sábado, 3 de septiembre de 2022


        2022 AÑO C TIEMPO ORDINARIO XXIII

 

Si no renunciamos a todo no podemos ser discípulos de Jesús. Palabras duras y ásperas. Si uno no me ama más que al padre, a la madre, a la esposa, a los hijos, a los hermanos, a las hermanas e incluso a la propia vida, no puede ser discípulo mío. Esta lista de siete objetos de amor conforma la geografía del corazón, nuestro mapa de la felicidad.

Si uno no me ama más que a su propia vida... parecen las palabras de una persona exaltada. No se trata de sacrificar cualquier vínculo del corazón, Jesús jamás nos pediría eso, ya que el amor es su mandamiento principal. El centro está en el verbo 'amar', en amar más. El objetivo no es disminuir sino potenciar, el corazón humano es suficientemente grande para albergar más amores: no se nos pide que sacrifiquemos, sino que sumemos. Jesús se ofrece como un aumento, un aumento de vida. Una vida intensa, plena, profundamente amada y nunca negada.

Para entender el verbo amar en su sentido propio, hay que tener en cuenta el trasfondo bíblico, el Dios de la Alianza, que pide ser amado con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas. La exigencia de amar a Dios significa ser fiel, no seguir a los ídolos, escuchar, obedecer, ser justo en la vida.

Amar "con todo el corazón", la totalidad del corazón no significa exclusividad. Amarás a Dios con todo tu corazón, no significa que sólo lo amarás a él. Con todo tu corazón también amarás a tu madre, a tu hijo, a tu marido, a tu amigo. No hay amor a medias.

En esta página del Evangelio el Señor se refiere también a “calcular”, a “deliberar”, para lo que se necesita verdadera sabiduría. Es cierto que el ejemplo que propone el Señor a la muchedumbre que lo escuchaba es un sencillo ejemplo de sentido común para considerar los pros y los contras ante un determinado proyecto: construir una torre o entrar en batalla de quien le ataca con un mayor número de soldados.

Y sobre todo coger la cruz:Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz cada día y me siga”. Esta es la “sabiduría” que nos ofrece Jesucristo y de la que espera hagamos buen uso, porque solamente así podremos decirnos con verdad que somos “cristianos”, es decir, seguidores, discípulos de Jesucristo.

Seguir a Jesucristo es arriesgado y comprometido y, no obstante, es el único camino del que disponemos para alcanzar la meta. Nosotros que hemos recibido la gracia de la fe tenemos la misión de hacer partícipes a las demás personas del don recibido, de manera que cada vez sea más numeroso el “pueblo de Dios” y su influjo en nuestra sociedad y en el mundo se traduzca en esperanza, alegría y paz para todos, de manera especial en los días que estamos viviendo, sumidos en una crisis de valores. Jesucristo sigue siendo la esperanza y tal esperanza pasa por la colaboración de cada persona bautizada.

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