Meditación eucarística:
EL REGALO DE CUMPLEAÑOS
Querido Jesús sacramentado venimos aquí en esta tarde para aprender de ti, aprender tú humildad, tu mansedumbre, tu bondad y generosidad. Sólo tú eras capaz de derribar nuestros orgullos y nuestras falsas modestias. Nos encantaría vivir como hermanos y tratarnos con respeto y generosidad. Escuchemos esta bonita lección.
El regalo de cumpleaños :
Se acercaba mí cumpleaños, y quería ese año pedir un deseo especial al apagar las velas de mí pastel. Caminando por el parque, me sentí cerca de un mendigo que estaba en uno de los bancos, el más retirado, viendo dos palomas revolotear cerca del estanque, y me pareció curioso ver al hombre de aspecto abandonado, mirar a las avecillas, con un sonrisa en la cara, que parecía eterna. Me acercó a él con la intención de preguntarle por qué estaba tan feliz.
Quise también sentirme afortunado al conversar con él, para sentirme más orgulloso de mis bienes, porque yo era un hombre al que no le faltaba nada; tenía mi trabajo, que me producía muchos dineros (claro, cómo no iba a producírmelo trabajando tanto); tenía mis hijos a los que, gracias a mi esfuerzo, tampoco les faltaba nada, y tenían los juguetes que quisieran.
En fin, gracias a mis interminables horas de trabajo, no le faltaba nada ni a mi esposa ni a mi familia completa. Me acercó entonces al hombre, y le pregunté:
- Caballero, ¿qué pediría usted como deseo en su cumpleaños?
Pensé que el hombre me contestaría que dinero, y así de paso, le daría unos billetes que tenía y hacer la obra de caridad del año.
Quedó sorprendido cuando el hombre me contesta lo siguiente, como el mismo sonriso en su rostro, que no se le había borrado y nunca se le borrará.
- Amigo, si pidiera algo más de lo que tengo sería muy egoísta, yo ya he tenido de todo lo que necesita un hombre en la vida y más.
Vivía con mis padres y mi hermano, antes de perderlos una tarde de junio. Hace mucho, conocí el amor de mi padre y mi madre, que se desvivían por darme todo el amor que les era posible, dentro de nuestras limitaciones económicas; al perderlos sufrió muchísimo, pero entendió que hay otros que nunca conocieron ese amor que yo viví, y me sintió mejor.
Cuando joven, conocí a una chica de la que me enamoré perdidamente. Un día, la besó y estalló en mí el amor hacia aquella joven tan bella que después se marchó. Mi corazón sufría mucho, pero recordé ese momento, y pensé que hay personas que nunca han conocido el amor, y me sintió mejor. Un día, en este parque, un niño correteando cayó al suelo y empezó a llorar; yo fui y le ayudé a levantarse, le secó las lágrimas con mis manos y jugó con él por unos instantes, y aunque no era mi hijo, me sintió padre, y me fui feliz porque pensé que muchos no han conocido ese sentimiento. Cuando siento frío y hambre en el invierno, recuerdo el alimento de mi madre y el calor de nuestra pequeña casita y me siento mejor, porque hay otros que nunca lo han oído y tal vez no lo sientan nunca.
Cuando consigo dos piezas de pan, comparto una cono otro mendigo del camino y siento el placer que da compartir con quien lo necesita, y recuerdo que hay unos que jamás oirán esto. Por eso, mi querido amigo, qué más puedo pedir a Dios de la vida, cuando lo he tenido todo, y lo más importante es que estoy consciente de ello; puedo ver la vida en su más simple expresión, como esas dos palomitas jugando, ¿qué necesitan ellas?, ¡lo mismo que yo, nada! Estamos agradecidos al cielo de esto, y sé que usted pronto lo estará también.
Después de haberme dado esa respuesta, miré hacia el suelo un segundo, como perdido en la grandeza de las palabras de aquel sabio que me había abierto los ojos en su simplicidad, y cuando miré a mi lado ya no estaba, sólo las palomitas allí, en su mundo, revoloteando. En ese momento sintió un arrepentimiento enorme de la forma en que había vivido sin haber conocido la vida; nunca pensé que aquel mendigo, tal vez un ángel enviado por el Señor, me daría el regalo más precioso que se le puede dar a un ser humano: LA HUMILDAD.
Jesús que hermosa historia, ayuda a saber saborear la vida, la auténtica vida, que se encuentra en los pequeños detalles que hacen la diferencia. La humildad es el gran regalo que hoy te pedimos Señor. Debes tener una visión realista de nosotros mismos, reconociendo tanto nuestras fortalezas como nuestras debilidades, sin arrogancia ni falsa modestia. La persona humilde no se siente superior a los demás, aunque tenga logros o talentos notables, y está abierta a aprender, a escuchar ya reconocer el valor de otros. Ayúdanos a ser humildes Señor Jesús. Amén.
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