sábado, 11 de octubre de 2025

2025 CICLO C

TIEMPO ORDINARIO XXVIII

 

La ley de Moisés, consideraba a los enfermos de lepra como personas impuras, que volvían impuro a quien los tocaba. Inhabilitados para la vida social, no podían permanecer con su familia y relacionarse con la gente. Tenían que vivir aislados fuera de las ciudades y gritar: “¡Impuro, impuro!”, a la distancia, para que nadie se les acercase.

Estos diez leprosos salen al encuentro de Jesús y le gritan: ¡Ten piedad de nosotros! Jesús se preocupa de restablecerles su dignidad de personas y los envía a los sacerdotes y mientras van de camino quedan curados.

A continuación, el evangelio resalta el comportamiento ambivalente mantenido por los curados. La actitud de Jesús ha sido ejemplar, pero nueve de los diez curados muestra actitudes cumplidoras, pero no agradecimiento. Muy pronto se han olvidado del gran favor recibido. Sólo uno de ellos y, por cierto, un samaritano, es decir, un hereje reprobado por los judíos, al verse sano, regresó alabando a Dios en voz alta y se postró a los pies de Jesús dándole gracias. Reconoce que Dios ha obrado en Jesús y lo declara abiertamente con un gesto de auténtica fe. Por eso le dice Jesús: Levántate, vete; tu fe te ha salvado. Al volver junto al Señor recibe algo más que la curación física de los otros nueve: la salvación y la vida nueva que da Jesús.

En el evangelio Jesús ha curado porque sí, sin que se lo hayan pedido siquiera los diez leprosos. Si os fijáis ellos sólo reclamaron del Maestro compasión. Se habrían conformado con que tuviera por ellos un sentimiento de pena, de ternura, de empatía con su desgraciada situación.

El Maestro se queja:¿dónde están los otros nueve? ¿Sólo uno ha vuelto para dar gloria a Dios? Y sólo de él afirma que está salvado. Los diez recibieron el regalo de la curación. Pero sólo uno fue capaz de descubrir detrás de ello la mano de Dios.

Descubrimos que este leproso samaritano al sentirse curado vuelve a Jesús porque tenía un corazón agradecido. Esto nos ayuda a ser agradecidos con Dios y con las personas: valorando sus detalles y esfuerzos, aprendiendo de ellos, y multiplicándolos también nosotros. Un corazón agradecido abre las puertas de la salvación. Un corazón agradecido tiende puentes y reafirma las relaciones. Un corazón agradecido nos hace mucho mejores. Y tenemos tanto que agradecer a Dios.

Cada domingo al celebrar la Eucaristía, literalmente significa Acción de Gracias, supone haberse ido preparando durante la semana, en la oración y en la vida diaria, para ir cultivando ese corazón agradecido. Desgranar cada día los mil motivos que los ojos de la fe van descubriendo en lo que pasa y en lo que nos pasa. Mostrar agradecimiento concreto (con rostros, momentos, lugares), sintiéndonos en deuda de corresponder a sus dones. Al menos reconocerlos.

En nuestra «civilización mercantilista», cada vez hay menos lugar para lo gratuito. Todo se intercambia, se presta, se debe o se exige. En este clima social la gratitud desaparece. Ánimo y recuperemos la gratitud ante Dios y su bondad insondable. Esto genera una forma nueva de mirarse relacionarse con las cosas y de convivir con los demás.

 

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