2025
CICLO A
TIEMPO
DE ADVIENTO I
El tiempo de Adviento es un canto a la
esperanza, no al pesimismo. En la Carta a los Romanos se nos dice que la
salvación está cerca. El libro de Isaías nos habla de un nuevo orden mundial en
el que «de las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas». A veces nos
cansamos de esperar, nos derriba la impaciencia. Jesús nos pide en este domingo
que estemos preparados, en vela. No se trata de destrucción, sino inauguración
de los tiempos nuevos, tiempos mesiánicos en el que reinará «la paz», el don de
todos los dones.
Esperanza es tener certeza de que Dios
tiene cuidado del mundo y lo ama. Se manifiesta en la paz que produce y en la
confianza de que el mundo entero y nuestra vida están en buenas manos, pues
Dios tiene un designio de bondad para cada hombre.
No es fácil, a veces, tener esperanza: Se
apagan las luces ante imágenes terribles como la guerra en Ucrania, en
Palestina, y otros países más. Y nos acostumbramos, lo peor es acostumbrarse. Tantas
veces nos sentimos impotente y nos desalentamos y nos sentimos incapaces e
inseguros.
Ante la velocidad y el vértigo de
nuestras vidas, sólo pensamos en el presente: el fin de semana, el partido del
domingo. Reina el pesimismo, la cobardía, la autosuficiencia, el escepticismo,
el vivir mirando sólo el presente, el quejarse de todo, el fatalismo, el
quererlo todo ya y no tener paciencia.
Pero es en este mundo donde tiene que
brillar la esperanza cristiana. Dice un proverbio: «Si uno sueña solo, es sólo
un sueño; si sueñas con otros es el amanecer de una nueva humanidad. Seamos
hombres y mujeres, esperanzados y esperanzadores. Jesucristo es el fundamento
de nuestra esperanza. Es la hora de recuperarla.
Tiempo de Adviento, tiempo para vivir
con atención, porque este mundo es una realidad germinal y lleva otro mundo en
su seno. El Adviento anuncia que Dios preside cada situación, que interviene en
la historia no con las hazañas de los poderosos, sino con el milagro humilde y
sensacional de la vida.
El Adviento no es esperar el nacimiento
de Jesús, él ya ha nacido, sino esperar que Dios nazca en mí, para que yo pueda
nacer en Dios. Deseo y espera del Dios que viene en silencio; ladrón que no
roba nada y lo da todo, siempre extranjero en un mundo y un corazón distraídos.
En tiempos de Noé, los hombres comían y
bebían, y no se dieron cuenta de nada, no se dieron cuenta de que aquel
mundo había llegado a su fin. No hacían nada malo. Los días de Noé son los
nuestros, cuando nos olvidamos de levantar la mirada, más allá y más arriba.
Preparémonos porque viene. Es un hecho:
viene. Preparémonos no para protegeros de un ladrón, sino para no perder la
cita con un Dios de corazón profundo. El Adviento es el momento de volver a
vivir con atención: atentos al Señor y a sus llamadas en lo más íntimo, en el
gemido y en el júbilo de la historia y de la creación. Atentos a sus huellas en
el polvo, al susurro en el viento, a quien llama a la puerta: yo soy el destino
de su viaje.

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