miércoles, 19 de octubre de 2022

2022 OCTUBRE MEDITACIÓN EUCARISTICA 

Sólo sacos de tierra

Una de las cosas que más nos cuesta aceptar son los caminos que Dios tiene “preparados” para cada uno de nosotros. Es muy habitual que intentemos llevar a Dios por nuestros caminos y no por los que Él tenía previsto. Cuando esto hacemos, lo único que demostramos

es nuestra poca inteligencia, nuestra falta de confianza y nuestra escasa docilidad a su voluntad. Todos los días le decimos a Dios “hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”, pero luego, a la hora de la verdad, da la impresión que eran palabras huecas, dichas con los labios, pero no con el corazón.

Hace unas semanas escuché una sencilla historia que habla precisamente de esto; de la confianza en Dios y de ser dóciles a sus planes.

Sólo sacos de tierra: Érase una vez un niño que vivía con su padre junto a un gran dique de retención que se había construido cercano al nacimiento de un río. Este dique era muy importante para proteger una pequeña villa que había a las faldas de la montaña; especialmente al comienzo de la primavera, cuando las abundantes lluvias y el deshielo hacían su presencia en este bellísimo valle perdido de las montañas del Tirol. Todos los días el padre iba a trabajar a la montaña detrás de su casa y volvía por la tarde con una carretilla llena de tierra.

- Pon la tierra en los sacos, hijo, -decía el padre-. Y amontónalos frente a la casa. Si bien el niño obedecía, también se quejaba. Estaba cansado de la tierra. Estaba cansado de las bolsas. ¿Por qué su padre no le daba lo que otros padres dan a sus hijos? Ellos tenían juguetes y juegos; él tenía tierra. Cuando veía lo que los otros tenían, enloquecía. «Esto no es justo», se decía. Y cuando veía a su padre, le reclamaba:

- Ellos tienen diversión. Yo tengo tierra.

El padre sonreía y con sus brazos sobre los hombros del niño le decía:

- Confía en mí, hijo. Estoy haciendo lo que más conviene.

Pero para el niño era duro confiar. Cada día el padre traía la carga. Cada día el niño llenaba las

bolsas. Amontónalas lo más alto que puedas, le decía el padre mientras iba por más. Y luego el niño llenaba las bolsas y las apilaba. Tan alto que no ya no podía mirar por encima de ellas.

- Trabaja duro, hijo, -le dijo el padre un día-, el tiempo se nos acaba.

Mientras hablaba, el padre miró al cielo oscurecido. El niño comenzó a mirar fijamente las nubes y se volvió para preguntarle al padre lo que significaban, pero al hacerlo sonó un trueno y el cielo se abrió. La lluvia cayó tan fuerte que escasamente podía ver a su padre a través del agua.

- ¡Sigue amontonando, hijo!

Y mientras lo hacía, el niño escuchó un fuerte estruendo. El agua del río irrumpió a través del dique hacia la pequeña villa. En un momento la corriente barrió con todo en su camino, pero los sacos de tierra que habían apilado delante de su casa dio al niño y al padre el tiempo que necesitaban.

- Apúrate, hijo. Sígueme. Corrieron hacia la montaña detrás de su casa y entraron a un túnel. En cuestión de momentos salieron al otro lado, huyeron a lo alto de la colina y llegaron a una nueva casita. Aquí estaremos a salvo, dijo el padre al niño.

Sólo entonces el hijo comprendió lo que el padre había hecho. Había provisto una salida. Antes que darle lo que deseaba, le dio lo que necesitaba. Le dio un pasaje seguro y un lugar seguro.

A veces no entendemos al Padre. Pero Él sabe lo que hace. No te quejes de los sacos de tierra que

has tenido que cargar. Un día sabrás que Dios estaba trabajando para tu futuro. Cuando venimos a este mundo podemos “elegir” entre tres caminos muy diferentes: Caminar de espaldas a Dios, intentar vivir con Dios, pero siguiendo cada uno su propio camino. Y una tercera opción hacer la voluntad del Padre.

La cualidad para aceptar esta tercera vía es la docilidad; es decir, permitir que Dios dirija y moldee nuestras vidas. La docilidad es la conjunción del amor, nobleza, humildad, confianza, generosidad. Ser dóciles no quiere decir entender los planes de Dios, sino confiar en Él, en su amor; reconocer las debilidades de uno, y estar seguro que Dios siempre lo puede hacer mejor que nosotros si le dejamos manos libres para actuar.

 

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