miércoles, 22 de octubre de 2025


 

2025 MEDITACIÓN EUCARÍSTICA:

EL CABALLITO

Querido Jesús nos encontramos junto a ti en esta tarde para descansar y serenar nuestra alma. A veces, en el camino de la vida, creemos que la fuerza depende únicamente de nuestras propias camas. Caminamos confiados, pero lega un momento en que el cansancio, la tristeza o el miedo nos detienen.

Dios Padre sale siempre a nuestro encuentro, puede ser una persona que nos escucha sin juzgar, una palabra de aliento que lega en el momento justo, un sonrisa inesperada o incluso un silencio que transmita paz. Dios muchas veces no interviene de forma espectacular, sino a través de gestos sencillos que nos reaniman y nos permiten seguir adelante.

Cuando somos conscientes de lo mucho que hemos sido sostenidos por ti gracia, aprendemos a mirar con compasión a nuestros hermanos que se han detenido en el camino. Escuchemos esta historia.

EL CABALLITO : Un padre levantó a su hijito a dar un paseo largo en el bosque. El padre le iba enseñando las cosas del bosque, como se llamaban los árboles, las flores, solo tenía 5 años y le dijo a su papá: móntame a caballo. Su padre subió a Pablito sobre sus hombros y empezaron a caminar. Pablito estaba emocionado y preguntaba a su papá por todo aquello veía desde la altura de los hombros.

Cuando regresaban el padre de Pablito le dijo: ahora el regreso a casa lo vas a hacer caminando. Como era pequeño, lo había levantado sobre sus hombros por mucho rato. Luego, lo puso sobre sus pies y le dijo que debería caminar hasta la casa. Al rato, el pequeño lloraba porque estaba muy cansado, demasiado cansado para dar un paso más. El padre cortó un palito y lo limpió muy bien de toda astilla, mientras el niño observaba. Al terminar, dijo:

- Mira, hijo, te presento contigo propio caballito, para que te quite a casa.

Encantado, el niño se montó sobre su caballito, y felizmente llegó a su casa. Y en casa dio vueltas por todo el jardín, hasta que tuvo que ir a bañarse y acercarse, ya rendido.

A veces nuestro Padre Celestial nos quita, ya veces nos deja andar, y muchas veces creemos que ya no podemos más cuando alguien, movido por El, nos ofrece un caballito - una idea, una promesa, una canción nueva, un cariño, una oración intercesora -, lo que sea, y sobre ese corcel legamos a la meta. Todos necesitamos un caballito en algún momento de la vida.

Señor Jesús en este sencillo relato encontramos una hermosa imagen de la pedagogía de Dios. Nuestro Padre celestial, en su infinita sabiduría, sabe cuándo debe cargarnos sobre sus hombros y cuándo permitir que caminemos por nuestro cuenta. Es ahí donde se revela el amor del Padre: no siempre quitando el cansancio, sino dándonos un caballito que nos devuelva la esperanza.

Ese caballito puede tomar muchas formas. No porque se desentienda de nosotros, sino porque desea que aprendamos a confiar, a fortalecer la fe, ya descubrir que incluso en la debilidad su presencia permanece constante.

Cuando el niño del cuento ya no puede más, el padre no lo reanuda ni lo deja solo. Tampoco vuelve a cargarlo como antes, sino que le ofrece algo nuevo: un caballito que desperta en él ilusión, fuerza y ​​alegría. Así actúa Dios con nosotros: cuando sentimos que ya no tenemos fuerzas, Él nos sorprende con un signo de amor, un detalle pequeño pero lleno de fuerza espiritual. El Señor nos anima a continuar el camino. No siempre quita el peso, pero sí nos enseña a quitarlo como esperanza.

Dios es un Padre que no se olvida de sus hijos cansados. En los momentos de prueba, cuando la oración parece seca o la vida difícil, puede estar preparándonos nuestro propio caballito: algo que, aunque sencillo, nos devolverá la alegría de andar con El.

