miércoles, 17 de septiembre de 2025


 

2025 SEPTIEMBRE

Meditación eucarística: El Gallo vanidoso y el silencio

Querido Jesús sacramentado venimos en esta tarde para descansar contigo del ajetreo diario y cotidiano que no nos deja centrarnos mucho en nuestra tarea y en nuestra misión. Siempre queremos tener la razón y hablamos y hablamos sobre nosotros mismos, pero cuantas veces hablar sin necesidad puede hacer más daño que bien. “El que mucho habla, mucho yerra; el que refrena su lengua es sabio.” Prov. 10, 19. Cuantas veces debemos preguntarnos: ¿Esto que voy a decir edifica o destruye? El silencio no es ausencia. Es presencia consciente. Es autocontrol. Es sabiduría. Aprendamos de esta historia

El Gallo Vanidoso y el Silencio: En una granja rodeada de campos dorados, vivía un gallo llamado Rufus. Era un gallo grande, con plumas brillantes de colores intensos: rojas, naranjas y doradas. Rufus era conocido por su impresionante cresta y su canto fuerte, pero había algo más que lo hacía destacar: su vanidad. Cada mañana, al salir el sol, Rufus cantaba con fuerza, asegurándose de que todo el mundo lo escuchara. Estaba convencido de que su canto era el más hermoso y que sin él, el día no podía comenzar.

Cada vez que lo escuchaba, el resto de los animales en la granja no podía evitar reírse a sus espaldas. Rufus se pavoneaba por el gallinero y siempre se veía a sí mismo en el reflejo de las charcas y en los pequeños espejos de la granja, admirando su espléndida apariencia. Se sentía superior a las demás gallinas y animales, pues pensaba que él era la estrella del lugar. Nunca dejaba pasar la oportunidad de alardear sobre lo increíble que era.

Un día, el granjero decidió organizar un concurso en la granja: quién podía cantar más fuerte y mejor al amanecer, ganaría una gran recompensa. Rufus, lleno de confianza en su hermoso canto, se inscribió sin pensarlo. No podía esperar para demostrarles a todos que nadie podía igualarlo.

La mañana del concurso, los animales se reunieron en el campo, con el granjero observando desde su ventana. Las gallinas, el perro, el burro, y hasta el gato, todos se alinearon, esperando su turno para cantar. Cuando fue el momento de Rufus, el gallo se subió al árbol más alto del gallinero. Se estiró el cuello, respiró profundamente y con toda la fuerza de su pecho, lanzó un canto poderoso que resonó por toda la granja.

Sin embargo, a medida que los demás animales comenzaron a cantar, Rufus notó que algo extraño sucedía. El perro comenzó a aullar con una pasión imparable, el burro se unió con su característico rebuzno, y el gato maulló con tal melancolía que parecía una melodía suave. Las gallinas también cantaron, pero de una manera armoniosa y llena de vida. A pesar de la fuerza de su canto, Rufus se dio cuenta de que no estaba tan solo en su habilidad de cantar.

El granjero observó con atención y luego se acercó. "No se trata de la fuerza del canto, Rufus", le dijo con una sonrisa tranquila, "sino de la armonía que todos podemos crear juntos". Rufus, al escuchar estas palabras, se sintió avergonzado. Su ego había sido tan grande que no había notado lo importante que era la colaboración de todos.

Al final del día, Rufus aprendió que no se trataba solo de él, sino de cómo podía contribuir a la armonía de la granja. Ya no se mostró tan vanidoso ni tan preocupado por ser el mejor, y comenzó a disfrutar de la compañía de los demás, entendiendo que cada animal tenía algo especial que aportar.

Querido Jesús cuantas veces la vanidad nos ciega, pero cuando aprendemos a valorar a los demás, podemos crear algo mucho más hermoso que cuando solo nos centramos en nosotros mismos.

La historia del gallo es más que una simple fábula. Nos recuerda algo crucial: no siempre tenemos que hablar, opinar, o demostrar lo que sabemos. A veces, el silencio es más poderoso que mil palabras. ¿Por qué sentimos la necesidad de hablar todo el tiempo? Creemos que nuestro valor está en lo que decimos. Pensamos que, si no opinamos, si no corregimos a otros, si no mostramos lo que sabemos, pasaremos desapercibidos. El silencio también habla. El silencio como forma de fe. Desde una perspectiva cristiana, el silencio es una señal de confianza en Dios. No siempre debes defenderte o responder. A veces, Dios pelea tus batallas en silencio. Cuando sabes que responder solo generará más conflicto. Cuando tu opinión no ha sido solicitada. Cuando necesitas tiempo para procesar lo que sientes. Cuando estás frente a alguien que no busca entender, solo discutir. Jesús durante su juicio, eligió callar. No porque no pudiera defenderse, sino porque ya sabía quién era. No necesitaba convencer a nadie. Silencio no es cobardía, es sabiduría emocional. Aprender a callar no es callar siempre, sino saber cuándo hablar y cuándo no. Es tener control de ti mismo, y eso es más valioso que querer controlar a otros.

sábado, 13 de septiembre de 2025


 


 


 


 


 

ACCIÓN DE GRACIAS

COGERÉ TU CRUZ, SEÑOR

Pues su madera, bien lo sé, Jesús es escalera que conduce a la Resurrección.

