2025 CICLO C TIEMPO
ORDINARIO XXIX. DOMUND
El Señor sigue enseñando a sus
discípulos y a nosotros cada día, cada vez que nos acercamos a su Palabra y la
escuchamos. En el evangelio Jesús, a través de una parábola, nos enseña cómo
debemos orar siempre, sin desfallecer, sin desanimarnos.
También celebramos la jornada de oración
por las misiones y las personas que allí anuncian a Jesucristo, la jornada del
Domund.
La parábola es breve y se entiende bien.
Dos personajes: Un juez que No teme a Dios y no le importan las
personas. Es un hombre sordo a la voz de Dios e indiferente al sufrimiento
de los oprimidos.
Una viuda,
una mujer sola, privada de un esposo que la proteja y sin apoyo social alguno;
es frágil e indomable al mismo tiempo. Ha sufrido una injusticia y no baja la
cabeza. En la tradición bíblica, estas «viudas» son, junto con los huérfanos y
los extranjeros, el símbolo de las gentes más indefensas. Los más pobres de los
pobres. La mujer no puede hacer otra cosa sino presionar, moverse una y otra
vez para reclamar sus derechos, sin resignarse a los abusos de su adversario. Sólo
quiere que le hagan justicia.
Durante un tiempo, el juez no
reacciona. No se deja conmover; no quiere atender aquel grito incesante.
Después reflexiona y decide actuar. No por compasión ni por justicia.
Sencillamente para evitarse molestias y para que las cosas no vayan a
más.
Si un juez tan mezquino y egoísta
termina haciendo justicia a esta viuda, Dios, que es un Padre compasivo, atento
a los más indefensos, «¿no hará justicia a sus elegidos, que le gritan día y
noche?».
La parábola encierra un mensaje de
confianza. Los pobres no están abandonados a su suerte. Dios no es sordo a
sus gritos. Está permitida la esperanza. Su intervención final es segura. Pero
¿no tarda demasiado? Hemos de confiar, de invocar a Dios de manera incesante y
sin desanimarnos. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en
la tierra?
Porque rezar es como amar. De hecho,
siempre hay tiempo para amar: si amas a alguien, lo amas siempre. No se reza
para cambiar la voluntad de Dios, sino el corazón del hombre. No se reza para
obtener, sino para ser transformados. Contemplar transforma. Uno se convierte
en lo que contempla con los ojos del corazón. Uno se convierte en lo que reza.
Uno se convierte en lo que ama.
El Domund y la necesidad de rezar por
los misioneros y por sus gentes a las cuales sirven,
rezar para que sea un servicio eficaz que cure las heridas y las
llagas de la humanidad, no solo con palabras de fe y confianza sino en
actitudes concretas y actos reconocibles y transformantes. La misión es
esencial para la Iglesia y todos podemos participar en ella a través de la
oración, el testimonio y la solidaridad económica, apoyando así la labor
evangelizadora en lugares de mayor necesidad. Es una invitación a compartir la
esperanza y ser parte de una gran familia.
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