2025 CICLO C TIEMPO
ORDINARIO XXVII
La petición de los apóstoles al Señor para
que les aumente la fe es licita y no solo cuantitativamente, sino cualitativamente.
La calidad de nuestra fe hará que las
obras de misericordia, los comportamientos y actitudes se lleven a cabo sin
miedo a los trabajos, violencias y catástrofes, que nos puedan venir, como al
profeta Habacuc.
A medida que vamos descubriendo el
proyecto de Dios en nosotros y lo que ello conlleva, tendremos necesidad de
aumentar nuestra fe, dándole mayor cabida y superando la fe infantil que pueda
haber en nuestro corazón. Asentando así nuestra confianza en el Dios de
Jesucristo.
Como la fe es un don, es necesario
pedirla, mantenerla y aumentarla.
Si tuvierais fe como un grano de
mostaza, podríais decir a este sicómoro: Desarráigate y plántate en el mar y os
obedecería. A lo mejor no hemos visto árboles que
se arrancan y se plantan en el mar; pero quizá hayamos visto discípulos del
Nazareno, vivir en fronteras, en llamas y salvar miles de vidas; hombres y
mujeres confiar unos en otros y afrontar problemas sin solución con un coraje
de leones; madres y padres resucitar a la vida tras la muerte de un hijo; o una
pequeña monja llena de arrugas que rompe los milenarios tabúes de las castas.
Y todo esto lo subrayan palabras
difíciles: cuando lo hayáis hecho todo, decid: Somos siervos inútiles.
Ojo, inútiles en nuestro idioma, significa que no sirven, que son incapaces,
improductivos. Pero no es así en el idioma de Jesús: los siervos que aran,
pastorean, preparan la comida no son ni incapaces ni inútiles. Significa:
siervos que no buscan su propio beneficio, sin pretensiones, sin
reivindicaciones, que no necesitan nada más que ser ellos mismos. No buscan su
interés. El servicio en sí, la actitud ante la vida, es más verdadero que los
resultados, más importante que su reconocimiento.
Como podríamos arrancar árboles y
hacerlos volar. Por ejemplo en un mundo que habla el lenguaje del beneficio, nosotros
hablar el lenguaje del don; en un mundo que sigue la lógica de la guerra, nosotros
recorrer el camino de la paz.
Entonces, para soñar el sueño de Dios,
bastan los grandes campos del mundo donde brota el pan y las flores; una
pequeña hormiga llena fe es suficiente para empezar a cambiar y transformar
este mundo; ver el sueño de Dios en el corazón vivo de todas las cosas.
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