sábado, 30 de enero de 2021

2021 AÑO B TIEMPO ORDINARIO IV

El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús, rodeado de sus discípulos, en la Sinagoga de Cafarnaúm. Un pueblo y una Sinagoga muy frecuentada por Jesús. Era sábado, el día más importante de la semana para los judíos, y su actividad comenzaba orando y escuchando la Palabra de Dios, dando gracias. El evangelio dice que Jesús estaba enseñando y que la gente se quedaba asombrada de cómo hablaba. Decían que hablaba con autoridad, como nadie lo había hecho antes. Una autoridad que es la fuerza de la verdad. Los letrados y los doctores de la ley eran personas expertas en el estudio y la explicación de la Torá (la Ley de Moisés), pero la gente se da cuenta de que Jesús no habla como ellos, sino “con autoridad”.

Hablar “con autoridad” significa, pues, hablar desde la propia experiencia, a partir de lo que se ha visto y constatado en primera persona. Cuando escuchamos a quien habla así, nuestros corazones vibran, produciendo ecos o resonancias: aquello que estamos oyendo conecta con nuestro interior y despierta lo que ya estaba en nosotros, aunque estuviera dormido o apagado.

Vivimos en una cultura que ha pecado de academicismo, en la era de la post-verdad, en un intento narcisista de convertir en verdad aquello que nos interesa. En medio de toda esa espesa jungla de palabrería y de falsas verdades, echamos de menos palabras que nos lleguen al corazón.

Los cristianos solo debemos buscar la verdad. Pero la verdad no es un concepto, una creencia, una idea, la verdad es lo que queda cuando toda la parafernalia del mundo cae.

Volvamos a Jesús, la gente estaba asombrada por su enseñanza, Jesús tiene autoridad porque es creíble, en él coinciden mensaje y mensajero: dice lo que es, y se comporta como tal. No juega ningún papel. Es un aumento de vida, un gran aliento, un horizonte libre, una esperanza nunca soñada. No enseñó como los escribas que, a pesar de ser inteligentes, que estudiaron y conocen bien las Escrituras, pero solo en teoría, no conmueve el corazón, no ilumina la vida, no se convierte en pan compartido, en gestos vivificadores.

Muchas veces nosotros también somos como escribas, nos acercamos al Evangelio con la razón, incluso creemos que lo hemos entendido, pero nuestra existencia no cambia. Y el evangelio debe transformar, sino, no es evangelio, buena noticia. La fe no es conocer las cosas, sino hacerlas sangre y vida. Tenemos que elegir quién da alas. Quien nos capacita mejor para volar, para soñar, para vivir de forma diferente, más humana y fraterna.

El primer milagro tiene lugar entonces en la sinagoga. Un poseído está rezando con la comunidad. Había oído tantos sermones, tantos domingos la misa, pero mantenía un espíritu enfermo, un alma distante. Podemos vivir toda la vida como cristiano dominical sin que la Palabra de Dios nos toque, sin entrar realmente en hacerla vida nueva.

¿Has venido a arruinarnos? pregunta el maligno y la respuesta es SI: Vino a arruinar todo lo que arruina al ser humano. Amén

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario