sábado, 21 de noviembre de 2020

2020 AÑO A 

JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

La fiesta de hoy no pretende echar las campanas al vuelo y ceremonias deslumbrantes. Hablan de lo bien que Cristo Rey se porta con nosotros y de la respuesta que espera de nuestra parte.

La primera lectura del profeta nos trae la imagen del pastor para hablar del rey. Simboliza la preocupación y el sacrificio por su pueblo, como la de un pastor por su rebaño:

1. Como Rey-pastor, buscará a sus ovejas, las cuidará, etc. Es interesante advertir la cantidad de acciones que subrayan su amor e interés: seguirá el rastro de sus ovejas, las librará, apacentará, las hará sestear, buscará, recogerá, vendará a las heridas, curará a las enfermas. Cristo Rey-pastor: lo caracteriza su cercanía y entrega plena a todos nosotros.

2. Como Rey-juez, juzgará a su rebaño, defendiendo a las ovejas y salvándolas de los machos cabríos (ya sabemos cómo llamamos en España a los que se portan mal con la gente).

El evangelio no se centra en el triunfo de Cristo, que da por supuesto, sino en la conducta que debemos tener para participar de su Reino.

- El Juicio Final lo lleva a cabo no Dios, sino el Hijo del Hombre, Jesús. Él es quien se sienta en el trono real y el que actúa como rey, premiando y castigando.

- Los criterios para premiar o condenar se orientan exclusivamente en la línea de preocupación por los más débiles: los que tienen hambre, sed, son extranjeros, están desnudos, enfermos o en la cárcel. Otras cosas a las que a veces damos tanta importancia (creencias, prácticas religiosas, vida de oración...) ni siquiera se mencionan.

- La novedad absoluta del planteamiento de Jesús es la identificación total con todos los necesitados. Algo tan sorprendente que extraña por igual a los condenados y a los salvados. Ninguno de ellos ha actuado o dejado de actuar pensando en Jesús.

El juicio universal es una escena poderosa y dramática, es la revelación de lo que queda cuando no queda nada: EL AMOR. Jesús establece un vínculo tan estrecho entre él y los hombres que se identifica con ellos: ¡tú me lo hiciste! Los pobres y necesitados son cuerpo y carne de Dios.

Es necesario enamorarse de este Dios que está enamorado y necesitado, mendigando pan y hogar, que no busca veneración para sí mismo, sino para sus seres queridos. Nos quiere a todos saciados, vestidos, curados, acompañados, liberados. Y mientras sufra uno solo, él también lo hará.

El sujeto del juicio no es el mal, sino el bien. La medida del hombre y de Dios es el bien, la luz. Se mide la bondad; no pesan toda mi vida, sino sólo la parte buena de ella. En el atardecer de la vida seremos juzgados sólo por el amor (San Juan de la Cruz). El Señor no me mirará a mí, sino a mi alrededor, a los que he cuidado.

“No hicieron daño a los pobres, no los humillaron, simplemente no hicieron nada. Corazones indiferentes, distantes, ausentes, que no saben llorar ni abrazar, vivos y ya muertos” (C. Péguy).

 

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