sábado, 25 de septiembre de 2021

2021 AÑO B TIEMPO ORDINARIO XXVI

En el evangelio de hoy Jesús nos enseña a estar abierto al bien y a la tolerancia para promover la cultura del encuentro y del dialogo que tanto necesita nuestra sociedad, hoy.

Toda persona es mi «prójimo» que necesita de una mano amiga y solidaria. Alegrémonos de que se haga el bien y las buenas obras, aunque no se nos haya ocurrido a nosotros sino a personas de buena voluntad que anhelan un mundo mejor para todos. 

El Maestro de Nazaret, nos propone vivir como Él al servicio del reino de Dios, haciendo la vida de las personas más humana, más digna y dichosa, para seguir construyendo una Iglesia verdaderamente fraterna y empática, movido por su espíritu que busca el bien de todos sus hijos, en especial de los más necesitados.

El relato del evangelista Marcos es sorprendente y al mismo tiempo iluminador: Una persona desconocida que no forma parte del grupo está expulsando demonios en nombre de Jesús. Se dedica a dignificar y liberar a las personas del mal para que vivan en paz y dignamente.

Los discípulos pretendían monopolizar la enseñanza de Jesús y su acción salvífica. Esta actitud la rechaza radicalmente Jesús porque lo más importante para Él no es el prestigio del grupo, sino que la salvación de Dios llegue a todas las personas, incluso por medio de aquellas que no pertenecen al grupo de los doce: «el que no está contra nosotros, está con nosotros».

Éste es el Espíritu que ha de animar siempre a sus verdaderos seguidores. Porque toda la vida de Jesús fue una manifestación del gran amor de Dios por la humanidad y nos invita a colaborar con alegría con todos los que viven de manera humana y se preocupan de los más pobres y necesitados.

La respuesta de Jesús está clara: No levantemos fronteras. Nuestro objetivo no es aumentar el número de los que nos siguen, sino hacer crecer el bien; aumentar el número de quienes, de muchas formas diferentes, pueden experimentar el Reino de Dios, que es alegría, libertad y plenitud.

Es grandioso ver que para Jesús la prueba definitiva de la bondad de la fe no reside en una adhesión teórica al "nombre", sino en su capacidad para transmitir humanidad, alegría, salud, vida. Todo el que da un sorbo de vida es de Dios. Esto nos coloca a todos, serena y gozosamente, junto a tantos hombres y mujeres, de distinta manera creyentes o no creyentes, que, sin embargo, tienen la vida en el corazón y se apasionan por ella, que son capaz de inventar milagros para hacer sonreír a alguien.

Cualquiera que dé un vaso de agua... no perderá su recompensa. Un poco de agua, casi nada, algo tan simple y pobre que nadie se quede sin ella. Jesús simplifica la vida: todo el evangelio resumido en un vaso de agua.

Jesús nos invita a mirar más allá del patio de la casa, abrir horizontes, a mirar a todo el campamento humano: alza los ojos y ve ¿Cuántas semillas del Espíritu? ¿Cuántas personas luchan por la vida de todos contra los demonios modernos: contaminación, violencia, corrupción? Incluso están fuera de nuestro campamento. Porque todos nos pertenecemos y nosotros somos de todos.

 

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