miércoles, 17 de diciembre de 2025


 

2025 MEDITACIÓN EUCARÍSTICA

La Navidad, misterio de luz

 

Contigo Jesús en esta tarde queremos meditar la enorme luz y claridad que presenta tu nacimiento en medio de nuestro mundo viejo y cansado y con tantos momentos de oscuridad. En estas fechas el realismo el profeta Isaías nos enseña que para poder evangelizar al mundo hay que erradicar las tinieblas del pecado: “El pueblo que caminaba en tinieblas, vio una luz grande; creció la alegría y aumentó el gozo, porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado y es su nombre Príncipe de la paz” (Is 9,1-6).

LA NAVIDAD MISTERIO DE LUZ

Para ello necesitamos a Cristo, luz que ilumina a todo hombre, que viene a este mundo, pues en la Palabra está la Vida y la vida es la luz de los hombres, aunque la Palabra vino a su casa y los suyos no la recibieron, pero a cuantos la recibieron les da el poder de ser hijos de Dios.

Imagínate las consecuencias de un apagón de luz en una gran ciudad: todo se paraliza y el miedo y la muerte intentan imponer su ley.

Contempla ahora la Hostia consagrada, que es como un foco potente que te deslumbra, y ya por doquier sólo ves luz, sólo ves a Cristo… Y oímos la voz de Pío XII a los misioneros de Alaska que, ante la dificultad de mantener encendida la lamparilla del Sagrario, les dice que ellos sean lámparas vivientes del Sagrario.

La Eucaristía es como la zarza que arde sin consumirse como señal de una presencia especial de Dios entre los hombres; es la luz que despide Jesús en su Transfiguración y Resurrección… y con razón el cristiano eucarístico repite con Pedro: ¡Qué bien se está aquí! ¿Dónde vamos a ir, si Tú tienes palabras de vida eterna?

Dios es mucho más potente que las estrellas, que las farolas, que las músicas o que las pantallas de nuestro mundo inquieto y confuso.

Una farola humilde, pequeña, luminosa. Las estrellas no pueden competir con ella. ¿Por qué? Porque la luz cercana es capaz de eclipsar astros potentes que envían inmensos rayos de luz desde muy lejos, a muchos millones de kilómetros de distancia.

Así ocurre también con la luz de Dios si la convertimos en algo lejano, casi invisible. Preferimos una farola cercana a ese rayo de esperanza que vino al mundo para iluminar a cada hombre. Preferimos un juego, un placer, un rato de sueño, un libro apasionante, mientras no tenemos tiempo para escuchar la voz de un Padre que habla en lo más íntimo de cada conciencia.

Para ver estrellas maravillosas hay que alejarse de aquellas farolas que impiden ver las hermosuras de nuestro cielo. Para escuchar a Dios hemos de apartarnos de hábitos de pecado, de apegos a bienes materiales o espirituales, para lanzarnos a la aventura de la escucha de la Palabra.

Dios es mucho más potente que las estrellas, que las farolas, que las músicas o que las pantallas de nuestro mundo inquieto y confuso. Si damos un paso decidido hacia espacios nuevos, dejaremos que la Luz brille en nosotros, y sentiremos, en lo más íntimo del alma, una seguridad inigualable, que nace cuando descubrimos, por vivir en la Luz, que somos amados por un Padre bueno.

Una luz que brille en medio de la oscuridad. Las formas emergen en medio de la noche. Empezamos a ver con algo de nitidez lo que bulle a nuestro alrededor. Un mundo de prisas y angustias trata de absorbernos, mientras el reloj corre y suena el teléfono.

Hay ocasiones en que la vida nos arrastra. Dejamos que los hechos marquen la pauta de nuestras acciones. Vivimos como despojados de quereres propios y esclavos de voluntades ajenas. Pero cuando una luz clara nos hace ver cómo perdemos el tiempo entre actos superfluos y superficiales, estamos en condiciones para dar un paso fuera de las tinieblas y de las dudas asfixiantes.

Esa luz vino al mundo, habló a los pobres y a los ricos, visitó a los enfermos, consoló a los tristes, denunció el pecado, anunció la gran fiesta de la misericordia. Esa luz tuvo un rostro y un nombre: Jesucristo. Queda atrás la noche con sus tinieblas y sus miedos. Rompemos con ambiciones que carcomen lo mejor del alma. Abrimos el corazón a Dios, que nos conoce y ama como Padre bueno. Una luz clara ilumina los ojos de mi alma y me impulsa a pedir perdón, a perdonar, y a buscar la paz que viene de lo alto y que llena la vida de esperanza. Amén

sábado, 13 de diciembre de 2025


 


 


 


 En caso de lluvia se suspenderá la romería y la misa de campaña


 

ACCIÓN DE GRACIAS

¿QUIÉN ERES TÚ, SEÑOR?

