sábado, 14 de mayo de 2022

2022 AÑO C TIEMPO DE PASCUA V

Queridos hermanos en este quinto domingo de pascua nos encontramos con unas palabras centrales de Jesús en el evangelio. Es habitual que cada grupo trate de identificarse a través de algunos signos concretos: una bandera, un escudo, un hábito, un eslogan, un color, una actividad.  En la sociedad de Jesús, los fariseos se distinguían por las filacterias de sus mantos, los esenios por vivir retirados en el desierto.

Hoy Jesús propone una “señal” universalmente válida, porque constituye la expresión más acertada de aquello que somos en nuestra identidad profunda. La señal más característica del cristiano es el amor, pero no cualquier tipo de amor, sino el amor de ágape, entregado, gratuito e incondicional.

Se trata de una señal con validez universal, porque no nace de una creencia ni de una ideología, sino de la comprensión de lo que somos, no podemos vivir sin amar ni ser amados.

El amor como el de Jesús señala un horizonte inclusivo, donde nadie queda fuera. Es una propuesta que propugna el final de todo sectarismo y enfrentamiento, que invita a desarrollar una mirada que sabe ver al otro en profundidad y que aboga por la fraternidad universal.

Con esta propuesta Jesús de Nazaret sabe trascender cualquier tipo de particularismo social, cultural o religioso. Muestra el camino de la sabiduría que ilumina la existencia humana y se plasma en la vivencia del amor.

Hay muchas formas de amar y sabemos que no todas son camino de crecimiento en humanidad. El amor que Jesús nos enseñó, con su predicación, pero sobre todo con su vida, era tan novedoso que los cristianos tuvieron que forzar el vocabulario a su alcance. Empezaron a reservar la palabra “ágape” para designar ese amor que a partir de entonces sería la señal de identidad de los seguidores del Maestro. Un amor que no nace del deber sino de la comprensión profunda y de la identificación con todos los seres. Un amor que se expresa en la inclusión universal y en el servicio.

Os doy un mandamiento nuevo. La Biblia es una biblioteca sobre el arte de amar. Y este es quizás el capítulo central. Y en efecto, aquí Jesús añade: amaos los unos a los otros como yo os he amado.

Lo más importante es el cómo. No basta con amar, podría ser sólo una forma de dependencia del otro, o el miedo al abandono, un amor que utiliza al compañero, o uno hecho sólo de sacrificio. También hay amores violentos y desesperados. Amores tristes e incluso destructivos.

Estamos en el escenario de la Última Cena, cuando Jesús, en su creatividad, inventa gestos nunca vistos: el Maestro lavando los pies con el gesto del esclavo o de la mujer. También ofrece el pan a Judas, que lo ha tomado y se ha ido. Y se hunde en la noche. Dios es amor que se ofrece incluso al traidor, y hasta el último lo llama amigo. No es amor sentimental el de Jesús, es la historia inédita de la ternura del Padre; ama con los hechos, con las manos, concretamente.

El amor que saca de cada uno lo mejor de lo que puede llegar a ser: fuentes enteras de esperanza y libertad; saca la mariposa de la oruga que creía ser. La gloria del hombre, y la misma gloria de Dios, consisten en amar. No hay nada más que presumir. Ahí está el éxito de la vida. Su verdad.

 

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