sábado, 15 de mayo de 2021

2021 AÑO B TIEMPO DE PASCUA: ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Ahí estaban sus discípulos medio confundidos, y un pequeño núcleo de mujeres, fieles y valientes. Lo siguieron durante tres años por los caminos de Palestina, no entendieron mucho, pero le querían mucho y allí delante de ellos asciende a lo más alto del cielo.

La ascensión conmemora que Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha del Padre, pero a la vez se quedó muy intensamente entre nosotros. El ascender de Jesús es un descender a las profundidades de las cosas, a las profundidades de la creación y las criaturas, y desde dentro presiona como una fuerza ascendente hacia una vida más brillante. Decía el papa Francisco que: “Cristo resucitado habita en lo más profundo de cada ser, rodeándolo con su cariño y penetrándolo con su luz”

La Iglesia tiene ya veinte siglos. Atrás quedan dos mil años de fidelidad y también de no pocas infidelidades. El futuro parece sombrío. Se habla de signos de decadencia en su seno: cansancio, envejecimiento, falta de audacia, resignación. Crece el deseo de algo nuevo y diferente, pero también la impotencia para generar una verdadera renovación. Jesús seguirá vivo en medio del mundo. Su movimiento no se extinguirá. Siempre habrá creyentes que actualicen su vida y su mensaje. “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

Marcos nos dice que, después de la Ascensión de Jesús, los apóstoles “proclamaban el evangelio por todas partes y el Señor actuaba con ellos”. Esta fe nos lleva a confiar también hoy en la Iglesia: con retrasos y resistencias tal vez, con errores y debilidades, siempre seguirá buscando ser fiel al evangelio. Nos lleva también a confiar en el mundo y en el ser humano: por caminos no siempre claros ni fáciles el reino de Dios seguirá creciendo.

Jesús confía el anuncio del Reino a los que le quieren y los envía a animar a los cojos a andar por todos los caminos del mundo: nos envía a enseñar que la pequeña semilla de mostaza, que la pizca de sal, que somos luz para el mundo y para eso el único instrumento que nos da es un corazón ardiente para contagiar del evangelio a toda criatura. Es la hora de la Iglesia, de la comunidad, tu hora y la mía. Vayamos a perfumar las vidas que encontremos con el cielo, y enseñémosles el oficio de vivir, como lo hizo Jesús mostrando el rostro bien alto y luminoso.

Bautizar, que significa sumergir al pueblo en Dios, empapar del cielo, impregnar de Dios, empapar en agua viva: hacer del mundo un bautismo, un laboratorio de inmersión en Dios, en ese Dios que Jesús describió como amor y libertad, como ternura y justicia. Cada uno de nosotros recibe hoy la misma misión que los apóstoles: proclamar. Nada más. No dice: organizar, ocupar puestos clave, hacer grandes obras benéficas, sino simplemente, anunciar: El Evangelio, la buena noticia, la historia de la ternura de Dios. 

 

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