miércoles, 4 de octubre de 2023


 

2023 OCTUBRE. ADORACIÓN EUCARÍSTICA.

EL LADRÓN DE SUEÑOS

Señor Jesús contigo queremos soñar que la vida puede ser distinta y que algún día lo que soñamos pueda ser realidad.

El Ladrón de sueños: Esta es la historia de Kichwa, un niño indio de 11 años que vivía en las montañas de Ecuador. Su familia era muy pobre. Vivía en una choza hecha de adobe y con techo de cañas y barro. Su padre cultivaba alrededor de la misma, algo de maíz y trigo; y criaba gallinas y conejos; no tanto para el consumo propio sino para la venta en el mercado semanal del pueblo.

Todas las mañanas, poco antes de que saliera el sol, Kichwa, cogía su hatillo con los libros, cuaderno y lápiz y se dirigía desde su choza hasta la escuela de Tambo, distante unos seis kilómetros. Estando Kichwa un día en la escuela, le asignaron la tarea de escribir un ensayo sobre lo que le gustaría ser de mayor.

Esa misma tarde, cuando regresó a su hogar, y habiendo recogido a todos los animales dentro de la choza antes de que se hiciera de noche, escribió un ensayo de tres páginas y media, describiendo su sueño: ser dueño de unas caballerizas para criar sus propios caballos.

Todo lo escribía con gran cuidado y detalle. Inclusive dibujó los planos de la tierra y la casa que soñaba tener. Al día siguiente se lo entregó a su maestro; y dos días después, éste se lo devolvió calificado. El maestro había escrito una nota en la parte superior del ensayo en letras grandes y rojas: Ven a verme después de clase. Y junto a esa nota, un 3 de calificación.

Cuando sonó la campana, Kichwa se quedó esperando a que el último alumno saliera del aula y fue a ver al maestro: ¿Por qué me puso una nota tan baja?

El maestro respondió: Tu ensayo describe un futuro muy irreal para un niño como tú que no tiene dinero y su familia es muy pobre. ¡No tienes ni siquiera suficiente dinero para comprar tu propio establo! ¡No hay forma de que pudieras lograr eso! Si tú vuelves a escribir el ensayo con un objetivo más realista yo reconsideraré tu calificación.

Un tanto triste y apenado, nuestro niño se volvió a su casa. En el camino, mientras que llegaba a su hogar, no paraba de pensar cómo podía arreglar su redacción. Llegado a su choza, echó de comer a las gallinas y cepilló el caballo, pero nada se le ocurría. Finalmente, después de una semana de reconsiderarlo profundamente, el niño entregó el mismo ensayo, sin ningún cambio y le dijo a su maestro: ¡Lo siento! ¡Usted puede mantener su calificación; yo voy a mantener mi sueño!

Los años pasaron rápidamente y nuestro Kichwa se hizo hombre.

Después de micho tiempo el maestro, estando ya punto de retirarse, llevó a un grupo de niños a visitar un gran rancho a unos ocho o nueve kilómetros del Tambo. Le habían hablado de que allí había un famoso criador de caballos con los ejemplares más espectaculares del país. El capataz de la finca se hizo cargo del maestro y del grupo de niños y les fue enseñando las maravillosas.

En un determinado momento el dueño se hizo presente. El capataz presentó al maestro y a los niños al dueño: Señor Kichwa, le presento aquí a los niños del colegio de Tambo. El maestro, al oír ese nombre tan peculiar, le trajo a su memoria la historia de un alumno con el mismo nombre que soñaba con tener sus propias caballerizas y criar sus propios caballos. ¿No será usted Kichwa el niño que venía a mi escuela hace ya muchos años?

- Así es, señor maestro. Y acordándose perfectamente del 3 que le había puesto en la redacción, le dijo: Cuando yo era tu profesor, hace mucho tiempo, era como un ladrón de sueños. Por muchos años, yo robé los sueños de los niños. Afortunadamente, tú fuiste lo suficientemente tenaz para conseguirlo.

Señor Jesús en el transcurso de nuestras vidas habrá verdaderos “maestros” que respeten nuestros sueños y nos enseñen el camino para alcanzarlos; pero junto a ellos, también encontraremos a muchos otros que, no creyendo en nosotros, pretenderán robarnos nuestros ideales y enseñarnos caminos más “realistas” pero menos “maravillosos”. Te pedimos que nos hagas conscientes que en el fondo, los sueños los pone Dios. Él nos conoce muy bien, y al mismo tiempo nos da los talentos suficientes para que con su ayuda y nuestro esfuerzo, se puedan hacer un día realidad.

Recordemos esta historia cuando alguien quiera destruir los nuestros sueños. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario