jueves, 6 de agosto de 2020



2020 ADORACIÓN EUCARÍSTICA

LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS EN EL MONTE TABOR

 

Hoy que celebramos la transfiguración de Jesús ante sus apóstoles queremos meditar ante Jesús sacramentado el significado profundo de este acontecimiento.

Jesús había anunciado a los suyos la inminencia de su Pasión y los sufrimientos que había de padecer a manos de los judíos y de los gentiles. Y los exhortó a que le siguieran por el camino de la cruz y del sacrificio. Sin embargo, Jesús quiso que sus discípulos conocieran, de algún modo, la meta a la que se dirigen: “El arquero no lanza con acierto la saeta si no mira primero al blanco al que la envía. Y esto es necesario sobre todo cuando la vía es áspera y difícil. Y por esto fue conveniente que manifestase a sus discípulos la gloria de su claridad, que es lo mismo que transfigurarse, pues en esta claridad transfigurará a los suyos” (Sto. Tomás, Suma teológica).

Nuestra vida es un camino hacia el Reino de Dios. Pero es una vía que pasa a través de la cruz y del sacrificio y hasta el último momento tendremos que luchar contra corriente. Jesús no nos promete una vida fácil, sino una vida coherente, plena y en plenitud.

También a nosotros el Señor quiere confortarnos en esta tarde de adoración con la esperanza del Cielo que nos aguarda, sobretodo cuando el camino se hace costoso y asoma el desaliento. Pensar en lo que nos aguarda nos ayudará a ser fuertes y a perseverar. El paso del tiempo para el cristiano no es, en modo alguno, una tragedia; acorta, por el contrario, el camino que hemos de recorrer para el abrazo definitivo con Dios: el encuentro tanto tiempo esperado.

Pedro recordará hasta el final de sus días esta experiencia de la transfiguración. En una de sus Cartas, dirigida a los primeros cristianos para confortarlos en un momento de dura persecución, afirma que ellos, los Apóstoles, no han dado a conocer a Jesucristo siguiendo fábulas llenas de ingenio, sino porque hemos sido testigos oculares de su majestad… Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias. Y esta voz, venida del cielo, la oímos nosotros estando con Él en el monte santo (2 Pdr 1, 16-18).

El rostro de Cristo resplandeciente como el sol, expresión de la luz más intensa. Como sucede con tanta gente buena que anda por nuestras calles que tienen rostros limpios, relucientes.

La presencia de Dios en nuestra vida es importante porque en las subidas a las montañas y en los momentos felices, y en los tristes, Él siempre está ahí. De diferentes maneras se hace presente, puede tocarnos de acuerdo a cómo nos sentimos porque nuestro Dios es personal y conoce el corazón humano.

Nuestra vida es como un monte en el que hay subidas y bajadas. La compañía es importante ya que puede cambiar mucho, si la montaña es muy pesada, el ascenso se hace más llevadero. Cuando se llega a la cima se disfruta el logro y, en la mayoría de los lugares, hay vistas preciosas en las que podemos contemplar las maravillas de Dios. Después de un camino difícil nos llega el tiempo de la recompensa.

En este día tan especial pidámosle al Señor que nos ayude a encontrarlo en nuestro camino para amarlo más y conocerlo mejor.

La actitud de Pedro es comprensible, porque inundado de la felicidad que le ha proporcionado la contemplación de Cristo transfigurado, propone hacer tres tiendas, una para Cristo, otra para Moisés y otra para Elí­as. Es la tentación que tantas veces nosotros también participamos, la tentación del bienestar, de la comodidad, del sentirnos bien y olvidamos la cruda realidad en la que muchas personas están sumergidas. Queremos con Jesús comprometernos a transfigurar este mundo, esta sociedad nuestra, tan colmada de si y que necesita una transformación radical.  

Queremos mantenernos siempre cerca de ti, Jesús, porque así nada nos hará verdaderamente daño: ni la ruina económica, ni la cárcel, ni la enfermedad grave..., mucho menos las pequeñas contradicciones diarias que tienden a quitarnos la paz si no estamos alerta.

Queremos ofrecer con paz el dolor y la fatiga que cada día trae consigo, con el pensamiento puesto en Jesús, que nos acompaña en esta vida y que nos espera, glorioso al final del camino.

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