2025
CICLO C
TIEMPO
ORDINARIO XXVI
La parábola que hemos escuchado en el
Evangelio es una puesta en escena enérgica y dura, que ocurre entre un mal rico
y un pobre bueno. El mal no se encuentra en la riqueza misma, ni la bondad en
el hecho de ser pobre, sino en la forma y manera con que se usa la
riqueza o se vive la pobreza.
Es la historia de un rico, un mendigo y
un gran abismo excavado entre las personas. Nuestros comportamientos excavan
zanjas entre nosotros, el desinterés, la indiferencia. Solo podemos superarlo
cuando cuidamos lo humano frente a lo inhumano.
Primera parte:
Dos protagonistas que conviven, pero no se hablan, uno dentro de la casa llena
de lujos y el otro fuera con los perros lamiéndole las llagas. Uno vestido de
púrpura y lino y el otro cubierto de llagas. Uno de banquete todos los días y
el otro disputando algunas migajas a los perros.
Seguro que este no es el mundo soñado
por Dios para sus hijos. Un Dios que nunca se nombra en la
parábola, pero que está ahí: no habita en la luz, sino en la oscuridad del
pobre; no hay lugar para él dentro del palacio, porque Dios no está presente
donde el corazón está ausente. Quizás el rico sea devoto y rece, sin
embargo, es sordo al lamento del pobre. Lo pasa por alto cada día como se hace
con un charco. Ni se le ocurre detenerse, ni siquiera tocarlo: el pobre es
invisible para quien ha perdido los ojos del corazón. Cuántos invisibles
hay en nuestras ciudades, en nuestros pueblos. Atención a los invisibles, en
ellos se refugia lo eterno.
El rico no daña a Lázaro, no le lastima.
Hace algo peor: lo hace inexistente, lo reduce a un
desecho, a una nada. En su corazón lo ha matado. Que diferencia del
samaritano que iba de viaje y vio a un necesitado, se compadeció de él, bajó de
su caballo y se inclinó sobre aquel hombre medio muerto. Ver, conmoverse,
bajar, tocar, verbos muy humanos, para que nuestra tierra esté habitada no
por la ferocidad sino por la ternura. Quien no acoge al otro, en realidad
se aísla a sí mismo, es él la primera víctima del «gran abismo», de la
exclusión.
Segunda parte:
el pobre y el rico mueren, la parábola los sitúa en los polos opuestos,
como ya lo estaban en la tierra. Una súplica, envía a Lázaro con una gota de
agua en la punta del dedo, una sola gotita para cruzar el abismo. O bien una
sola palabra para sus cinco hermanos. Pero no, porque no son los milagros
los que cambian nuestra trayectoria, ni las apariciones o los signos, la
tierra ya está llena de milagros, llena de profetas: que los escuchen; tienen
el Evangelio, ¡que lo escuchen!
El hombre de la parábola vivía de la
riqueza y para la riqueza, siendo ésta el único móvil eficaz y suficiente
de su vida. El menosprecio del narrador por semejante personaje es
evidente por el hecho de no ponerle nombre. Al otro personaje de la parábola
sí que le atribuyeron nombre. Le llamaron Lázaro. Era pobre y enfermo de
lepra y malvivía de las limosnas que voluntariamente le daban. Al morir los ángeles lo llevaron al seno de
Abraham, al lugar de los justos, donde floreció, con más esplendor del que
nunca jamás había podido imaginar, la felicidad que tan esquiva se había
manifestado en la vida de aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario