sábado, 29 de noviembre de 2025


 


 












BENDICIÓN DE LA CORONA DE ADVIENTO Y ENCENDIDO DE LA PRIMERA VELA


 

ACCIÓN DE GRACIAS

QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR

Preparado para que, cuando Tú llames, yo te abra.

Despierto para que, cuando Tú te acerques, te deje entrar.

Alegre para que, cuando Tú te presentes, veas mi alegría.

QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR

Que, el tiempo en el que vivo, no me impida ver el futuro.

Que, mis sueños humanos, no eclipsen los divinos.

Que, las cosas efímeras, no se antepongan sobre las definitiva.

QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR

Y que, cuando nazcas, yo pueda velarte.

Para que, cuando vengas, salga a recibirte.

Y que, cuando llores, yo te pueda arrullar.

QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR

Para que, la violencia, de lugar a la paz.

Para que los enemigos se den la mano.

Para que la oscuridad sea vencida por la luz.

Para que el cielo se abra sobre la tierra.

QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR

Porque el mundo necesita ánimo y levantar su cabeza.

Porque el mundo, sin Ti, está cada vez más frío.

Porque el mundo, sin Ti, es un caos sin esperanza.

Porque el mundo, sin Ti, vive y camina desorientado.

Prepara mi vida personal: que sea la tierra donde crezcas.

Trabaja mi corazón: que sea la cuna donde nazcas.

Ilumina mis caminos: para que pueda ir por ellos y encontrarte.

Dame fuerza: para que pueda ofrecer al mundo lo que tú me das.

Entre otras cosas porque, tu Nacimiento, será la mejor noticia de la Noche Santa que se hará madrugada de amor inmenso en Belén.

 ¡VEN, SEÑOR!

2025 CICLO A

TIEMPO DE ADVIENTO I

El tiempo de Adviento es un canto a la esperanza, no al pesimismo. En la Carta a los Romanos se nos dice que la salvación está cerca. El libro de Isaías nos habla de un nuevo orden mundial en el que «de las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas». A veces nos cansamos de esperar, nos derriba la impaciencia. Jesús nos pide en este domingo que estemos preparados, en vela. No se trata de destrucción, sino inauguración de los tiempos nuevos, tiempos mesiánicos en el que reinará «la paz», el don de todos los dones.

Esperanza es tener certeza de que Dios tiene cuidado del mundo y lo ama. Se manifiesta en la paz que produce y en la confianza de que el mundo entero y nuestra vida están en buenas manos, pues Dios tiene un designio de bondad para cada hombre.

No es fácil, a veces, tener esperanza: Se apagan las luces ante imágenes terribles como la guerra en Ucrania, en Palestina, y otros países más. Y nos acostumbramos, lo peor es acostumbrarse. Tantas veces nos sentimos impotente y nos desalentamos y nos sentimos incapaces e inseguros.

Ante la velocidad y el vértigo de nuestras vidas, sólo pensamos en el presente: el fin de semana, el partido del domingo. Reina el pesimismo, la cobardía, la autosuficiencia, el escepticismo, el vivir mirando sólo el presente, el quejarse de todo, el fatalismo, el quererlo todo ya y no tener paciencia.

Pero es en este mundo donde tiene que brillar la esperanza cristiana. Dice un proverbio: «Si uno sueña solo, es sólo un sueño; si sueñas con otros es el amanecer de una nueva humanidad. Seamos hombres y mujeres, esperanzados y esperanzadores. Jesucristo es el fundamento de nuestra esperanza. Es la hora de recuperarla.

Tiempo de Adviento, tiempo para vivir con atención, porque este mundo es una realidad germinal y lleva otro mundo en su seno. El Adviento anuncia que Dios preside cada situación, que interviene en la historia no con las hazañas de los poderosos, sino con el milagro humilde y sensacional de la vida.

El Adviento no es esperar el nacimiento de Jesús, él ya ha nacido, sino esperar que Dios nazca en mí, para que yo pueda nacer en Dios. Deseo y espera del Dios que viene en silencio; ladrón que no roba nada y lo da todo, siempre extranjero en un mundo y un corazón distraídos.