Decimos que eres el esperado

pero ¡esperamos a tantos y tantas cosas!

Decimos que haces ver a los ciegos,

pero nos cuesta tanto mirar por tus ojos.

Decimos que haces andar a los paralíticos,

pero se nos hace tan difícil caminar por tus senderos!

Vienes a limpiar nuestras conciencias,

y nosotros preferimos caminar en el fango.

Sales a nuestro encuentro para darnos vida,

y abrazamos las cuerdas que nos llevan a la muerte.

Te adelantas para enseñarnos el camino de la paz,

y somos pregoneros de malos augurios.

¿QUIÉN ERES TÚ, SEÑOR?

Como Juan, queremos saberlo, Señor.

Como Juan, quisiéramos preparar tu llegada, Señor.

Como Juan, aún en la cárcel,

en la que a veces se convierte el mundo,

levantamos nuestra cabeza porque queremos que Tú nos liberes

Si eres la alegría, infunde a nuestros corazones júbilo.

Si eres salud, inyéctanos tu fuerza y tu salvación.

Si eres fe, aumenta nuestro deseo de seguirte.

Si eres amor, derrámalo en nuestras manos.

para, luego, poder ofrecerlo a nuestros hermanos.

Quien quiera que seas…sólo sé que el mundo te necesita.

Que el mundo requiere de un Niño que le devuelva la alegría.

Que la tierra, con tu Nacimiento, recobrará la paz y la esperanza.

Por eso, Señor, porque sabemos quién eres Tú…

Ven y no tardes en llegar…Señor. Amén.


 

2025 CICLO A

TIEMPO DE ADVIENTO III

Hoy, Domingo III de Adviento, es el domingo “Gaudete”, es decir de la alegría, estad alegres. La alegría cristiana brota de esta certeza: Dios está cerca, está conmigo, está con nosotros, en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, como amigo y esposo fiel. Y esta alegría permanece también en la prueba, incluso en el sufrimiento; y no está en la superficie, sino en lo más profundo de la persona que confía en Él. 

Hay alegría, porque un Niño nos va a nacer, será nuestra sonrisa, nuestra fortaleza en Navidad. Desde ahora, vislumbramos lo que acontece en Navidad. Pero ojo que nadie sustituya ni nos robe la alegría cristiana derivándola hacia un puro sentimentalismo de luces, recuerdos y colores.

Viene, Dios, a salvarnos. Viene, Dios, y nuestras tristezas y llantos, tendrán un final. Por eso es el domingo del regocijo. En el mundo, desgraciadamente, no abundan las buenas noticias. Para una que viene envuelta en alegría, surgen otras tantas que nos sobresaltan y nos hacen morder el polvo de nuestra realidad.

Para celebrar con verdad la próxima Navidad, hay que tener, hambre, pero no de turrón ni sed de licor, sino hambre de Dios. Ganas de que, su llegada, inunde la reunión de nuestras familias; motive e inspire los villancicos; que, su inmenso amor, mueva espontáneamente y en abundancia nuestra caridad o que, el silencio en el que se acerca haga más profunda y sincera nuestra oración.

Sigamos preparando los caminos al Señor y si podemos hagámoslo con alegría. Sin desencanto ni desesperación. El Señor, no quiere sonrisas postizas, pero tampoco caras largas. No estamos solos ni desahuciados, el Señor acompaña nuestra historia y viene, siempre viene, aunque en ocasiones no sea como imaginábamos… ya está aquí porque también tiene sed de nosotros.

Juan Bautista, el más grande entre los nacidos de mujer, está aturdido, duda y pide ayuda. ¿Eres tú o debemos esperar a otro?

Y Jesús responde de manera maravillosa: no ofrece definiciones, pensamientos, ideas, teología, ni siquiera responde con un «sí» o un «no». Cuenta historias: Los ciegos ven, los cojos andan… Cuenta seis historias que comunican vida.

Jesús parte de los últimos de la fila, por las lágrimas: ciegos, lisiados, sordos, leprosos, muertos, pobres...; por donde la vida está más amenazada. Y les hace un vestido de caricias. No cura a la gente para reforzar las filas de los discípulos, sino para devolverles la humanidad plena y curada, para que sean hombres libres y completos. Y para que no tengan que llorar más. Y les pide a los discípulos de Juan el Bautista que continúen la historia: contad lo que veis y oís.

Esta es la narración que más necesita la tierra para alimentarse: historias de creyentes creíbles. Aprendamos con Jesús a ver todo el amor y la bondad que nos rodea; a caminar y crecer rompiendo con las perezas, los egoísmos y temores; a convertirnos en un signo de esperanza, en un anuncio de bien.