jueves, 28 de marzo de 2024


 2024 REFLEXIÓN ANTE EL JUEVES SANTO

Al inicio del triduo pascual nos encontramos ante un relato evangélico precioso y único: se relata una cena de despedida en que Jesús transmite un mandamiento nuevo e instituye un gesto que se convierte en nuclear para la fe cristiana. Una cena de amigos, discípulos, compañeros de camino.

Jesús sabe que llega la hora de la despedida, lo percibe en la tensión y los acontecimientos de los últimos días, pero la cena es un momento de recogimiento, un espacio de complicidad y de amor entre los que han compartido camino… Son quienes han seguido a Jesús en ruta y con voluntad de apertura. El amor como el de Jesús salva, libera, redime.

El Jueves Santo nos invita a acoger el amor que Jesús nos ofrece. Celebrar la Cena del Señor no puede reducirse a un simple cumplimiento de un precepto eclesial. “Haced esto en memoria mía” implica la decisión personal de querer repetir este memorial de entrega y servicio a los demás en forma sacramental y vital. Es el amor desinteresado, que busca el bien y la felicidad del otro, que no es egoísta, que perdona y se reconcilia, que es capaz de renunciar y sacrificarse por los demás, es a lo que estamos invitados los seguidores de Jesús y lo que puede salvar al mundo.

En esta última cena ven hacer el gesto del lavatorio de pies. Pedro, lleno de arrogancia y obtuso de entendimiento; el discípulo amado, con confianza e intimidad con Jesús; Judas con desconfianza y mezquindad. “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Jesús no rechaza a ninguno de los discípulos, por muy obtusos, inseguros, débiles que sean.

Mientras en los evangelios sinópticos, este gesto de donación de amor total queda instituido por la fracción del pan, en este relato se instituye a través del gesto de lavarse los pies los unos a los otros, es decir, a estar dispuestos a amar al prójimo. Ser servidores los unos de los otros: fraternidad a causa del amor recibido.

Pedro no entiende el gesto de Jesús. ¿Qué hace el Maestro, el rabino, ciñéndose la toalla y arrodillándose como los esclavos? ¿Por qué lo hace? ¿Qué nos quiere transmitir? A todos debía de extrañar aquel gesto transgresor, estrafalario. También hoy nos rebela. Pedro quiere seguir a Jesús, pero recela; las maneras lo sobrepasan. Jesús le pide a Pedro que deje de juzgar. Le dice que entenderá después el gesto.

Jesús establece el sacramento del servicio recíproco; el sacramento de la responsabilidad mutua, de ser diligente, solícito, amable, respetuoso y servidor del otro. Jesús da testimonio: “Os he dado un ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo”. El cristianismo es, pues, ética práctica del amor: debe percibirse, debe verse, debe hacerse oír; no solo en nuestras comunidades creyentes, también con otros, para los otros y para nuestro mundo. El jueves santo es un canto al amor tierno de Dios que nos mece en su interior, y es desde allí, que podemos ser, podemos andar, podemos crecer en amor y libertad, podemos ser y construir la comunidad eclesial.

No hay comentarios:

Publicar un comentario