2025 CICLO C TIEMPO ORDINARIO XXXIV
SOLEMNIDAD DE CRISTO REY DEL UNIVERSO
Queridos hermanos esta festividad
de Jesucristo rey del universo cierra este ciclo litúrgico y nos preparamos
para iniciar un nuevo año con el tiempo del Adviento.
Comenzó su predicación
en Galilea anunciando que el Reino de Dios estaba cerca, que ha llegado a
nosotros, que está dentro de nosotros. El Reino fue el eje de su
predicación. Jesús no se anuncia a sí
mismo, sino al Reino de Dios.
Jesús vino para
anunciar el Reino de Dios, con palabras y con signos. El Reino es un don, una
gracia de Dios, pero no una gracia barata; es también para nosotros una
responsabilidad. Porque el Reino, que no es de este mundo, tiene que ver con
este mundo: Jesús presenta actitudes y valores que transforman a las personas y
sus relaciones, y que suponen una crítica de las instituciones.
El Reino es un conjunto
de actitudes que cambian los corazones, despojándonos de las obras del hombre
viejo y revistiéndonos del hombre nuevo, de entrañas de misericordia, de bondad,
humildad, mansedumbre, paciencia, apoyo mutuo, capacidad de recibir y otorgar
el perdón, y sobre todo, revistiéndonos del amor, que es el vínculo de la
perfección.
Nuestro trabajo por el
Reino será un trabajo paciente, como el lento crecer de la semilla hasta
convertirse en árbol frondoso, aunque sin perder la fe y la esperanza en la
bondad del trigo al que no ahoga la cizaña.
Jesús no es rey al
estilo del mundo, sino que su trono es la cruz y su corona no es de oro sino de
espinas. Él es el autor y el servidor de la vida. Que cambia la lógica de la
historia mediante la revolución de la ternura, la última palabra sobre el
sentido de nuestra existencia y, al mismo tiempo, sobre el corazón de Dios. Jesús
nos dice con sus palabras y con sus gestos que Dios está involucrado, está
aquí, tiene sus manos enredadas para siempre en la espesura de cada vida.
Desde una cierta
distancia, las «autoridades» religiosas y el «pueblo» se burlan de Jesús
haciendo «muecas». Hasta tres veces repite Lucas la burla: «Sálvate a ti
mismo». ¿Qué «Mesías» puede ser este si no tiene poder para salvarse? ¿Qué
clase de «Rey» puede ser?
De pronto, en medio de
tanta burla, una invocación: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu
reino». El otro delincuente, reconoce la inocencia de Jesús, confiesa su culpa
y, lleno de confianza en el perdón de Dios, solo pide a Jesús que se acuerde
él. Jesús le responde de inmediato: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Ahora
están los dos agonizando, unidos en el desamparo y la impotencia. Pero hoy
mismo estarán los dos juntos disfrutando de la vida del Padre. El verdadero
poder, el que cambia el mundo, es la capacidad de amar así, con amor desarmado,
hasta el final, hasta el extremo, hasta el final.
Que venga tu Reino,
Señor, y que sea intenso como la vida misma.








