domingo, 31 de marzo de 2024


 

2024 CICLO B DIA DE PASCUA DE RESURRECCIÓN

 

Felicidades a todos, es domingo de pascua. Es el momento en que todo se renueva, hasta hace rodar las piedras pesadas, no solo del sepulcro de Jesús sino también las losas pesadas sobre los corazones.

La Pascua no sólo trae la salvación que nos saca de las aguas fangosas, sino la redención, que es mucho más, que transforma la debilidad en fuerza, la maldición en bendición, la negación de Pedro en un acto de fe, mi defecto en nueva energía, mi huida en carrera sin miedo.

María Magdalena sale de casa envueltas en tinieblas, del cielo y del corazón. No lleva los aromas y perfumes, sino su amor mezclado de dolor, interrogación, de rebelión contra la ausencia de Jesús.

Al llegar vio que la piedra había sido removida del sepulcro. En el frescor del alba, el sepulcro está abierto de par en par, vacío y resplandeciente. Un sepulcro abierto como la cáscara de una semilla que germinó, o de un pájaro que ha aprendido a volar antes de posarse.

María corrió hacia Simón y el otro discípulo, al que Jesús amaba... Pedro y Juan corrieron juntos.

¿Por qué corren todos en esa mañana de Pascua? Porque todo lo de Jesús no aguanta medias tintas, y merece toda la prisa del amor, que siempre va por detrás del hambre de abrazos. Corren porque anhelan la luz que es la vida. El otro discípulo Juan, el que Jesús amaba, corrió más deprisa.

Juan llega antes que Pedro a comprender el sentido de la resurrección, y a creer en ella. El discípulo amado tiene la inteligencia del corazón. El que ama comprende más, comprende antes, comprende más profundamente. Porque los sabios caminan, los justos corren, pero los enamorados vuelan.

Juan entró, vio y creyó. Juan cree porque los signos sólo son elocuentes para el corazón que sabe leerlos, y el suyo quema la distancia entre Jerusalén y el huerto, entre los signos y su significado, entre los lienzos allí tendidos y el cuerpo ausente.

Es necesario “entrar” en la experiencia del misterio, en la celebración de aquello que creemos para poder “ver” con nuevos ojos y creer verdaderamente. Nosotros también, al igual que los discípulos “no entendemos las Escrituras”. Necesitamos más familiaridad con la Palabra.

El primer signo de la Pascua es el cuerpo ausente. Falta un cuerpo en la historia de la humanidad, para equilibrar el recuento de los muertos. Pero Jesús no es simplemente el Resucitado, no es el actor de un acontecimiento consumado. La Pascua no ha terminado. Si todos formamos el cuerpo de Cristo, así como la cruz es contemporánea mía, también lo es la Resurrección. El que vive en él, es comprendido, es decir, arrebatado en su resurrección.

La resurrección de Jesús es la fuerza y el poder que nos hace capaces de ser evangelizadores y testigos de la presencia de Dios en medio de nosotros. La alegría de la Pascua debe ser la fortaleza para todo el año, para cada día. En la Iglesia, necesitamos dar testimonio de la alegría del Evangelio, de la alegría de la Pascua, de la alegría de sabernos amados y redimidos por un Dios que nos ama infinitamente.

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