sábado, 14 de octubre de 2023


 

2023 AÑO A TIEMPO ORDINARIO XXVIII

 

Una vez más se nos brinda una parábola sorprendente y que da un giro inesperado y nos deja pensando. Es la de los invitados a la boda que ponen excusas para no ir, incluso con malas formas. Esto es fácil de entender, pero lo que resulta chocante es que el anfitrión salga a los caminos para llenar el vacío de los invitados descorteses y cuando se llena la sala del banquete, se fija en uno que no lleva traje de boda y lo echa de allí. La invitación al banquete del reino es para todos, pero hay que esforzarse para vestir un traje de fiesta, los que no visten traje de fiesta son esos cristianos hipócritas que se apuntan a lo bueno, a los privilegios de la religión (esa es la boda) pero no quieren vivir de acuerdo con el evangelio (ese es el buen traje).

La parábola cuenta la fiesta muy importante porque se casa el hijo del rey. La religión respira el aire de la fiesta, se basa en el don. El relato se mueve en torno a tres imágenes: una sala vacía; la búsqueda por las calles de convidados; un vestido equivocado. Empieza bien, pero pronto se desvía hacia la tristeza.

- La sala vacía certifica un fracaso, como en algunas de nuestras iglesias tristes y semivacías, con el pan y el vino que nadie quiere, nadie busca, nadie saborea; con nuestra apatía sobre la Palabra.

- Y luego la sorpresa: el rechazo no revoca el don. Si los corazones y las casas de los invitados se cierran, el Señor abre encuentros en otros lugares. Como dio la viña a otros labradores, en la parábola del domingo pasado, así dará el banquete a otros hambrientos. Los sirvientes son enviados en un orden ilógico y fabuloso: a todos los que encuentres, llámalos a la boda. A todos, sin distinción de méritos o formalidades. Qué hermosa idea de ese Dios que, rechazado, en lugar de rebajar las expectativas, las eleva: ¡llamas a todos! Se abre, se ensancha, va más allá, tiene tanta alegría que dar. Que entren todos, malos y buenos. Y nosotros que pensábamos que al lado de Dios sólo había sitio para los buenos, los mejores; en cambio "¡la sala se llenó!" y no sólo de gente buena...

- Cuando el rey desciende a la multitud festiva de la sala, me gusta la imagen de un Dios que entra en el corazón de la vida. Pensamos en él como distante, separado, sentado en su trono de juicio, pero en cambio está dentro de esta sala del mundo, dentro de la vida, aquí con nosotros, como alguien que se preocupa por la alegría, y la cuida. Ha invitado a mendigos y pilluelos, y se sorprende de que uno vaya mal vestido. Pero no por lo que lleva en la piel, sino por lo que viste su alma. El hombre "sin traje de fiesta" es expulsado no porque sea peor que los demás, sino porque está apagado por dentro, sin fiesta en el corazón.

Escuchar esta parábola produce una punzada en el estómago: todavía hay tan pocos cristianos que escuchen a Dios como un vino de alegría, una flauta del más allá. Tan pocos son aquellos para quienes creer es una fiesta, una belleza de vivir, un capital de fuerza y sonrisas.

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