sábado, 16 de diciembre de 2023

2023 CICLO B TIEMPO DE ADVIENTO III

 

Juan vino, enviado por Dios, para dar testimonio de la luz. El profeta del Jordán es el testigo de que el centro donde se asienta la historia de Dios no es el pecado, sino la luz, no es el mal, sino la gracia. Juan gritaba: En medio de vosotros está Aquel a quien no conocéis, está tan cerca que podéis tropezar con Él.

Sacerdotes y levitas acuden desde Jerusalén, como un comité de investigación institucional, no para comprender, sino para afirmar su poder y reafirmar su primacía.

Juan era, por nacimiento, levita, pertenecía a esa casta sacerdotal masculina, hereditaria y autorreferencial, que pertenecía a su padre Zacarías. Se nacía sacerdote, se era tal de generación en generación. Pero Juan, el hijo del milagro, abandonó el templo y se convirtió en una voz de Dios.

Ser testigos de la luz no es algo que se improvise. Solo puede ser testigo de la luz quien vive en la luz. Pero no se trata de alcanzar un ideal de perfección, sino de vivir en verdad: en la verdad de lo que somos, más allá del yo y de la mente, aceptando o abrazando nuestra realidad completa.

Dicho de modo más simple: uno no es testigo de la luz porque sea “perfecto” -algo incompatible con el ser humano-, sino porque es “completo”, es decir, verdadero, humilde, transparente…, ya que esas son las condiciones que posibilitan que la vida, la verdad, el amor, en definitiva, la luz, fluyan e iluminen, aun sin darnos cuenta, a nuestro alrededor.

En nuestra identidad somos luz, del mismo modo que somos verdad, bondad y belleza. Pero no podemos apropiárnosla o presumir de ella. Nadie es sujeto o poseedor de la luz: únicamente podemos ser testigos de ella. Ocurre igualmente con la vida: nadie es sujeto de la vida -ni de la verdad, ni de la bondad, ni de la belleza-; en ese plano somos únicamente cauces o canales por los que la vida, la verdad, la bondad o la belleza se expresan.

Cuando a cada uno de nosotros alguien nos pregunta ¿tú quién eres? ¿Cómo nos definimos a nosotros mismos? Tal vez empecemos por nuestro nombre, por nuestra profesión, nuestro estado civil, por lo que creemos que nos caracteriza…Juan comienza negando, diciendo a los cuatro vientos quien no es.  Yo no soy el Mesías. Yo no soy Elías. Yo no soy el Profeta. Tampoco es él la luz, sino testigo de la luz. Juan se define a sí mismo en relación con alguien, y ese alguien el Jesucristo.

¿Nosotros hacemos alguna referencia a quien tiene que ser el centro de nuestra fe y de nuestra vida? Nos preguntamos si nuestra forma de actuar desde los valores del Evangelio, como personas individuales y como comunidad creyente, llamamos hoy también la atención de la gente.

Será que nuestra vida y comportamientos sorprende a los que nos rodean o alguien nos interroga sobre quienes somos. Así podría dar pie para dar razón de nuestra esperanza.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario