sábado, 1 de noviembre de 2025


 

2025 CICLO C

CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS DIFUNTOS

 

Hay una frase en la Escritura que es luminosa: Nuestro Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, porque todos están vivos para Él. Este día se recuerda con cariño a los seres queridos difuntos y a toda la gente buena que ha existido, existe y existirá. Su estela de bondad nos anima a seguir confiando en la humanidad.

¡La vida no termina! ¡A la vuelta de la esquina, nos aguarda la eternidad! ¡No nos espera algo, sino ALGUIEN! ¿Qué sería de un mundo sin esperanza?  Después de festejar el triunfo de los grandes ante Dios, hoy fijamos nuestra mirada en aquellos que nos han precedido en el camino de la vida.

- Lo hacemos desde el corazón. Donde, la muerte, es incapaz de arrebatarnos a aquellos que hemos querido, con los que hemos compartido tantos momentos buenos y también otros tantos malos. En el corazón cuidamos un agradecimiento emocionado porque, entre otras cosas, dejaron profunda huella en palabras y en obras.

- Fijamos también nuestra mirada en nuestros difuntos con la esperanza de volvernos a ver. ¿Quién ha dicho que no ha vuelto nadie a relatarnos qué hay en la otra orilla? ¡No es cierto! Un tal Jesús de Nazaret, descendió al sepulcro, estuvo tres días en él y, al tercer día, cuando resucitó nos dijo que existía un Padre que nos esperaba. Que había vida suficiente, más que de sobra, para todos los que creyeran y esperaran en El.

- Si Jesús es la VIDA, tendremos vida en abundancia; si Jesús es la VERDAD ¿por qué no nos hemos de fiar de sus promesas de que un día resucitaremos? Si Jesús es el CAMINO, ya sabemos por dónde hemos de avanzar para no quedarnos sumidos en la desesperanza o en el desasosiego, en la tristeza o en la amargura: ¡Dios cumple lo que promete! Conmemorar a nuestros difuntos en este día es querer y pedir lo mejor para ellos, que también lo será para nosotros, la VIDA ETERNA.

- Hoy la gran familia de la Iglesia se reúne para implorar y recordar que la misericordia de Dios es ilimitada. Que, en sus brazos abiertos, esperamos se encuentren todos aquellos que cerraron los ojos a este mundo deseando verle; a todos aquellos que, en sus últimos instantes, no hicieron otra cosa sino proclamar: creo en Dios, creo en Cristo, creo en el Espíritu Santo, en la Resurrección de la carne…en la Vida Eterna. La muerte es un obstáculo, pero nunca un final.

A veces un detalle del texto puede iluminar todo un pasaje: dos palabras de la misma raíz: casa (oikós) y hogar (oikía). Casa es el edificio; hogar es la relación de amor que establece entre lo que viven en una casa. En el evangelio se dice: En el hogar de mi padre hay muchas moradas. En el hogar de Dios se construyen relaciones cálidas, confiadas, hogareñas. No temer al Dios que nos respeta y nos ama: Dios no nos avasalla, ni nos fiscaliza, ni se entromete. Respeta, espera a que le abramos la puerta, es paciente con nosotros. No está en todas partes; está donde le dejamos estar. Si creemos en un Dios hogareño hagamos de nuestra sociedad un verdadero hogar.

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