sábado, 18 de septiembre de 2021

2021 AÑO B TIEMPO ORDINARIO XXV

 Los textos bíblicos de este domingo nos plantean situaciones que podemos comprender, que podemos conocer porque se siguen dando entre nosotros: el rechazo de los que no piensan, sienten, creen, obran como nosotros; el contraste de obrar desde la envidia o desde la sabiduría, la misericordia.

La Palabra nos enseña a vivir, nos invita a abrirnos a nuestra realidad, interna y externa, tomar conciencia, y dar respuesta a las necesidades de todos, no solo a mis necesidades.

La Palabra conduce a la reflexión, meditación, la escucha de su significado, su sentido, su espíritu, el de la Palabra, para la vida de cada cual, no tanto para la vida de los demás. Cada cual revise su comportamiento, sus responsabilidades, sus compromisos, su vida, y no haga comparaciones, éstas son siempre ociosas y odiosas.

Erigirse en juez de los demás, maestro de los demás, es creerse en posesión de la verdad y arrogarse un poder que no se tiene; es actuar desde la fuerza, la rivalidad. Por eso, cuando alguien se atreve a llevarnos la contraria, pensamos, hay que hacerle callar, hundirlo como sea y, normalmente, no se hace con razones, con argumentos, se hace con el insulto, la calumnia, la fuerza.

Somos vulnerables, aceptemos que somos débiles, no somos perfectos, estamos en camino siempre, progresamos, avanzamos, crecemos, y necesitamos de los demás, necesitamos de Dios.

Jesús se sitúa a una distancia abismal de todo esto: si alguien quiere ser el primero, debe ser el servidor. Pero eso no es suficiente, hay un segundo pasaje: “siervo de todos”, sin límites de grupo, familia, etnia, bondad o maldad. Todavía no es suficiente: Y entonces pone a un niño en el centro, el más indefenso y desarmado, el más indefenso y sin derechos, el más débil pero el más querido Proponer a un niño como modelo del creyente es llevar a la religión a lo inaudito. ¿Qué sabe un niño? El juego, el viento de las carreras, la dulzura de los abrazos. No sabe de filosofía, teología, moral. Pero sabe confiar como nadie, y confía. Jesús nos propone un niño como signo de la confianza y de la fe. Quien recibe a un niño, recibe a Dios. Palabras nunca antes dichas, nunca antes pensadas. Los discípulos se habrán quedado desconcertados. Si Dios es como un niño significa que debes cuidarlo, debes alimentarlo, ayudarlo, acogerlo, debes darle tiempo y corazón.

Primero, entender que significa servir y hacerlo por amor.

Segundo, qué significa “ser como niños”.

Tercero, acoger y sentirse acogido: “El que acoge a un niño como este en mi nombre, …

Quizás los pequeños, los niños, los pobres, los enfermos contagiosos, no son inocentes. Tampoco los niños lo son. Es el misterio de la vulnerabilidad humana lo que Jesús propone a los suyos. Esta es una enseñanza para el cristianismo de hoy: La opción por los “vulnerables” es la verdadera moral evangélica.

 

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