miércoles, 23 de febrero de 2022

2022 FEBRERO

 MEDITACIÓN EUCARISTICA: 

LAS ALAS SON PARA VOLAR

Ante ti Jesús sacramentado venimos esta tarde para adorarte y para descubrirte tan cercano a nosotros. Tu potencias nuestros dones y talentos y nos animas para que los pongamos a disposición de los demás, para que todos puedan bonificarse de los dones recibidos.

LAS ALAS SON PARA VOLAR: Cuando su hijo se hizo mayor, su padre le dijo:

- Hijo mío, no todos nacen con alas. Y si bien es cierto que no tienes obligación de volar, opino que sería penoso que te limitaras a caminar teniendo las alas que el buen Dios te ha dado.

- Pero yo no sé volar – contestó el hijo.

- Ven – dijo el padre. Lo tomó de la mano y caminando lo llevó al borde del abismo en la montaña. ¿Ves hijo?, este es el vacío. Cuando quieras podrás volar. Sólo debes ponerte aquí, respirar profundo, y saltar al abismo. Una vez en el aire extenderás las alas y volarás…

- El hijo dudó ¿Y si me caigo?

- Aunque te caigas no morirás, sólo algunos machucones que harán más fuerte para el siguiente intento –contestó el padre. El hijo volvió al pueblo a ver a sus amigos, a sus compañeros, aquellos con los que había caminado toda su vida. Los más estrechos de mente dijeron:

- ¿Estás loco? ¿Para qué? Tu padre está medio loco. ¿Para qué necesitas volar? ¿Por qué no te dejas de tonterías? Y, además, ¿quién necesita volar?

Los mejores amigos también sentían miedo:

- ¿Y si fuera cierto? ¿No será peligroso? ¿Por qué no empiezas despacio? Prueba a tirarte desde una escalera o desde la copa de un árbol, pero… ¿desde la cima?

El joven escuchó el consejo de quienes lo querían. Subió a la copa de un árbol y con coraje saltó…desplegó sus alas, las agitó en el aire con todas sus fuerzas, pero desgraciadamente, se precipitó a tierra. Con un gran chichón en la frente se cruzó con su padre:

- ¡Me mentiste! No puedo volar. Probé, y ¡mira el golpe que me di! No soy como tú. Mis alas son de adorno… – lloriqueó.

- Hijo mío – dijo el padre – Para volar hay que crear el espacio de aire libre necesario para que las alas se desplieguen. Es como tirarse en un paracaídas: necesitas cierta altura antes de saltar. Para volar hay que empezar asumiendo riesgos. Si no quieres, lo mejor quizá sea resignarse y seguir caminando como siempre.

Esta historia nos hace reflexionar sobre la necesidad imperiosa de darnos cuenta de lo que somos y de nuestras potencialidades.  La necesidad de ser conscientes en todo momento de nuestra vida y de nuestra relación con Dios y con los demás. Tomar conciencia de nuestros dones y talentos, aunque de vez en cuando aparezca el miedo a no poder o deber soltar lo que tenemos, esto sería saltar sin paracaídas. Si cogemos fuerza, nos damos tiempo y tomamos la responsabilidad de lo que queremos y de quienes somos y hacía donde queremos ir, podremos volar sin miedo, y buscar alternativas que nos den mayor felicidad y al fin permitirnos sentir, descubrir, explorar nuestra propia forma de existir, lo más íntimo y verdadero de nosotros mismos. Que al fin y al cabo es: ser nosotros mismos y vivir nuestra vida como realmente queremos vivirla. ¡Atrevámonos a vivir la vida!

Es verdad que no todos nacemos con «alas», o con el «don de la palabra», o con el «don de la enseñanza», o con el «don de la pintura», o con el don de… pero, como en el cuento le dice el padre al hijo que sería penoso que teniendo un «don», sea el que sea, lo dejemos enterrado sin compartirlo, sin que crezca ni nos haga crecer.

Quizá no tengamos «alas», pero podemos tener el don de «la sonrisa», el don del «trabajo desinteresado», el don de «la escucha», el don del «abrazo», el don de «la mirada», el don de «la comprensión», el don «del perdón» etc. No seamos tacaños con nuestros dones. Como nos diría Jesús si tienes «alas» yo quiero que me lleves a volar. Si tu don es la «sonrisa», quiero reír contigo. Si tu don es el «trabajo desinteresado», cuenta con mis brazos. Si tu don es la «escucha», invítame a un café que tengo mucho que contarte. Si tu don es el «abrazo», abrázame. Si tu don es la «mirada», mis ojos están abiertos. Si tu don es la «comprensión», no temeré hablarte. Si tu don es el «perdón», contigo me sentiré aliviado. Amén

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