miércoles, 6 de agosto de 2025


 

Meditación Eucarística:

El felpudo rojo

Querido Jesús sacramentado, otra vez nos encontramos aquí junto a ti, para descansar, para intimar, para sentirte cerca de cada uno de nosotros porque sabemos que te importamos y que somos muy queridos por ti.

Pero tú buscas lo mismo en nosotros sinceridad, autenticidad, verdad. Sabemos a Jesús, que tú no buscas apariencias en este mundo donde muchas veces se premia lo superficial, las palabras bonitas, los gestos ensayados, la imagen proyectada, este pensamiento nos recorda que lo que realmente vale ante Dios es el corazón honesto y humilde.

La sinceridad no es simplemente “decir la verdad”, sino vivir desde una verdad interior, sin máscaras ni pretensiones. Es presentarnos ante Dios tal y como somos, con nuestros dudas, errores, alegrías y anhelos, sin necesidad de aparentar perfección. Porque Él ya nos conoce en lo profundo, y, sin embargo, nos ama. Escuchemos esta hermosa historia

El Felpudo rojo : La mujer de muy pocos recursos económicos, vivía en una humilde casa con su nieta, que estaba muy enferma. La niña empitoraba cada día, después de haber agotado todos los remedios de la abuela; con mucho dolor en el corazón decidió dejar sola a su nieta para ir a pie hasta la ciudad, en busca de ayuda.

En el único hospital público de la región, le dijeron que los médicos no podían trasladarse hasta su casa, que ella tenía que sacar a la niña para ser examinada.

Desesperada por saber que su nieta no conseguiría siquiera levantarse de la pierna se retiró y, al pasar por una iglesia decidió entrar.

Algunas señoras estaban arrodilladas haciendo sobre oraciones. Ella también se arodilló. Escuchó las oraciones de aquellas mujeres y cuando tuvo oportunidad, también alzó su voz y dijo:

- Hola Dios, soy yo María. Fíjese Señor, que mi nieta está muy enferma. Yo quisiera que usted fuera para allá a curarla. Por favor, Dios, anote la dirección.

Las señoras se sorprendieron con esa oración y continuaron escuchando.

- Es muy fácil, sólo es seguir el camino de las piedras y cuando pase el río con un puente usted entra en la segunda calle de tierra. Pasa una tiendecita. Mi casa es el último portal de esa callecita.

Las otras señoras, que estaban pendientes de la oración se esforzaban por no reír. Ella continuó:

- Mire Dios, la puerta está cerrada, pero la llave está abajo del felpudo rojo de la entrada. Por favor Señor, cure a mí nietecita. Gracias.

Y cuando todas pensaron que ya había terminado ella agregó:

- ¡Ah! Señor, por favor, no se olvide de colocar la llave de nuevo abajo del felpudo rojo, si no, yo no voy a poder entrar en la casa. ¡Muchas, muchas gracias!

Después de que Doña María se fue, las demás señoras soltaron la carcajada y se quedaron murmurando, lo deplorable que es ver que las personas no saben ni orar.

Cuando Doña María llegó a su casa no se pudo contener de tanta alegría al ver a la niña sentada en el suelo jugando con sus muñecas.

- ¿Ya estás de pie?

Y la niña, mirándola cariñosamente le contestó:

- Un médico estuvo aquí abuelita. Me dio un beso en la frente y dijo que iba a mejorar. ¡Él, era tan hermoso abuelita! Su ropa era tan blanca que parecía hasta que brillaba. ¡Ah! Y El te mandó decir, que si fue fácil encontrar nuestra casa y que iba a dejar la llave debajo del felpudo rojo como tú se lo pediste.

Dios no quiere palabras bonitas. El quiere palabras sinceras. Para Dios, lo más importante no son las palabras adornadas o bonitas, sino la sinceridad de nuestro corazón. Ello valora la honestidad, la humildad y la verdadera intención tras nuestras palabras y acciones. Buscar ser sinceros en nuestra relación con El nos permite tener una conexión más auténtica y profunda. Cuando nuestra fe se basa en la autenticidad, creo en libertad, porque dejamos de actuar por obligación y empezamos a vivir desde el amor. Amén

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