Y también nosotros somos llamados a ser instrumentos de esa ternura divina. El Espíritu Santo puede usar nuestras manos, nuestras palabras y nuestra oración para ofrecerle descanso a otros peregrinos que ya no pueden seguir. Quizás el caballito que Dios quiere entregarles pase por nosotros: un gesto de comprensión, una bendición, una sonrisa que nace del amor. El amor cristiano no se demuestra sólo en grandes obras, sino en la capacidad de reconocer el cansancio ajeno y ofrecer alivio. Tal vez no podamos resolver todos los problemas del otro, pero podemos ponerle en las manos un pequeño palo convertido en esperanza, con la ternura y la fe de quien confía en que Dios va a usar ese gesto para obrar algo más grande. Amén

sábado, 18 de octubre de 2025


 

2025 CICLO C TIEMPO ORDINARIO XXIX. DOMUND

El Señor sigue enseñando a sus discípulos y a nosotros cada día, cada vez que nos acercamos a su Palabra y la escuchamos. En el evangelio Jesús, a través de una parábola, nos enseña cómo debemos orar siempre, sin desfallecer, sin desanimarnos.

También celebramos la jornada de oración por las misiones y las personas que allí anuncian a Jesucristo, la jornada del Domund.

La parábola es breve y se entiende bien. Dos personajes: Un juez que No teme a Dios y no le importan las personas. Es un hombre sordo a la voz de Dios e indiferente al sufrimiento de los oprimidos.

Una viuda, una mujer sola, privada de un esposo que la proteja y sin apoyo social alguno; es frágil e indomable al mismo tiempo. Ha sufrido una injusticia y no baja la cabeza. En la tradición bíblica, estas «viudas» son, junto con los huérfanos y los extranjeros, el símbolo de las gentes más indefensas. Los más pobres de los pobres. La mujer no puede hacer otra cosa sino presionar, moverse una y otra vez para reclamar sus derechos, sin resignarse a los abusos de su adversario. Sólo quiere que le hagan justicia.

Durante un tiempo, el juez no reacciona. No se deja conmover; no quiere atender aquel grito incesante. Después reflexiona y decide actuar. No por compasión ni por justicia. Sencillamente para evitarse molestias y para que las cosas no vayan a más.

Si un juez tan mezquino y egoísta termina haciendo justicia a esta viuda, Dios, que es un Padre compasivo, atento a los más indefensos, «¿no hará justicia a sus elegidos, que le gritan día y noche?».

La parábola encierra un mensaje de confianza. Los pobres no están abandonados a su suerte. Dios no es sordo a sus gritos. Está permitida la esperanza. Su intervención final es segura. Pero ¿no tarda demasiado? Hemos de confiar, de invocar a Dios de manera incesante y sin desanimarnos. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?

Porque rezar es como amar. De hecho, siempre hay tiempo para amar: si amas a alguien, lo amas siempre. No se reza para cambiar la voluntad de Dios, sino el corazón del hombre. No se reza para obtener, sino para ser transformados. Contemplar transforma. Uno se convierte en lo que contempla con los ojos del corazón. Uno se convierte en lo que reza. Uno se convierte en lo que ama.

El Domund y la necesidad de rezar por los misioneros y por sus gentes a las cuales sirven, rezar para que sea un servicio eficaz que cure las heridas y las llagas de la humanidad, no solo con palabras de fe y confianza sino en actitudes concretas y actos reconocibles y transformantes. La misión es esencial para la Iglesia y todos podemos participar en ella a través de la oración, el testimonio y la solidaridad económica, apoyando así la labor evangelizadora en lugares de mayor necesidad. Es una invitación a compartir la esperanza y ser parte de una gran familia.


 


 

ACCIÓN DE GRACIAS

Señor, que nos llamas a seguirte como discípulos.

Haz que respondamos con generosidad a tu llamada.

Haz que nuestras comunidades cristianas, vivan el misterio de tu amor, irradien la luz de tu perdón y misericordia.

Danos fortaleza para superar las dificultades que como cristianos y misioneros encontramos.

Sabemos que Tú estás siempre con nosotros, enséñanos a permanecer en ti, envíanos incesantemente tu Espíritu Santo.

Te lo pedimos por intercesión de María, Madre tuya y Madre nuestra.

Con ella te seguimos como discípulos y con ella caminamos hacia todos los pueblos como misioneros de tu Palabra.

Amén.

 

miércoles, 15 de octubre de 2025


 

Meditación eucarística:

EL REGALO DE CUMPLEAÑOS

Querido Jesús sacramentado venimos aquí en esta tarde para aprender de ti, aprender tú humildad, tu mansedumbre, tu bondad y generosidad. Sólo tú eras capaz de derribar nuestros orgullos y nuestras falsas modestias. Nos encantaría vivir como hermanos y tratarnos con respeto y generosidad. Escuchemos esta bonita lección.

