Meditación
eucarística:
Dios
siempre escucha
Señor
Jesús sacramentado junto a ti nos presentamos con nuestras manos vacías y
nuestros corazones abiertos para experimentar tu gran amor hacia cada uno de
nosotros. En
el silencio de esta adoración estamos convencidos que tú estás ahí para
escucharnos, acogernos, ayudarnos. Tú siempre estás atento a nuestras
oraciones, pensamientos y necesidades. Puede que no siempre recibamos
respuestas de la manera que esperamos, pero notamos tu presencia y cuidado de
una manera constante. Escuchemos
Dios
siempre escucha:
Había una mujer, Angustias de nombre, que a pesar de sus pocos años había ya
padecido mucho. Como consecuencia de tanto sufrimiento y de su precaria vida de
piedad, fue perdiendo la fe y su confianza en Dios. Por si faltaba algo, su
marido hacía unos meses que se había quedado sin trabajo y apenas si tenían
para vivir ellos y sus cuatro hijos.
Una
amiga suya Consuelo conociendo el mal estado emocional en el que se encontraba
fue un día a visitarla: ¡Hola, Angustias! ¿Cómo te encuentras?
-
No tan bien como deseara. La verdad es que últimamente estoy con la depresión.
Ya sabes todo lo que nos está ocurriendo, respondió la amiga.
-
Lo que debes hacer es tener fe. ¡Pídele a Dios y verás cómo te ayuda!
-
Dios me ha abandonado. Al principio rezaba, pero me aburrí. No sé si habrá
alguien arriba porque por más que le pido no me responde.
Angustias, durante sus años mozos, había sido
una “buena cristiana”; pero luego, cuando la vida empezó a azotarle, y debido
también a que su marido era poco practicante, se fue separando de Dios y de la
vida de piedad.
Consuelo
le insistió en que rezara con fe, pues Dios nunca dejaba de escuchar nuestra
oración.
-
Mira, Angustias, nada vas a perder si le pides a Dios de nuevo. Él nunca
abandona. Es más, a partir de ahora pediré yo también por ti.
Angustias
no estaba muy convencida, pero para que su amiga se callara le prometió que
volvería a rezar. Y no se le ocurrió otra cosa que decirle a Dios: ¡Señor! Ya
sabes todo lo que me pasa. Mi amiga me ha pedido que te rece, pero la verdad es
que he perdido la fe; así que te voy a pedir algo sencillo. ¡Mira!, me gustaría
que, como signo de tu amor hacia mí, y para probarme que me escuchas, me
regalaras una flor y una mariposa.
Pasaron
unos días, y la mujer, enfrascada de nuevo en los quehaceres cotidianos, se
olvidó de Dios y de lo que le había pedido. Un miércoles por la mañana,
mientras la pobre mujer estaba haciendo la colada de toda la familia, sonó el
timbre de la casa. Se secó las manos apresuradamente y acudió a la puerta a ver
quién era.
-
Un repartidor le pregunta: ¿Vive aquí Angustias Sánchez? Aquí le traigo un
paquete.
La
mujer lo recibió. Firmó la hoja de entrega. El furgón se marchó y la mujer,
curiosa, se dispuso a abrir el paquete, no sin antes buscar el remitente del
mismo. Por más que buscó no encontró nombre alguno. Al abrir la caja se
encontró una maceta pequeña con un cactus pinchoso, un gusano negro feo y
peludo y una pequeña tarjeta de visita que decía: “En respuesta a tu oración”.
En
ese momento le entró un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo. Parecía que
quería adivinar que el paquete venía del cielo. Pero no del cielo, pues eso no
era lo que ella había pedido a Dios. Disgustada porque Dios tampoco le había
escuchado, volvió a meter el cactus con el gusano y la nota en la caja y la
tiró en una esquina del patio de la casa, pensando.
Pasaron
ocho o diez días, y nuestra sufrida mujer se dispuso una mañanita a limpiar el
patio de la casa. Era finales de la primavera. En eso que vio la caja que ella
misma había tirado en el patio.
Angustias
comenzó a limpiar el patio. Cogió la caja para tirarla a la basura, cuando de
pronto, movida por la curiosidad y quizá también por algo de resentimiento con
Dios, abrió la caja como para reírse de Él. Cuál fue su sorpresa, cuando al
quitar la tapa, se encontró que en el cactus tenía una flor bellísima y el
gusano negro, feo y peludo se había transformado en una preciosa mariposa
multicolor.
El
Señor siempre escucha nuestra oración. A veces lo que nos manda no es tanto lo
que nosotros esperábamos, pero siempre es lo más nos conviene. Sencillamente lo
único que tenemos que hacer es tener paciencia a que el cactus dé su flor y el
gusano se transforme en mariposa…. Y es que Dios, siempre escucha. Amén
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