Cogeré tú cruz, Señor, pues su altura, es altura de miras para los que crean en otro mundo para los que esperan en Dios, para los que, cansándose o desangrándose, saben compartir y repartir en los demás.

¡Cogeré tú cruz, Señor!

Pues sobre clavos, pasan la carne, pero no matan la fe.

Es la fe, quien, en la cruz, le da otro brillo y hasta otro color: ni es tan cruel ni es definitiva.

Después de la cruz, venderá la vida.

¡Dame tú cruz, Señor!

Merece la pena arriesgarse por Ti.

Merece la pena sembrar en ti campo.

Merece la pena sufrir contratiempos.

Merece la pena adentrarse en tus caminos, sabiendo que, Tú, los recurra primero.

¡Cogeré tú cruz, Señor!

Enséñame dónde y cómo.

Indícame hacia dónde.

Háblame cuando, por su peso, caiga en el duro asfalto.

Quiero coger tú cruz, Señor, porque bien lo sé, hace tiempo que lo aprendió que ideales como los tuyos tienen y se pagan por un alto precio.

Quiero coger tú cruz, Señor, porque es preferible en el horizonte de los montes ver tú cruz que el vacío del hombre errante.

Amén


 

2025 CICLO C TIEMPO ORDINARIO XXIV

EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo. Palabras para repetir sin cansarse, para grabar en la carne del corazón, cada vez que un duda vuelve a extender su velo de preguntas. Amar mucho es cosa de Dios , pero también nosotros necesitamos mucho amor para vivir bien. Cuando amamos se duplica la vida, aumenta la fuerza, somos más felices. Cada gesto de cuidado, de ternura, de amistad quita la fuerza de Dios, abre una ventana al infinito.

Cuando amamos a los hombres hacemos gestos divinos. Cuando amamos a Dios hacemos gestos muy humanos.

El evangelio de hoy nos dice que Tanto amó a Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca a nadie de los que crean en él, sino que tengan vida eterna . En el evangelio amar no es una emoción o un hecho sentimental, sino que se traduce siempre con otro verbo sencillo, seco, sobrio, de manos: dar . Amar se dar generosamente, de un modo ilógico, simplemente dar.

Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

Salvar quiere decir conservar, que nada se pierda: ningún gesto de amor, ninguna fatiga generosa, ninguna paciencia dolorosa. Todo esto circula a través del mundo como una fuerza de vida y Dios dará eternidad a todo lo más bello que quitamos en el corazón.

Al Padre no le interesa instruir procesos contra nosotros, ni siquiera para absolvernos y mostrarse misericordioso. La vida del creyente no está pensada a modo tribunal, sino de floración y abrazo.

La fe cristiana se funda en lo más bello del mundo: un acto de amor, doble, el de Dios que tanto ha amado y nos dio al Hijo y lo ocurrido justo fuera de los muros de Jerusalén, sobre el Calvario.

En ese cuerpo desgarrado, desfigurado por la tortura, en aquel cuerpo que es el eco visible del corazón, que es el reflejo de un amor loco y escandaloso, hermoso por morir, allí está la belleza que salva al mundo, el esplendor de un Cristo que todavía me seduce. Bella es la persona que ama, hermoso el amor hasta el extremo. La norma, la regla, de la belleza es siempre el amor.

Ésta es la exaltación de la cruz, punto de encuentro entre Dios y el mundo, cruz que levanta la tierra, baja el cielo, recoge los cuatro horizontes, es encrucijada de los corazones dispersos.

Somos herederos de un cristianismo que sueña con milagros y se queja ante Dios cuando no los cumple. Mira el verdadero milagro, fíjalo: es este Señor que está con los brazos extendidos. Éste es el milagro nuevo.

Jesús ha hecho milagros sobre el mar, sobre las piezas, sobre los ciegos y sobre los leprosos, pero el nuevo miraculo es este Dios que no hace un miraculo por sí mismo, sino que se queda con los brazos abiertos. Abiertas al Padre y al mundo.