El regalo de cumpleaños : Se acercaba mí cumpleaños, y quería ese año pedir un deseo especial al apagar las velas de mí pastel. Caminando por el parque, me sentí cerca de un mendigo que estaba en uno de los bancos, el más retirado, viendo dos palomas revolotear cerca del estanque, y me pareció curioso ver al hombre de aspecto abandonado, mirar a las avecillas, con un sonrisa en la cara, que parecía eterna. Me acercó a él con la intención de preguntarle por qué estaba tan feliz.

Quise también sentirme afortunado al conversar con él, para sentirme más orgulloso de mis bienes, porque yo era un hombre al que no le faltaba nada; tenía mi trabajo, que me producía muchos dineros (claro, cómo no iba a producírmelo trabajando tanto); tenía mis hijos a los que, gracias a mi esfuerzo, tampoco les faltaba nada, y tenían los juguetes que quisieran.

En fin, gracias a mis interminables horas de trabajo, no le faltaba nada ni a mi esposa ni a mi familia completa. Me acercó entonces al hombre, y le pregunté:

- Caballero, ¿qué pediría usted como deseo en su cumpleaños?

Pensé que el hombre me contestaría que dinero, y así de paso, le daría unos billetes que tenía y hacer la obra de caridad del año.

Quedó sorprendido cuando el hombre me contesta lo siguiente, como el mismo sonriso en su rostro, que no se le había borrado y nunca se le borrará.

- Amigo, si pidiera algo más de lo que tengo sería muy egoísta, yo ya he tenido de todo lo que necesita un hombre en la vida y más.

Vivía con mis padres y mi hermano, antes de perderlos una tarde de junio. Hace mucho, conocí el amor de mi padre y mi madre, que se desvivían por darme todo el amor que les era posible, dentro de nuestras limitaciones económicas; al perderlos sufrió muchísimo, pero entendió que hay otros que nunca conocieron ese amor que yo viví, y me sintió mejor.

Cuando joven, conocí a una chica de la que me enamoré perdidamente. Un día, la besó y estalló en mí el amor hacia aquella joven tan bella que después se marchó. Mi corazón sufría mucho, pero recordé ese momento, y pensé que hay personas que nunca han conocido el amor, y me sintió mejor. Un día, en este parque, un niño correteando cayó al suelo y empezó a llorar; yo fui y le ayudé a levantarse, le secó las lágrimas con mis manos y jugó con él por unos instantes, y aunque no era mi hijo, me sintió padre, y me fui feliz porque pensé que muchos no han conocido ese sentimiento. Cuando siento frío y hambre en el invierno, recuerdo el alimento de mi madre y el calor de nuestra pequeña casita y me siento mejor, porque hay otros que nunca lo han oído y tal vez no lo sientan nunca.

Cuando consigo dos piezas de pan, comparto una cono otro mendigo del camino y siento el placer que da compartir con quien lo necesita, y recuerdo que hay unos que jamás oirán esto. Por eso, mi querido amigo, qué más puedo pedir a Dios de la vida, cuando lo he tenido todo, y lo más importante es que estoy consciente de ello; puedo ver la vida en su más simple expresión, como esas dos palomitas jugando, ¿qué necesitan ellas?, ¡lo mismo que yo, nada! Estamos agradecidos al cielo de esto, y sé que usted pronto lo estará también.

Después de haberme dado esa respuesta, miré hacia el suelo un segundo, como perdido en la grandeza de las palabras de aquel sabio que me había abierto los ojos en su simplicidad, y cuando miré a mi lado ya no estaba, sólo las palomitas allí, en su mundo, revoloteando. En ese momento sintió un arrepentimiento enorme de la forma en que había vivido sin haber conocido la vida; nunca pensé que aquel mendigo, tal vez un ángel enviado por el Señor, me daría el regalo más precioso que se le puede dar a un ser humano: LA HUMILDAD.

Jesús que hermosa historia, ayuda a saber saborear la vida, la auténtica vida, que se encuentra en los pequeños detalles que hacen la diferencia. La humildad es el gran regalo que hoy te pedimos Señor. Debes tener una visión realista de nosotros mismos, reconociendo tanto nuestras fortalezas como nuestras debilidades, sin arrogancia ni falsa modestia. La persona humilde no se siente superior a los demás, aunque tenga logros o talentos notables, y está abierta a aprender, a escuchar ya reconocer el valor de otros. Ayúdanos a ser humildes Señor Jesús. Amén.