sábado, 2 de octubre de 2021

2021 AÑO B TIEMPO ORDINARIO XXVII

Algunos fariseos se acercaron a Jesús para ponerlo a prueba: ¿Es lícito al marido divorciarse de su mujer? En la tradición religiosa, existía esta posibilidad, en cambio, Jesús se distancia de esta ley: por la dureza de vuestro corazón Moisés escribió esta norma. Jesús afirma algo que nos hace abrir el entendimiento: no toda la ley tiene origen divino, a veces es reflejo de un corazón endurecido: la Biblia requiere inteligencia y corazón.

Jesús no quiere regular la vida, sino inspirarla, iluminarla, renovarla. Nos presenta el sueño de Dios, un sueño original, nos enseña a mirar la vida desde el punto de vista de Dios y no de los hombres. El sueño de Dios es que nadie esté solo, nadie sin compañía, sin seguridad, sin ternura. Jesús nos lleva a respirar el aire de los inicios: Dios es el que une, crea comunión, el hombre no separe lo que Dios ha unido.

Jesús no aprueba la desigualdad de derechos en la ley; a la mujer, la parte más débil, no se le dio la posibilidad de divorciarse de su marido. Y Jesús, como siempre, se pone del lado de los más débiles y eleva a las mujeres a la misma dignidad, sin distinción de género. Porque el adulterio está en el corazón y el corazón es el mismo para todos. El verdadero pecado, más que transgredir una regla, consiste en transgredir el sueño de Dios.

El serán una sola carne, se trata de un proyecto de comunión personal, de igualdad entre el hombre y la mujer, de complementariedad y mutua entrega; sin imposición ni sumisión, que contrasta con la situación de inferioridad que, en tiempos de Jesús, tenía la mujer respecto al hombre. Jesús rompe con la interpretación patriarcal y machista por la cual el hombre (que no la mujer) podía despedir a la mujer si se cumplían unos requisitos. Jesús propone un estilo de vida alternativo que sueña, para las relaciones humanas, la calidad de los días de la creación. Este proyecto vivido en la fe se convierte en sacramento, signo vivo del amor fiel de Cristo a su Iglesia, que debe ser vivido con fidelidad, fecundidad y unidad entre los esposos.

No impone un yugo, sino que pretende liberarnos del egoísmo; nos anuncia que la fidelidad es posible porque es posible el amor. ¡Hemos creído en el amor! Esa es la Buena Noticia que hoy se nos anuncia y que estamos llamados a predicar.

La realidad se nos impone, muchos matrimonios están rotos y la convivencia es un infierno, entonces el divorcio es una salida, sobre todo, para situaciones insostenibles. Pero también es cierto que ha generado nuevos sufrimientos en muchos esposos e hijos, por más que se quiera ocultar o trivializar la realidad.

El divorcio no se puede acudir con tanta facilidad y ligereza en cuanto aparece la menor dificultad o cansancio, sin hacer esfuerzo por lograr una armonía mayor o la reconciliación.

El divorcio no puede ser la meta o ideal del matrimonio. Incluso el que no comparte la visión evangélica del matrimonio ha de reconocer que en todo amor verdadero se encierra una nostalgia de permanencia y una exigencia de fidelidad.

Para el creyente el amor y fidelidad conyugal es un don de Dios y una tarea en la vida diaria. Cada día vivido juntos, cada alegría y cada sufrimiento compartidos, cada problema vivido en pareja, dan consistencia real al amor. Las parejas se van separando o consolidando su unión poco a poco, en la vida de cada día. 

 

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