sábado, 7 de agosto de 2021

2021 AÑO B TIEMPO ORDINARIO XIX

Seguimos con el discurso del pan de vida. “Yo soy el pan vivo bajado del cielo”. Este es el poder del lenguaje de Jesús, su misterio y su historia expresados ​​no con razonamientos sino a través de imágenes: pan, vivo, descenso, cielo. Cuatro palabras metafóricas, que indican movimiento, experiencia, sabor y horizontes. No explican el misterio, pero te hacen vibrar, es un misterio gozoso para disfrutar y saborear. El pan del que habla no es el que sale del horno, es mucho más: es el símbolo de todo lo que nos hace bien y nos mantiene con vida.

Los judíos comenzaron a murmurar contra Jesús, ¿cómo? No es el hijo de José, como dice que ha bajado del cielo. Ellos esperaban que Dios todopoderoso debería hacer cosas, como milagros solares poderosos, definitivos, evidentes. Pero Dios no hace espectáculos.

Jesús es mucho más sencillo es pan que desciende del cielo. Y desciende, por mil calles, en cien caminos, como pan viene a mí ahora, en este momento, y continuamente. Puedo optar por no tomarlo como comida, pero desciende incansablemente, me envuelve de fuerza positiva.

El Evangelio de hoy se articula en torno al verbo comer. Un gesto tan sencillo y cotidiano, pero tan vital y poderoso, que Jesús lo eligió como símbolo del encuentro con Dios. El Pan que desciende del cielo es Dios como un asunto vital para el hombre. El pan que comes te hace vivir, y luego vives de Dios y comes su vida, sueñas sus sueños, prefieres los que él prefirió. Son mordiscos de cielo.

Qué ejemplo tan maravilloso del pan. El pan es el único, entre los alimentos, que nunca da náuseas; se come a diario y cada vez agrada su sabor. Va con todos los alimentos. Las personas que sufren hambre no envidian a los ricos su caviar, o el salmón ahumado; envidian sobre todo el pan fresco.

Cuando este pan llega al altar y es consagrado ocurre la transustanciación. La palabra transformación: significa pasar de una forma a otra, transustanciación pasar de una sustancia a otra. Una persona sale de la peluquería, con un peinado completamente nuevo: Sale transformada. Ha cambiado su forma y aspecto externo, pero no su ser profundo ni su personalidad. Si era inteligente lo sigue siendo; si no lo era, tampoco lo es ahora. Ha cambiado la apariencia, no la sustancia.

En la Eucaristía sucede exactamente lo contrario: cambia la sustancia, pero no la apariencia. El pan es transustanciado, pero no transformado; las apariencias (forma, sabor, color, peso) siguen siendo las de antes, mientras que cambia la realidad profunda: se ha convertido en el cuerpo de Cristo. Se ha realizado la promesa de Jesús: El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.

La expresión “vida eterna” no significa simplemente una vida de duración ilimitada después de la muerte, sino una vida de profundidad y calidad nuevas, una vida que pertenece al mundo definitivo. Una vida plena que va más allá de nosotros mismos, porque es ya participación en la vida de Dios.

Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida cuando amamos a nuestros hermanos 1Juan 3.

Pero no se trata de amar porque nos han dicho que amemos, sino porque nos sentimos radicalmente amados. Y porque creemos con firmeza que hay una vida, una plenitud, un dinamismo, una libertad, una ternura que el mundo no puede dar, solo Jesucristo.

 

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