miércoles, 6 de septiembre de 2023


 

2023 SEPTIEMBRE. ADORACIÓN EUCARISTICA.

El orgullo de la montaña

 

Señor Jesús una tarde mas nos encontramos junto a ti en estos momentos de oración y de adoración. Tu presencia nos ayuda a vivir con mayor entereza y con mayor disponibilidad. A pesar de nuestros caracteres y de nuestro orgullo, que siempre quiere predominar sobre los demás. Junto a ti percibimos que quien quiera ser el primero que sea el último y servidor de todos, tal como tú lo fuiste. Tú el señor nunca te creíste superior a nadie, sino te consideraste hermanos de todos los hombres, de toda criatura. Tú nos enseñaste el camino de la dulzura, de la humildad y de la entrega generosa. Escuchemos esta historia.

El orgullo de la montaña: Hace ya muchos, pero que muchos años, hubo un planeta pequeñito, muy joven, completamente liso, al que le salió una montañita que creció hasta 736 metros. Así estuvo un millón de años. Con el tiempo comenzaron a surgir en la llanura otras montañitas, que también crecieron. La primera, irritada por la pérdida de su dominio, hizo esfuerzos y creció 362 metros más y, a medida que transcurría el tiempo, creció algunos metros en proporción a su orgullo.

Pero tanto crecer fue en vano pues comprobó que en sus cumbres ya no había vida a causa del frío y de los fuertes vientos; en cambio, las otras montañitas se cubrían de árboles donde anidaban mil clases de pájaros y eran acariciadas por suaves brisas. ¡Qué envidia!

Finalmente, no lo pudo aguantar y estalló convertida en fiero volcán, envenenó el aire, mató toda vida, desoló sus propias laderas, secó y arruinó a todas las montañas. Pasada la furia loca, vio su obra y…, apagándose se arrepintió.

Entonces de sus laderas brotaron lágrimas en forma de fuentes purísimas a cuyas aguas regresaron de nuevo los pájaros y con ellos las semillas.

Cuando se disiparon las cenizas, volvió a brillar el sol. Como su tierra era nueva, salida de las entrañas del planeta y rica en minerales y gérmenes de vida, pronto se hizo hermosa, muy verde y adornada de nubes que le dieron sombra y caricias.

Su vida contagió a las otras tierras y en adelante, vivió erosionándose callada y humildemente, convirtiéndose en un frondoso valle de ríos y bosques que aún hoy se pueden reconocer.

El principio de esta historia podría asemejarse mucho a los primeros años de la vida de muchos de nosotros. Estamos preocupados en crecer. No nos gusta que nadie destaque más que nosotros. Y cuando sentimos que alguien empieza a hacernos sombra, intentamos crecer y crecer más para siempre destacar. Llega un momento en el que hemos crecido tanto que nos separamos de las personas que nos rodean. Ya nadie nos soporta ni viene a solicitar nuestra ayuda, pues nos hemos transformado en personas intratables y de carácter bastante agrio.

Señor Jesús haznos conscientes de la vaciedad de nuestra vida, reconocer nuestros fracasos, reconocer que muchas veces hemos estallado, como volcán lleno de orgullo, sin darnos cuenta del todo el daño que hemos causado a los que nos rodearan; sin darnos cuenta que también hemos destruido la poca vida que quedaba en nosotros mismos.

Te pedimos en este momento de nuestra vida, tener la inteligencia para reconocer el mal que hemos hecho, y la humildad para saber que necesitábamos cambiar, y lo primero que vendría a nuestro corazón serían lágrimas de arrepentimiento. Lágrimas que regarían nuestras laderas en las que de nuevo comenzarían a verse la luz, el color y el fruto. Sería entonces cuando otros, atraídos por nuestra belleza, se acercarían a encontrar paz y alegría a nuestro lado; y con ellos, nosotros también encontraríamos la nuestra.

Y sin darnos cuenta, como si se tratara de un relámpago que ilumina fugazmente el horizonte, habrán pasado los años de nuestra vida. Si hubo un tiempo en el que creíamos que la vida era crecer, destacar sobre los demás, conseguir poder…, pero ha llegado el momento, quizás causado por la soledad, el vacío y la tristeza, en el que descubrir que es mejor contar con los demás, ser humildes, dejarse erosionar, aceptar la voluntad de Dios.

Benditos seremos, si al final de nuestros días, después de haber comprendido como la montaña, que es más bello ser humildes y dejarse erosionar por el viento, la lluvia y el tiempo, ir caminando lenta, serena y felizmente, como las aguas de este río, hasta encontrarnos con nuestro Hacedor. Amén

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