2025
MEDITACIÓN EUCARISTICA:
Creí
que ya no podía caer más bajo
Señor
Jesús iniciamos este tiempo ordinario con la fuerza de la compañía del Espíritu.
Tu nos lo mandaste para que no quedáramos solos. Guíanos tu ahora y siempre.
Escuchemos esta historia llena de sentimiento.
A
Jonás lo dejaron libre sin aviso, como quien suelta una caja vieja en medio de
la nada. Había pasado cinco años en prisión por intentar robar en una tienda
con una navaja oxidada. Tenía 20 cuando entró. Salió con 25 y el corazón
reseco, como si los años hubieran evaporado todo lo que un día soñó ser.
Nadie
lo esperó afuera. Su madre había muerto de tristeza, su hermano se cambió el
apellido, y su padre… su padre fue una sombra que nunca se quedó. Los primeros
días no durmió, solo deambuló. No sabía cómo hablar sin que lo miraran como
amenaza. Creía que ya no podía caer más bajo… hasta que se vio peleando con un
perro por un trozo de pan.
Pidió
un café en una parroquia, y un hombre con corbata le soltó sin mirarlo:
-
La cárcel es para aprender, no para mendigar.
Jonás
no dijo nada. Pero por dentro… se rompió un poco más. Porque él sí había
aprendido. Lo que no sabía era cómo volver a empezar sin que nadie le enseñara por
dónde se empieza. Una noche de lluvia se resguardó en un portal. Un hombre
mayor cosía zapatos bajo la luz de un farol. Jonás lo observó en silencio.
-
¿Tienes hambre o curiosidad? le preguntó el viejo.
-
Las dos.
-
Entonces siéntate. Aquí se come mientras se aprende.
Y
así fue. El viejo le enseñó a cambiar suelas, a coser cuero, pulir punteras y
no tener miedo de equivocarse.
-
Esto también es una forma de sanar, le decía.
Jonás
empezó a ofrecer reparaciones por las esquinas. “Zapas que vuelven a caminar”,
escribía en su cartón. Al principio solo le daban pares rotos o tenis sin
suela. Pero cada arreglo era una oportunidad.
Un
día, una mujer le llevó unas botas de marca.
-
Si me las dejas vivas, te traigo a mis amigas.
Él
no solo las dejó vivas… les dio una segunda vida. Con lo que ahorró, compró una
vieja máquina de coser. La instaló en un rincón de un almacén que le prestaron
a cambio de cuidar el lugar. Colgó un letrero con una tiza: “Aquí no se
tiran los zapatos… ni las personas.”
Un
día la máquina se le quemó. Pensó en rendirse. Pero al día siguiente, un
cliente volvió con otra, usada, y una nota que decía: “No pares. Lo haces mejor
de lo que crees.”
Hoy
Jonás tiene un pequeño taller con olor a cuero, café y esperanza. No tiene
redes, ni logos, ni fachada. Solo un banco de madera y su historia colgada en cada
costura.
A
veces, al terminar la jornada, camina hasta el callejón donde un día durmió.
Mira el suelo, suspira, y se va sin decir nada. Y pensaba: Uno no se salva
olvidando lo que vivió… se salva cuando convierte cada herida en herramienta.
Señor
Jesús este relato tiene una carga emocional profunda. Refleja el dolor
silencioso de alguien que ha atravesado una experiencia transformadora, no
necesariamente en el mejor sentido, y se encuentra atrapado en la paradoja de
haber aprendido a través del sufrimiento, pero sin herramientas para sanar o
reconstruirse.
Cuantas
veces nos sucede como Jonás que andamos por la vida caminando con las manos en
los bolsillos, como si ahí pudiéramos guardar lo que nos queda: un par de
certezas rotas, un miedo antiguo, y la sensación de que el mundo sigue girando
sin nosotros.
Seguro
Jesús que no es tristeza exactamente. Es algo más denso, más callado. Como si
el alma se nos hubiera quedado dormida en una esquina del pecho.
Nadie
nos había dicho que crecer dolía así. Ni que a veces uno se quiebra sin hacer
ruido.
Ni que hay días en que respirar se parece más a una tarea que a un acto
natural. Y, sin embargo, seguimos. No por valentía. Sino por costumbre. Te
pedimos que nunca nos desampares ni nos dejes solos. Tu sigue guiándonos y llevándonos
por el camino de la vida. Amén.