2025
SEPTIEMBRE
Meditación
eucarística: El Gallo vanidoso y el silencio
Querido
Jesús sacramentado venimos en esta tarde para descansar contigo del ajetreo
diario y cotidiano que no nos deja centrarnos mucho en nuestra tarea y en
nuestra misión. Siempre queremos tener la razón y hablamos y hablamos sobre nosotros
mismos, pero cuantas veces hablar sin necesidad puede hacer más daño que bien. “El
que mucho habla, mucho yerra; el que refrena su lengua es sabio.” Prov. 10,
19. Cuantas veces debemos preguntarnos: ¿Esto que voy a decir edifica o
destruye? El silencio no es ausencia. Es presencia consciente. Es autocontrol.
Es sabiduría. Aprendamos de esta historia
El
Gallo Vanidoso y el Silencio: En una granja rodeada de campos
dorados, vivía un gallo llamado Rufus. Era un gallo grande, con plumas
brillantes de colores intensos: rojas, naranjas y doradas. Rufus era conocido
por su impresionante cresta y su canto fuerte, pero había algo más que lo hacía
destacar: su vanidad. Cada mañana, al salir el sol, Rufus cantaba con fuerza,
asegurándose de que todo el mundo lo escuchara. Estaba convencido de que su
canto era el más hermoso y que sin él, el día no podía comenzar.
Cada
vez que lo escuchaba, el resto de los animales en la granja no podía evitar
reírse a sus espaldas. Rufus se pavoneaba por el gallinero y siempre se veía a
sí mismo en el reflejo de las charcas y en los pequeños espejos de la granja,
admirando su espléndida apariencia. Se sentía superior a las demás gallinas y
animales, pues pensaba que él era la estrella del lugar. Nunca dejaba pasar la
oportunidad de alardear sobre lo increíble que era.
Un
día, el granjero decidió organizar un concurso en la granja: quién podía cantar
más fuerte y mejor al amanecer, ganaría una gran recompensa. Rufus, lleno de
confianza en su hermoso canto, se inscribió sin pensarlo. No podía esperar para
demostrarles a todos que nadie podía igualarlo.
La
mañana del concurso, los animales se reunieron en el campo, con el granjero
observando desde su ventana. Las gallinas, el perro, el burro, y hasta el gato,
todos se alinearon, esperando su turno para cantar. Cuando fue el momento de
Rufus, el gallo se subió al árbol más alto del gallinero. Se estiró el cuello,
respiró profundamente y con toda la fuerza de su pecho, lanzó un canto poderoso
que resonó por toda la granja.
Sin
embargo, a medida que los demás animales comenzaron a cantar, Rufus notó que
algo extraño sucedía. El perro comenzó a aullar con una pasión imparable, el
burro se unió con su característico rebuzno, y el gato maulló con tal
melancolía que parecía una melodía suave. Las gallinas también cantaron, pero
de una manera armoniosa y llena de vida. A pesar de la fuerza de su canto,
Rufus se dio cuenta de que no estaba tan solo en su habilidad de cantar.
El
granjero observó con atención y luego se acercó. "No se trata de la fuerza
del canto, Rufus", le dijo con una sonrisa tranquila, "sino de la
armonía que todos podemos crear juntos". Rufus, al escuchar estas
palabras, se sintió avergonzado. Su ego había sido tan grande que no había
notado lo importante que era la colaboración de todos.
Al
final del día, Rufus aprendió que no se trataba solo de él, sino de cómo podía
contribuir a la armonía de la granja. Ya no se mostró tan vanidoso ni tan
preocupado por ser el mejor, y comenzó a disfrutar de la compañía de los demás,
entendiendo que cada animal tenía algo especial que aportar.
Querido
Jesús cuantas veces la vanidad nos ciega, pero cuando aprendemos a valorar a
los demás, podemos crear algo mucho más hermoso que cuando solo nos centramos
en nosotros mismos.
La
historia del gallo es más que una simple fábula. Nos recuerda algo crucial: no
siempre tenemos que hablar, opinar, o demostrar lo que sabemos. A veces, el
silencio es más poderoso que mil palabras. ¿Por qué sentimos la necesidad de
hablar todo el tiempo? Creemos que nuestro valor está en lo que decimos.
Pensamos que, si no opinamos, si no corregimos a otros, si no mostramos lo que
sabemos, pasaremos desapercibidos. El silencio también habla. El silencio como
forma de fe. Desde una perspectiva cristiana, el silencio es una señal de
confianza en Dios. No siempre debes defenderte o responder. A veces, Dios pelea
tus batallas en silencio. Cuando sabes que responder solo generará más
conflicto. Cuando tu opinión no ha sido solicitada. Cuando necesitas tiempo
para procesar lo que sientes. Cuando estás frente a alguien que no busca
entender, solo discutir. Jesús durante su juicio, eligió callar. No porque no
pudiera defenderse, sino porque ya sabía quién era. No necesitaba convencer a
nadie. Silencio no es cobardía, es sabiduría emocional. Aprender a callar no es
callar siempre, sino saber cuándo hablar y cuándo no. Es tener control de ti
mismo, y eso es más valioso que querer controlar a otros.