sábado, 9 de septiembre de 2023


 

2023 AÑO A TIEMPO ORDINARIO XXIII

 

La vida de cada día está llena de errores, heridas, exclusiones, descartes. Hoy Jesús nos habla de la necesidad de ayudarnos unos a otros, de decirnos las cosas en verdad y con amor. Lo que nosotros no percibimos a lo mejor el hermano que está a nuestro lado si, y sus advertencias pueden ayudarnos a mejorar nuestra vida. Nos guste o no, somos responsables unos de otros. Es evidente que las acciones de cada persona y de cada colectivo humano repercuten en la vida de los demás y cómo repercuten las acciones de los demás en la vida de cada uno de nosotros o del colectivo.

A todos (no solo a creyentes, no solo a cristianos) nos viene bien escuchar: si tu hermano peca, repréndelo. Son palabras incómodas, pueden flaquearnos las fuerzas en el propósito, pero no estamos solos; tenemos un sentido fraterno en que crecer, una comunidad en que apoyarnos, una presencia del mismo Jesús entre quienes se reúnen (actúan) en su nombre (inspirados por él).

El individualismo no salva. Somos una entera familia humana en la que cuidarnos y salvarnos unos a otros. Sus vidas dependen de la mía y la mía de las suyas. La corrección fraterna no es una estrategia, es un don de Dios con el que construir y alentar la comunidad creyente.

Jesús menciona aún otra dimensión de la fraternidad: Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

En la Iglesia no se puede estar de cualquier manera: por costumbre, por inercia, por miedo… Los seguidores de Jesús hemos de estar reunidos en su nombre, convirtiéndonos a él, alimentándonos de su evangelio, sintiendo el atractivo de Jesús y el ánimo de su Espíritu. Él es la razón y el motivo del encuentro. Escuchar su mensaje, celebrar su presencia nos ayuda a entender mejor el sentido de nuestra vida, independientemente de quiénes y cuántos seamos.

La comunidad de Jesús será lo que seamos nosotros, si somos capaces de repensar nuestra vida a la luz del evangelio. Quizá los indiferentes, los que no creen, los que se alejaron, necesitan ver que vivimos el evangelio. Quizá nos falta acogida, corrección fraterna, escucha, cercanía con los más débiles y necesitados, disposición a caminar juntos, todas ellas formas de vivir que construyen la comunidad. Quizá nos paraliza el miedo y nos condiciona el pasado, haciéndonos renunciar a la creatividad del evangelio. O quizá no terminamos de comprender y de creer la comparación con la levadura capaz de fermentar la masa.

El Señor nos cuida y nosotros cuidamos. Sólo quien nos ama sabe cuidar y amonestar de la manera correcta, otros sólo saben herir o adular. Hay personas que acumulan dinero, personas que ganan prestigio o poder, y luego hay personas que ganan hermanos. El crecimiento de la fraternidad es el tesoro de la historia, la única inversión que produce verdadera vida.

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