2025
CICLO C
TIEMPO
ORDINARIO XXVIII
La ley de Moisés, consideraba a los
enfermos de lepra como personas impuras, que volvían impuro a quien los tocaba.
Inhabilitados para la vida social, no podían permanecer con su familia y
relacionarse con la gente. Tenían que vivir aislados fuera de las ciudades y
gritar: “¡Impuro, impuro!”, a la distancia, para que nadie se les acercase.
Estos diez leprosos salen al encuentro
de Jesús y le gritan: ¡Ten piedad de nosotros! Jesús se preocupa de
restablecerles su dignidad de personas y los envía a los sacerdotes y mientras
van de camino quedan curados.
A continuación, el evangelio resalta el
comportamiento ambivalente mantenido por los curados. La actitud de Jesús ha
sido ejemplar, pero nueve de los diez curados muestra actitudes cumplidoras,
pero no agradecimiento. Muy pronto se han olvidado del gran favor recibido.
Sólo uno de ellos y, por cierto, un samaritano, es decir, un hereje reprobado
por los judíos, al verse sano, regresó alabando a Dios en voz alta y se postró
a los pies de Jesús dándole gracias. Reconoce que Dios ha obrado en Jesús y lo
declara abiertamente con un gesto de auténtica fe. Por eso le dice Jesús:
Levántate, vete; tu fe te ha salvado. Al volver junto al Señor recibe algo
más que la curación física de los otros nueve: la salvación y la vida
nueva que da Jesús.
En el evangelio Jesús ha curado porque
sí, sin que se lo hayan pedido siquiera los diez leprosos. Si os fijáis ellos
sólo reclamaron del Maestro compasión. Se habrían conformado con
que tuviera por ellos un sentimiento de pena, de ternura, de empatía con
su desgraciada situación.
El Maestro se queja:¿dónde están
los otros nueve? ¿Sólo uno ha vuelto para dar gloria a Dios? Y sólo de
él afirma que está salvado. Los diez recibieron el regalo de la curación. Pero
sólo uno fue capaz de descubrir detrás de ello la mano de Dios.
Descubrimos que este leproso samaritano
al sentirse curado vuelve a Jesús porque tenía un corazón agradecido. Esto
nos ayuda a ser agradecidos con Dios y con las personas: valorando sus detalles
y esfuerzos, aprendiendo de ellos, y multiplicándolos también nosotros. Un
corazón agradecido abre las puertas de la salvación. Un corazón agradecido
tiende puentes y reafirma las relaciones. Un corazón agradecido nos hace mucho
mejores. Y tenemos tanto que agradecer a Dios.
Cada domingo al celebrar la Eucaristía,
literalmente significa Acción de Gracias, supone haberse ido preparando
durante la semana, en la oración y en la vida diaria, para ir cultivando ese
corazón agradecido. Desgranar cada día los mil motivos que los ojos de la fe
van descubriendo en lo que pasa y en lo que nos pasa. Mostrar
agradecimiento concreto (con rostros, momentos, lugares), sintiéndonos en deuda
de corresponder a sus dones. Al menos reconocerlos.
En nuestra «civilización mercantilista»,
cada vez hay menos lugar para lo gratuito. Todo se intercambia, se presta, se
debe o se exige. En este clima social la gratitud desaparece. Ánimo y
recuperemos la gratitud ante Dios y su bondad insondable. Esto genera una forma
nueva de mirarse relacionarse con las cosas y de convivir con los demás.
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