2025 MEDITACIÓN EUCARÍSTICA:
EL CABALLITO
Querido Jesús nos encontramos junto a ti en esta tarde para descansar y serenar nuestra alma. A veces, en el camino de la vida, creemos que la fuerza depende únicamente de nuestras propias camas. Caminamos confiados, pero lega un momento en que el cansancio, la tristeza o el miedo nos detienen.
Dios Padre sale siempre a nuestro encuentro, puede ser una persona que nos escucha sin juzgar, una palabra de aliento que lega en el momento justo, un sonrisa inesperada o incluso un silencio que transmita paz. Dios muchas veces no interviene de forma espectacular, sino a través de gestos sencillos que nos reaniman y nos permiten seguir adelante.
Cuando somos conscientes de lo mucho que hemos sido sostenidos por ti gracia, aprendemos a mirar con compasión a nuestros hermanos que se han detenido en el camino. Escuchemos esta historia.
EL CABALLITO : Un padre levantó a su hijito a dar un paseo largo en el bosque. El padre le iba enseñando las cosas del bosque, como se llamaban los árboles, las flores, solo tenía 5 años y le dijo a su papá: móntame a caballo. Su padre subió a Pablito sobre sus hombros y empezaron a caminar. Pablito estaba emocionado y preguntaba a su papá por todo aquello veía desde la altura de los hombros.
Cuando regresaban el padre de Pablito le dijo: ahora el regreso a casa lo vas a hacer caminando. Como era pequeño, lo había levantado sobre sus hombros por mucho rato. Luego, lo puso sobre sus pies y le dijo que debería caminar hasta la casa. Al rato, el pequeño lloraba porque estaba muy cansado, demasiado cansado para dar un paso más. El padre cortó un palito y lo limpió muy bien de toda astilla, mientras el niño observaba. Al terminar, dijo:
- Mira, hijo, te presento contigo propio caballito, para que te quite a casa.
Encantado, el niño se montó sobre su caballito, y felizmente llegó a su casa. Y en casa dio vueltas por todo el jardín, hasta que tuvo que ir a bañarse y acercarse, ya rendido.
A veces nuestro Padre Celestial nos quita, ya veces nos deja andar, y muchas veces creemos que ya no podemos más cuando alguien, movido por El, nos ofrece un caballito - una idea, una promesa, una canción nueva, un cariño, una oración intercesora -, lo que sea, y sobre ese corcel legamos a la meta. Todos necesitamos un caballito en algún momento de la vida.
Señor Jesús en este sencillo relato encontramos una hermosa imagen de la pedagogía de Dios. Nuestro Padre celestial, en su infinita sabiduría, sabe cuándo debe cargarnos sobre sus hombros y cuándo permitir que caminemos por nuestro cuenta. Es ahí donde se revela el amor del Padre: no siempre quitando el cansancio, sino dándonos un caballito que nos devuelva la esperanza.
Ese caballito puede tomar muchas formas. No porque se desentienda de nosotros, sino porque desea que aprendamos a confiar, a fortalecer la fe, ya descubrir que incluso en la debilidad su presencia permanece constante.
Cuando el niño del cuento ya no puede más, el padre no lo reanuda ni lo deja solo. Tampoco vuelve a cargarlo como antes, sino que le ofrece algo nuevo: un caballito que desperta en él ilusión, fuerza y alegría. Así actúa Dios con nosotros: cuando sentimos que ya no tenemos fuerzas, Él nos sorprende con un signo de amor, un detalle pequeño pero lleno de fuerza espiritual. El Señor nos anima a continuar el camino. No siempre quita el peso, pero sí nos enseña a quitarlo como esperanza.
Dios es un Padre que no se olvida de sus hijos cansados. En los momentos de prueba, cuando la oración parece seca o la vida difícil, puede estar preparándonos nuestro propio caballito: algo que, aunque sencillo, nos devolverá la alegría de andar con El.
Y también nosotros somos llamados a ser instrumentos de esa ternura divina. El Espíritu Santo puede usar nuestras manos, nuestras palabras y nuestra oración para ofrecerle descanso a otros peregrinos que ya no pueden seguir. Quizás el caballito que Dios quiere entregarles pase por nosotros: un gesto de comprensión, una bendición, una sonrisa que nace del amor. El amor cristiano no se demuestra sólo en grandes obras, sino en la capacidad de reconocer el cansancio ajeno y ofrecer alivio. Tal vez no podamos resolver todos los problemas del otro, pero podemos ponerle en las manos un pequeño palo convertido en esperanza, con la ternura y la fe de quien confía en que Dios va a usar ese gesto para obrar algo más grande. Amén