MEDITACIÓN EUCARÍSTICA
EL BESO DE DIOS
Jesús amigo, aquí estanos delante de ti para
sosegar nuestra alma y nuestro corazón. A veces la vida nos sacude y nos
incomoda y no sabemos encajar bien los golpes y por eso nos rebelamos y nos
desesperamos. Necesitamos de tu presencia, de tu mirada cariñosa y compasiva
para sentirnos amados y queridos por ti y por nuestro Padre Dios.
Con este amor en nuestro corazón seguramente
viviríamos nuestra existencia con sabiduría y entrega constante, sin quejarnos
nunca de los planes de Dios sobre nosotros, que tantas veces nos sabemos
interpretar. Ayúdanos tú y nunca nos dejes de tu mano. Sabemos que no lo haces,
pero haznos sentirlo con fuerza. Escuchemos esta bonita historia.
El beso de Dios: Cuentan que un niño
judío llamado Mortakai se resistía a ir a la escuela. Cuando cumplió seis años,
su madre lo llevó al colegio, pero él lloraba y protestaba por el camino e,
inmediatamente después que su madre se marchó, el niño terco regresó corriendo
a su casa. Ella lo volvió a llevar a la escuela. Esta escena se repitió varios
días. El niño se resistía a quedarse en la escuela. Sus padres trataron de
convencerle con razones, arguyendo que él, como todos los niños, tenía que ir a
la escuela.
En vano. Sus padres intentaron entonces el viejo
truco de aplicarle una adecuada combinación de sobornos y amenazas. Tampoco
esto fue efectivo.
Finalmente, desesperados, sus padres fueron a
visitar a su rabino y le explicaron la situación. Por su parte, el rabino dijo
simplemente:
- Si el niño no atiende a las palabras,
traédmelo.
Los padres llevaron al niño a la oficina del
rabino. El rabino no dijo ni palabra. Sencillamente aupó al niño sobre su
regazo, y lo abrazó y apretó un rato largo contra su corazón. Después, todavía
sin decir palabra, lo bajó de su regazo.
Lo que las palabras no habían podido lograr, un
abrazo silencioso lo consiguió. Mortakai no sólo comenzó a ir a la escuela de
buena gana, sino que más adelante llegó a ser gran profesor y rabino.
Lo que esta parábola expresa maravillosamente es
cómo funciona la Eucaristía. En ella, Dios nos abraza físicamente.
Efectivamente, eso es lo que son los sacramentos, abrazos físicos de Dios. Las
palabras, como sabemos, tienen un poder relativo. En ocasiones críticas, con
frecuencia nos fallan las palabras. Cuando pasa esto, tenemos todavía otro
lenguaje, el lenguaje de los ritos. El ritual más antiguo y más primordial de
todos es el ritual del abrazo físico. Puede expresar y lograr lo que no pueden
las palabras.
Jesús actuó en esa línea. En la mayor parte de su
ministerio, usó palabras. Por medio de palabras intentó traernos el consuelo,
el reto y la fuerza de Dios. Sus palabras, como toda palabra, tenían un cierto
poder. Efectivamente, sus palabras movían corazones, curaban a la gente y realizaban
conversiones. Pero, al mismo tiempo, por más poderosas que fueran, las palabras
se volvieron también insuficientes. Se necesitaba algo más. Así pues, en la
noche previa a su muerte, habiendo agotado lo que podía expresar y hacer con
palabras, Jesús fue más lejos, y las superó. Nos dio la Eucaristía, su abrazo
físico, su beso, un ritual por el que nos abraza y nos guarda en su corazón. La
Eucaristía es el beso de Dios.
Chesterton escribió una vez: “Llega un momento,
normalmente al atardecer, cuando el niño se cansa de jugar a policías y
ladrones. Es entonces cuando comienza a molestar y a meterse con el gato”. Las
madres con niños pequeños conocen demasiado bien esa hora del atardecer y su
dinámica particular. Llega un momento, normalmente justo antes de la cena,
cuando la energía del niño es baja, cuando se siente cansado y gimotea y cuando
la madre ha agotado su paciencia y su repertorio de avisos: “¡Deja eso quieto!
¡No hagas eso!” El niño, tenso y abatido, se abraza a la pierna de su madre. En
ese momento la madre sabe lo que hacer. Coge y coloca al niño en su regazo.
Contacto físico, no palabra, es lo que se necesita. En los brazos de su madre,
el niño se va calmando y la tensión desaparece de su cuerpo por completo.
Esa es una buena imagen o símbolo aplicable a la
Eucaristía. Nosotros somos ese niño tenso, nervioso perdido, siempre
atormentando al gato. Llega un momento, también con Dios, cuando las palabras
no son suficientes. Dios nos tiene que aupar, tomar en sus brazos, como hace la
madre con su hijo. Lo que se necesita es un abrazo físico. La piel necesita que
la toquen. Dios sabe eso. Por eso Jesús nos dio la Eucaristía. Amén.