En tiempos de Noé, los hombres comían y bebían, y no se dieron cuenta de nada, no se dieron cuenta de que aquel mundo había llegado a su fin. No hacían nada malo. Los días de Noé son los nuestros, cuando nos olvidamos de levantar la mirada, más allá y más arriba.

Preparémonos porque viene. Es un hecho: viene. Preparémonos no para protegeros de un ladrón, sino para no perder la cita con un Dios de corazón profundo. El Adviento es el momento de volver a vivir con atención: atentos al Señor y a sus llamadas en lo más íntimo, en el gemido y en el júbilo de la historia y de la creación. Atentos a sus huellas en el polvo, al susurro en el viento, a quien llama a la puerta: yo soy el destino de su viaje.

 

miércoles, 26 de noviembre de 2025


 

MEDITACIÓN EUCARÍSTICA

EL BESO DE DIOS

Jesús amigo, aquí estanos delante de ti para sosegar nuestra alma y nuestro corazón. A veces la vida nos sacude y nos incomoda y no sabemos encajar bien los golpes y por eso nos rebelamos y nos desesperamos. Necesitamos de tu presencia, de tu mirada cariñosa y compasiva para sentirnos amados y queridos por ti y por nuestro Padre Dios.

Con este amor en nuestro corazón seguramente viviríamos nuestra existencia con sabiduría y entrega constante, sin quejarnos nunca de los planes de Dios sobre nosotros, que tantas veces nos sabemos interpretar. Ayúdanos tú y nunca nos dejes de tu mano. Sabemos que no lo haces, pero haznos sentirlo con fuerza. Escuchemos esta bonita historia.

El beso de Dios: Cuentan que un niño judío llamado Mortakai se resistía a ir a la escuela. Cuando cumplió seis años, su madre lo llevó al colegio, pero él lloraba y protestaba por el camino e, inmediatamente después que su madre se marchó, el niño terco regresó corriendo a su casa. Ella lo volvió a llevar a la escuela. Esta escena se repitió varios días. El niño se resistía a quedarse en la escuela. Sus padres trataron de convencerle con razones, arguyendo que él, como todos los niños, tenía que ir a la escuela.

En vano. Sus padres intentaron entonces el viejo truco de aplicarle una adecuada combinación de sobornos y amenazas. Tampoco esto fue efectivo.

Finalmente, desesperados, sus padres fueron a visitar a su rabino y le explicaron la situación. Por su parte, el rabino dijo simplemente:

- Si el niño no atiende a las palabras, traédmelo.

Los padres llevaron al niño a la oficina del rabino. El rabino no dijo ni palabra. Sencillamente aupó al niño sobre su regazo, y lo abrazó y apretó un rato largo contra su corazón. Después, todavía sin decir palabra, lo bajó de su regazo.

Lo que las palabras no habían podido lograr, un abrazo silencioso lo consiguió. Mortakai no sólo comenzó a ir a la escuela de buena gana, sino que más adelante llegó a ser gran profesor y rabino.

Lo que esta parábola expresa maravillosamente es cómo funciona la Eucaristía. En ella, Dios nos abraza físicamente. Efectivamente, eso es lo que son los sacramentos, abrazos físicos de Dios. Las palabras, como sabemos, tienen un poder relativo. En ocasiones críticas, con frecuencia nos fallan las palabras. Cuando pasa esto, tenemos todavía otro lenguaje, el lenguaje de los ritos. El ritual más antiguo y más primordial de todos es el ritual del abrazo físico. Puede expresar y lograr lo que no pueden las palabras.

Jesús actuó en esa línea. En la mayor parte de su ministerio, usó palabras. Por medio de palabras intentó traernos el consuelo, el reto y la fuerza de Dios. Sus palabras, como toda palabra, tenían un cierto poder. Efectivamente, sus palabras movían corazones, curaban a la gente y realizaban conversiones. Pero, al mismo tiempo, por más poderosas que fueran, las palabras se volvieron también insuficientes. Se necesitaba algo más. Así pues, en la noche previa a su muerte, habiendo agotado lo que podía expresar y hacer con palabras, Jesús fue más lejos, y las superó. Nos dio la Eucaristía, su abrazo físico, su beso, un ritual por el que nos abraza y nos guarda en su corazón. La Eucaristía es el beso de Dios.

