna, en las estrellas: pero levantad la cabeza, se acerca vuestra liberación.

A cada descripción del dolor le sigue un punto de ruptura, y todo cambia. Y esto sucede cada vez que cuido el pedacito de mi tierra. Nada es insignificante para quien ama. Salvar significa conservar. Y nosotros sabemos que, por la Resurrección de Cristo, no se pierde ningún fragmento del hombre; ningún acto de amor, ningún esfuerzo generoso.

Hay que utilizar la estrategia del agricultor. Responder al granizo plantando nuevos viñedos, y por cada cosecha perdida hoy, preparar otra para mañana. Sembrar y esperar, velando por la vida que nace. Y perseverar, llevando hasta el final una idea, una intuición, un servicio, y desembocando así en la verdad de la vida: cada acto humano total te acerca al absoluto de Dios. Pero vosotros, levantaos. Ese pero, es como una resistencia, una oposición a todo lo que parece vencer. El Evangelio ve a los discípulos de pie, con la cabeza alta, los ojos al cielo, libres y profundos.

Llegarán días en los que no quedará piedra sobre piedra. No hay nada terrenal que sea eterno. Pero el hombre sí, es eterno.

Pero cuando venga el Señor, ¿encontrará todavía fe en la tierra? Yo creo que sí. No dice: ¿encontrará todavía parroquias, unidades pastorales, diócesis?, sino fe. Encontrará a aquellos que creen que el amor y la belleza son más fuertes que la maldad, que la justicia es más sana que el poder. Aquellos que creen que, a pesar de todas las negativas, esta historia no terminará en el caos o en la nada, sino en un abrazo de Dios.

miércoles, 12 de noviembre de 2025


 

2025 Meditación eucarística

 El zorro y el esquirol

Señor Jesús que estás en el altar queremos compartir contigo estos momentos de nuestro tiempo y de nuestra vida. Queremos empaparnos de tu vida generosa, repartida y compartida con cada uno de nosotros. La generosidad no siempre nace de la abundancia, sino del reconocimiento de que lo que tenemos cobra sentido solo cuando se comparte. En un mundo donde muchos acumulan miedo a la escasez, queremos comprender que cada talento y don guardados se marchen, mientras que cada don compartido puede convertirse en vida abundante y generosa.

Repartir no perderse; es confiar en que la vida se multiplica cuando dejemos que circule. La generosidad no empobrece, ensancha. Nos recorda que el valor de lo que poseemos no está en tenerlo, sino en lo que somos capaces de sembrar con ello.

El zorro y el ardilla: En un bosque donde el aire olía a corteza húmeda y las ramas crujían con historias viejas, corrían rumores de un tesoro oculto bajo el espesor, un enigma que el otoño parecía guardar para sí. Allí vivía un zorro inquieto y astuto llamado Fernando, de pelaje rojizo y mirada alerta, como si entendiera los gestos del viento.

Una tarde, al internarse por un sendero poco transitado, Fernando se topó con un esquiro de ojos vivos llamado Marisol. Su pelaje, de un marrón que absorbía la luz, vibraba como cada salto. Era rápida, observadora y poseía una memoria precisa para recordar a cada escondite.

- ¿Qué te trae por estos parajes, Fernando? preguntó desde una rama, sin perderle de vista.

- Cuentan que bajo las hojas doradas se amaga algo que merece ser hallado.

Marisol se quedó pensativa, pero la idea le picó la curiosidad: He oído estas historias, aunque siempre pensé que eran cuentos de invierno.

- Podemos averiguarlo —propongo Fernando. Y así, sin pensarlo demasiado, se pusieron en marcha.

Andaron siguiendo rastros de viento y ecos de pasos antiguos. Entre zarzas y claros apenas abiertos, las hojas caían lentes, formando un tapiz que crujía bajo sus patas. El sol de otoño se filtraba entre ramas retorcidas, teniendo el aire de cubre y sombra. Esa noche acamparon junto a un árbol gigantesco, de razas abiertas como didos que buscan la tierra.

Al día siguiente el viaje continuó con pruebas, cada obstáculo les acercaba más al tesoro, y también uno al otro. La confianza creció sin ceremonias, como la maleza al borde del camino. Al caer la tarde, alcanzaron un claro cubierto de hojas secas. En el centro, medio enterrado en la tierra, descansaba un cofre viejo.

Fernando y Marisol se acercaron sin palabras, levantaron la tapa con cuidado. Dentro, las semillas apenas brillaban, como si respiraran. Había de todo: flores, hierbas, árboles. Vida dormida esperando manos que la despertan. Al amanecer empezaron a sembrar. Junto a los arroyos, al pie de los troncos viejos, entre las claras que el sol acariciaba. Cada semilla era una promesa sin palabras. Con los días, el bosque empezó a transformarse. Brotas nuevas asomaban, el aire cambiaba de olor, los animales observaban sin miedo.

Una tarde, una lechuza vieja bajó de su rama. He dado con lo que todos buscan. El bosque hablaba por los dos. Desde entonces, ese lugar siguió creciendo. Cada árbol galardó un recuerdo suyo; cada flor, un gesto compartido. Con los años, los animales contaban su historia sin adornos: dos amigos que plantaron más que semillas.

