miércoles, 23 de agosto de 2023


 

 

2023 AGOSTO MEDITACIÓN EUCARISTICA.

Las apariencias engañan

 

Señor Jesús, reunidos en esta tarde alrededor del Santísimo sacramento queremos gozar de tu presencia y darnos cuenta de todos los dones que nos concedes continuamente y cuanto necesitamos de la honradez y de la sencillez para apreciar esos mismos dones en nosotros y en los hermanos. No solo fijarnos en el exterior sino intentar ver el corazón, porque las apariencias a veces engañan. Escuchemos esta bella historia.

Las apariencias engañan: En una prestigiosa universidad de Sudamérica, el primer día de clase, se encontraba en la biblioteca un hombre vestido de vaqueros, camiseta de cuadros, limpio, cabello largo y unas zapatillas deportivas muy usados, pero cómodas. En sus manos llevaba varios libros.

- ¿Quién es ese hombre?, era la pregunta general.

- Es un profesor de Física, y viene de Norteamérica, fue la respuesta.

Caminando lentamente por el campus, se dirigió hacia las oficinas de la secretaría de la universidad. Una vez allí, pidió, en un español poco fluido, una entrevista con el decano. Le indicaron que estaba en una reunión con un grupo de profesores. El hombre insistió en verlo. La secretaria lo buscó, y al rato salió el decano a verlo.

Luego de saludarlo, el hombre le dijo: Vengo a pedir trabajo como profesor de Física.

El decano miró su apariencia de arriba abajo. Su aspecto era la antítesis de un profesor universitario. De pronto, el decano dibujó una leve sonrisa en su rostro y lo invitó a que lo acompañara. Entraron en una sala donde había una media docena de profesores universitarios. El decano le dijo:

- Hace poco recibimos este libro como texto guía. Estamos aquí intentando solucionar unos problemas de Física. Si usted es capaz de resolverlos, lo contrato como profesor.

El hombre tomó el texto, se dirigió a una pizarra y tranquilamente comenzó a resolver uno a uno los problemas que le habían indicado. El resto de profesores cambiaron poco a poco la sonrisa de burla que tenían en sus rostros por una cara de asombro.

Cuando terminó, el decano, atónito, le dijo casi tartamudeando:

- ¿Cómo pudo hacerlo? ¡Hemos estado aquí varios días sin poder resolver estos teoremas!

El hombre, respondió simplemente, con sencillez: Yo soy el autor del libro.

Inmediatamente fue admitido como profesor de física en esa universidad.

 

La mejor forma de equivocarnos con las personas es juzgarlas por su aspecto externo. Ninguna persona encaja fácilmente en los estereotipos que nos formamos de ella. Es por ello que Dios nos avisa: "No mires su apariencia, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Dios no mira lo que mira el hombre, pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón"(1 Sam 16:7).

Con qué facilidad prejuzgamos a las personas en sentido positivo o negativo. Y encima, muchas veces nos enorgullecemos de la capacidad que tenemos de conocer a las personas a primera vista. Ya el Señor nos dio la clave para conocer a las personas: “Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7:16).

Otras veces nos ocurre todo lo contrario; vemos las obras malas de una persona, pero no somos capaces de corregirle, enseñarle o sencillamente decir: “esa amistad no me conviene”. O vemos las obras buenas de una persona; pero como ya nos hicimos un juicio negativo de ella, siempre andamos buscando algún defecto que nos dé la razón: “¡ves, ya te decía yo! ¡No te fíes de fulano, pues parece ser que…!

Si queremos de verdad valorar a las personas como son, no nos fiemos tanto de las apariencias sino de sus obras. Si los frutos son buenos, la persona es buena; pero si los frutos son malos, así lo es también la persona. Jesús enséñanos a no criticar tanto a los demás peros sobre todo no publiquemos todos los defectos a los cuatro vientos. Pensemos que también nosotros tenemos una viga en nuestro ojo y no veamos tanto la mota de los hermanos. Ensalcemos las virtudes de los demás y recemos por sus defectos.

Así pues, como nos dijo el Señor: “Por sus frutos los conoceréis” Amén.

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