Chesterton escribió una vez: “Llega un momento, normalmente al atardecer, cuando el niño se cansa de jugar a policías y ladrones. Es entonces cuando comienza a molestar y a meterse con el gato”. Las madres con niños pequeños conocen demasiado bien esa hora del atardecer y su dinámica particular. Llega un momento, normalmente justo antes de la cena, cuando la energía del niño es baja, cuando se siente cansado y gimotea y cuando la madre ha agotado su paciencia y su repertorio de avisos: “¡Deja eso quieto! ¡No hagas eso!” El niño, tenso y abatido, se abraza a la pierna de su madre. En ese momento la madre sabe lo que hacer. Coge y coloca al niño en su regazo. Contacto físico, no palabra, es lo que se necesita. En los brazos de su madre, el niño se va calmando y la tensión desaparece de su cuerpo por completo.

Esa es una buena imagen o símbolo aplicable a la Eucaristía. Nosotros somos ese niño tenso, nervioso perdido, siempre atormentando al gato. Llega un momento, también con Dios, cuando las palabras no son suficientes. Dios nos tiene que aupar, tomar en sus brazos, como hace la madre con su hijo. Lo que se necesita es un abrazo físico. La piel necesita que la toquen. Dios sabe eso. Por eso Jesús nos dio la Eucaristía. Amén.

domingo, 23 de noviembre de 2025


 

2025 CICLO C TIEMPO ORDINARIO XXXIV

 SOLEMNIDAD DE CRISTO REY DEL UNIVERSO

Queridos hermanos esta festividad de Jesucristo rey del universo cierra este ciclo litúrgico y nos preparamos para iniciar un nuevo año con el tiempo del Adviento.

Comenzó su predicación en Galilea anunciando que el Reino de Dios estaba cerca, que ha llegado a nosotros, que está dentro de nosotros. El Reino fue el eje de su predicación.  Jesús no se anuncia a sí mismo, sino al Reino de Dios.

Jesús vino para anunciar el Reino de Dios, con palabras y con signos. El Reino es un don, una gracia de Dios, pero no una gracia barata; es también para nosotros una responsabilidad. Porque el Reino, que no es de este mundo, tiene que ver con este mundo: Jesús presenta actitudes y valores que transforman a las personas y sus relaciones, y que suponen una crítica de las instituciones.

El Reino es un conjunto de actitudes que cambian los corazones, despojándonos de las obras del hombre viejo y revistiéndonos del hombre nuevo, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, apoyo mutuo, capacidad de recibir y otorgar el perdón, y sobre todo, revistiéndonos del amor, que es el vínculo de la perfección.

Nuestro trabajo por el Reino será un trabajo paciente, como el lento crecer de la semilla hasta convertirse en árbol frondoso, aunque sin perder la fe y la esperanza en la bondad del trigo al que no ahoga la cizaña. 

Jesús no es rey al estilo del mundo, sino que su trono es la cruz y su corona no es de oro sino de espinas. Él es el autor y el servidor de la vida. Que cambia la lógica de la historia mediante la revolución de la ternura, la última palabra sobre el sentido de nuestra existencia y, al mismo tiempo, sobre el corazón de Dios. Jesús nos dice con sus palabras y con sus gestos que Dios está involucrado, está aquí, tiene sus manos enredadas para siempre en la espesura de cada vida.

Desde una cierta distancia, las «autoridades» religiosas y el «pueblo» se burlan de Jesús haciendo «muecas». Hasta tres veces repite Lucas la burla: «Sálvate a ti mismo». ¿Qué «Mesías» puede ser este si no tiene poder para salvarse? ¿Qué clase de «Rey» puede ser?

De pronto, en medio de tanta burla, una invocación: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». El otro delincuente, reconoce la inocencia de Jesús, confiesa su culpa y, lleno de confianza en el perdón de Dios, solo pide a Jesús que se acuerde él. Jesús le responde de inmediato: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Ahora están los dos agonizando, unidos en el desamparo y la impotencia. Pero hoy mismo estarán los dos juntos disfrutando de la vida del Padre. El verdadero poder, el que cambia el mundo, es la capacidad de amar así, con amor desarmado, hasta el final, hasta el extremo, hasta el final.

Que venga tu Reino, Señor, y que sea intenso como la vida misma.