Señor Jesús cuantas veces tú providencia nos pone frente a un cofre lleno de semillas: oportunidades, talentos, recursos, amores. La reacción más común es guardarlas para uno mismo, temiendo que se acaben. Pero el zorro y el ardilla entendieron algo esencial: las semillas solo tienen sentido cuando se comparten.

Cada vez que sembramos generosidad, comprensión o apoyo en los demás, el bosque, la comunidad, la familia, las amistades, el mundo, florecen algo más. El egoísmo sólo produce desierto y sequedad, pero la entrega multiplica. El verdadero tesoro no estaba en el cofre, sino en el gesto de repartir. Amén

sábado, 8 de noviembre de 2025


 

ACCIÓN DE GRACIAS

Somos templos vivos de Dios.

Y precisamente por ello, necesitamos “construirnos” día a día.

Mejorarnos y renovarnos.

Cada iglesia, en cientos lugares del mundo, se convierte en un estandarte que pregona la presencia de un grupo que espera, intenta vivir y seguir las enseñanzas de Jesús Maestro.

Sólo podremos edificar un mundo mejor, si nos edificamos, primero, a nosotros mismos.

Dejemos que brille la naturalidad que Dios nos ha dado.

Los extremos son malos.

La belleza del templo católico es, precisamente, la comunidad que celebra y se congrega dentro de él.

La mayor inversión que podemos hacer es, vivir lo que escuchamos dentro de cada iglesia.

Lo contrario sería un maquillaje con sonidos de campanas, altas torres y bonitas fachadas pero con poco cimiento y fundamento.

El Señor nos invita cada día a ofrecer y levantar un espacio de nuestro corazón y de nuestra vida a Dios.

Y, eso, no es maquillaje es –simplemente- hacer de nosotros mismos un templo vivo, eficaz y real para Dios.

Amén.

 

2025 CICLO C TIEMPO ORDINARIO XXXII

DEDICACIÓN DE LA BASILICA DE SAN JUAN DE LETRÁN

 

Dedicación de la catedral de Roma, San Juan de Letrán, raíz de comunión de un extremo al otro de la tierra. Por lo tanto, no celebramos un templo de piedras, sino la casa de un Dios que ha elegido como morada al hombre y la tierra su cielo.

El Evangelio nos propone encontramos al Jesús que no esperábamos, con un látigo en la mano. Nos presenta al maestro apasionado, que utiliza gestos y palabras, para indicar el camino y que no se resigna con las cosas mal hechas: lucha con nosotros para que florezca el hombre y el mundo.

Probablemente, una hora después, los mercaderes, recuperadas las palomas y las monedas, habían vuelto a ocupar sus puestos. Pero el gesto de Jesús ha llegado hasta nosotros, profecía que sacude a nuestras prácticas religiosas del riesgo de hacer mercado de la fe.

Jesús expulsa a los mercaderes porque la fe se ha convertido en objeto de compraventa. Los astutos la utilizan para ganar dinero, los piadosos para congraciarse con el Poderoso: yo te doy oraciones, tú me das gracias; yo te doy sacrificios, tú me das la salvación.

Jesús expulsa del patio a los animales destinados al sacrificio cruento, anticipando el cambio radical que traerá consigo la cruz: Dios ya no nos pide sacrificios, sino que se sacrifica a sí mismo por nosotros. No exige nada, lo da todo. Fuera los mercaderes, entonces. La Iglesia se volverá bella y santa si realiza las acciones de Jesús en el patio del templo: expulsemos la fe que se convierte en mercado y en compra venta. Una Iglesia con delantal y no opulenta.

Jesús amó mucho el templo de Jerusalén, lo admiró, se indignó, incluso lloró por su inminente destrucción. Lo llamó «casa del Padre» y lo cuestionó: destruid este templo y yo lo resucitaré en tres días. De nuestros magníficos templos no quedará piedra sobre piedra. Hablaba del templo de su cuerpo. Nosotros seguiremos siendo la casa de Dios para siempre: hay gracia y presencia de Dios en cada criatura. Es mejor que se derrumben todas las iglesias y templos, antes que caiga un solo hombre. El templo de Dios somos nosotros, es la carne del hombre. Todo lo demás es decorativo. El templo santo de Dios es la persona, ante el cual «deberíamos quitarnos las sandalias» como Moisés ante la zarza ardiente «porque es tierra santa», morada de Dios.

Pasemos, pues, de la gracia de las paredes a la gracia y la santidad de los rostros.

Jesús no se dirige a los guardianes de los templos, sino a cada uno: la última casa del Padre eres tú. Una casa abarrotada de ovejas y bueyes, de dineros y palomas, ya no deja traslucir a Dios.

Hay que volver a encaminarse, a volver a ser transparencia y rendija de Dios. Que sigue y siempre sigue de viaje: el misericordioso sin templo busca un templo, el Dios que no tiene casa la busca precisamente en mí. Si lo acogemos, solo entonces todo el mundo será cielo, cielo de un solo Dios.

Dia de la Iglesia diocesana, abramos los horizontes de nuestra parroquia y ensanchemos el corazón.