miércoles, 8 de junio de 2022


 

ADORACIÓN EUCARISTICA:

La bailarina frustrada. 

Querido amigo Jesús, estás aquí junto a nosotros en esta eucaristía, sacramento de amor perfecto. En esta tarde queremos reflexionar junto a ti, lo importante que es tener firmeza, convicción y voluntad de realizar tus designios en nuestra vida. Solo tú sabes y conoces todos nuestros pensamientos, tú conoces nuestra fe y nuestra capacidad de asumir y coger la cruz para seguirte. Solo tú conoces nuestras flaquezas y nuestras fuerzas. Ayúdanos siempre a caminar por los caminos que tú has trazado y has recorridos en tu vida terrena. Escuchemos esta reflexión.

La bailarina frustrada: Una joven había tomado clases de ballet durante toda su infancia. Había llegado el momento en el que se sentía lista para entregarse a la disciplina que le ayudaría a convertir su afición en profesión. Deseaba llegar a ser primera bailarina y quería comprobar si poseía las dotes necesarias.

Un día, cercana ya la Navidad, llegó a su ciudad una gran compañía de ballet. Acabada la función, fue a los camerinos y habló con el director.

- Quisiera llegar a ser una gran bailarina, le dijo. Pero no sé si tengo el talento que hace falta.

- Hazme una demostración, le dijo el maestro.

Transcurrido apenas cinco minutos, la interrumpió moviendo la cabeza en señal de desaprobación.

- ¡No! Lo siento, pero no tiene usted condiciones.

La joven llegó a su casa con el corazón desgarrado. Arrojó las zapatillas de baile en un armario y no volvió a danzar nunca más. Pocos años después se casó, tuvo tres hijos y cuando estos se hicieron un poco mayores, se puso a trabajar en un supermercado de la ciudad.

Años después, con motivo de que el mismo director que tiempo atrás le había dicho que no tenía condiciones para el baile, presentaba un nuevo espectáculo en la ciudad, nuestra amiga asistió al estreno. Acabada la función, se topó con el viejo director que ya era octogenario. Ella le recordó la charla que habían tenido años atrás. Le mostró fotografías de sus hijos y le comentó de su trabajo en el supermercado; y luego agregó:

- Hay algo que nunca terminé de entender. ¿Cómo pudo usted saber tan rápido que yo no tenía condiciones de bailarina?

- ¡Ahhh! Cuando usted bailó delante de mí le dije lo que siempre le digo a todas, le contestó el director.

- ¡Pero eso es imperdonable! Exclamó ella. ¡Arruinó usted mi vida! ¡Yo podía haber llegado a ser primera bailarina!

- ¡No lo creo! Repuso el anciano maestro.

- Si hubieras tenido las dotes necesarias, y una verdadera vocación para bailar, no habrías prestado ninguna atención a lo que yo te dije.

La vida está llena de pruebas que hemos de superar. Es la lucha continua lo que nos hace ir superándonos; y es nuestro convencimiento, lo que nos hace mantenernos firmes en nuestras decisiones. Si un matrimonio se separara al primer problema; si un médico abandonara la práctica ante el primer error; si un científico abandonara ante el primer fracaso… ¿No sería acaso signo de inmadurez, falta de vocación o de ilusión?

El mismo Señor nos dijo que la primera condición que habían de cumplir sus discípulos era “renunciar a todo”, “tomar la cruz cada día” y después, “seguirle”. Como si renunciar a todo, tomar la cruz y seguir a Cristo fuera fácil. Nuestra bailarina probablemente había recibido de Dios las dotes para la danza, pero le faltó la valentía y amor para superar el primer revés.

¡Cuántos cristianos comienzan un camino de santidad, pero abandonan ante el primer o segundo problema! Ser cristiano es mucho más difícil que ser bailarina; pero se consigue si uno realmente ama. El amor es lo que nos hace fuertes, invencibles. Y si ese amor está elevado por el Espíritu Santo, entonces nos hace “todopoderosos”.

“Él me dijo: «Te basta mi gracia, porque la fuerza se perfecciona en la flaqueza». Por eso, con sumo gusto me gloriaré más todavía en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por lo cual me complazco en las flaquezas, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones y angustias, por Cristo; pues cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12: 9-10).

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