sábado, 8 de agosto de 2020

 

2020 AÑO A TIEMPO ORDINARIO XIX

 

Nos encontramos con el episodio de Jesús que se cerca a sus discípulos caminando sobre las aguas. Jesús está ausente al principio en esta travesía sobre el mar de Galilea. Más tarde, en plena noche se acerca a sus discípulos de una manera insospechada. Los discípulos no son capaces de reconocerlo en medio de la tormenta y la oscuridad de la noche. Les parece un “fantasma”. El miedo los tiene aterrorizados. Lo único real es aquella fuerte tempestad.

Jesús les dice tres palabras: “Ánimo. Soy yo. No temáis”. Solo Jesús les puede hablar así. Pedro, con su típica impetuosidad, quiere comprobar que es realmente Jesús y además que actúa en nombre de Dios. Pide acercarse a él caminando sobre las aguas. Pedro pretende una demostración de fuerza, que no sirve al bien de nadie. Los milagros de Jesús son siempre a favor de alguien, para curar, para dar de comer, para devolver la vida etc. Y, de hecho, el milagro no tiene éxito. Pedro empieza a caminar y en este preciso momento, justo cuando ve, oye, toca el milagro, comienza a dudar y a hundirse. Jesús le dice hombre de poca fe ¿por qué dudaste? Hay que confiar siempre en Dios, sin pretender los milagros facilones. Dios nunca se impone, Dios se propone.

Pero Jesús no deja que Pedro se hunda, a pesar del viento violento su mano fuerte lo agarra. Podemos apreciar un “crescendo”, como la escena llega, a través de las olas, de la tormenta y de las tinieblas, al momento culminante en que Jesús se manifiesta como salvador y protector.

Este es nuestro primer problema. Estamos viviendo la crisis de la Iglesia contagiándonos unos a otros el desaliento, el miedo y la falta de fe. No somos capaces de ver que Jesús se nos está acercando precisamente desde esta fuerte crisis. Nos sentimos más solos e indefensos que nunca.

Cuando Pedro es capaz de mirar al Señor y escuchar su palabra: ¡Ven !, se arriesgar a caminar sobre el mar, sobre las olas, a pesar de la tormenta. Pero cuando Pedro se mira a sí mismo, a las dificultades, a las olas, a las crisis, se atasca en la duda. Si contemplamos el obligo nos hundimos y fracasamos. Si miramos las dificultades, si mantenemos la mirada baja, fija en los escombros, si miramos nuestros complejos, los fracasos, los pecados, comenzamos el descenso a la oscuridad.

Pero si levantamos los ojos al cielo y confiamos y esperamos en Jesús él siempre nos sostiene y nos anima a continuar, a vivir, a sentir y a ser capaces de transformar las noches en días, las tinieblas en luz pura y verdadera. Aprendamos a caminar hacia Jesús en medio de la crisis: apoyándonos, no en el poder, el prestigio y las seguridades del pasado, sino en el deseo de encontrarnos con Jesús.

Este evangelio nos anima a no tener miedo, a confiar y si nos entran las dudas que no nos preocupemos, basta gritar a Jesús, en medio de la noche y él nos socorrerá y vendrá a nuestro encuentro. Esta crisis no es el final de la fe cristiana. Es la purificación que necesitamos para liberarnos de intereses mundanos, triunfalismos engañosos y deformaciones que nos han ido alejando de Jesús a lo largo de los siglos. Él está actuando en esta crisis. Él nos está conduciendo hacia una Iglesia más evangélica. Reavivemos nuestra confianza en Jesús. No tengamos miedo.

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