sábado, 23 de septiembre de 2023


 

2023 DOMINGO TIEMPO ORDINARIO XXV

Hoy Jesús nos cuenta una parábola sorprendente. Habla de un señor que contrató a todos los jornaleros que pudo. Él mismo fue a la plaza del pueblo una y otra vez, a horas diferentes. Al final de la jornada, aunque el trabajo había sido absolutamente desigual, a todos les dio un denario: era lo que su familia necesitaba para vivir.

El primer grupo protesta. No se quejan de recibir más o menos dinero. Lo que les ofende es que el señor ha tratado a los últimos igual que a nosotros. La respuesta del señor al que hace de portavoz es admirable: ¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?

La parábola es tan revolucionaria que seguramente después de veinte siglos no nos atrevemos todavía a tomarla en serio. ¿Será verdad que Dios es bueno incluso con aquellos que apenas pueden presentarse ante él con méritos y obras? ¿Será verdad que en su corazón de Padre no hay privilegios basados en el trabajo más o menos meritorio de quienes han trabajado en su viña?

Todos nuestros esquemas se tambalean cuando hace su aparición el amor libre e insondable de Dios. Por eso nos resulta escandaloso que Jesús parezca olvidarse de los «piadosos», cargados de méritos, y se acerque precisamente a los que no tienen derecho a recompensa alguna por parte de Dios: pecadores que no observan la Alianza o prostitutas que no tienen acceso al templo.

Nosotros nos encerramos a veces en nuestros cálculos, sin dejarle a Dios ser bueno con todos. No toleramos su bondad infinita hacia todos: hay personas que no se lo merecen. Nos parece que Dios tendría que dar a cada uno su merecido, y solo su merecido. Menos mal que Dios no es como nosotros. Desde su corazón de Padre, él sabe regalar también su amor salvador a esas personas a las que nosotros no sabemos amar.

Son reveladoras las palabras del dueño de la viña: ¿Por qué estáis aquí todo el día sin hacer nada? El no hacer nada produce un vacío, provoca una falta de sentido, el día a su alrededor enferma. Esto sucede porque la madurez del hombre se realiza siempre en tres direcciones: saber amar, saber trabajar, saber alegrarse.

1- gesto inquietante: los últimos son los primeros en ser llamados, los que menos han trabajado.

2- gesto que es ilógico: ellos, que sólo han trabajado una hora, reciben la paga de un día entero por una fracción de día. Y comprendemos que no se trata de un salario, sino de otra forma de habitar la tierra y el corazón.

3- gesto llega el turno de los que han trabajado doce horas, soportando la carga del calor y la fatiga, esperan, con razón, una paga extra. La paga es la misma: "No es justo", protestan. Es cierto: no es justo. Pero el amo no sabe de justicia, es generoso. Incluso el amor no es justo, es más. El maestro no quita nada a los primeros, añade a los últimos. No resta nada, da. No es injusto, sino generoso. La justicia humana es dar a cada uno lo suyo, la justicia de Dios es dar a cada uno lo mejor. Dios no es un contador de méritos, es el Dador.

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