FORMACIÓN GRUPO DE LITURGIA











MINISTROS EXTRAORDINARIOS DE LA COMUNIÓN Y LECTORES

En muchas ocasiones, cuando asistimos a la misa dominical nos hemos topado con el curioso fenómeno de ver una larga fila en el momento de la comunión. Algunos laicos, hombres o mujeres, se acercan al sacerdote para ayudarlo a repartir la comunión. Nos asalta la duda: ¿quiénes serán esas personas? ¿Es correcto lo que hacen? ¿Puedo yo ayudar de la misma manera?
Esas personas son los así llamados ministros extraordinarios de la sagrada Comunión. Es un ministerio laical contemplado en la Iglesia Católica y estipulado en el Canon 230, párrafo tercero del Derecho Canónico que dice: “Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros, pueden los laicos, aunque no sean lectores ni acólitos, suplirles en algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el ministerio de la palabra, presidir las oraciones litúrgicas, administrar el bautismo y dar la sagrada Comunión según la prescripción del derecho”. Y en el canon siguiente (231) establece que para ejercer este ministerio laical se requiere de la debida formación, conciencia y generosidad.
De esta manera los laicos pueden ayudar en una forma activa a los párrocos en la distribución de la Comunión, tanto en la misa como fuera de ella.
Para la constitución de este ministerio se requiere la existencia de una necesidad dentro de la Iglesia. ¿Cuál es esa necesidad? El documento pontificio Immensae Caritatis del 23 de enero establece específicamente los casos en que la Iglesia considera que existe esa necesidad y son los siguientes:
a) Que no haya sacerdote, diácono o acólito que pueda repartir la comunión.
b) Que habiéndolos, no puedan administrar la comunión por impedírselo otro ministerio pastoral, o la falta de salud o la edad avanzada.
c) Que sean tantos fieles los que pidan la comunión que sería preciso alargar demasiado la Misa o la distribución de la comunión fuera de ella.
Para recibir este ministerio el mismo documento Immensae caritatis pide que el fiel, hombre o mujer que será instituido como ministro extraordinario de la Sagrada Comunión, deba estar adecuadamente instruido y ser recomendable por su vida, por su fe y por sus costumbres. Incluso utiliza unas palabras muy exactas sobre la idoneidad de la persona, que transcribo a continuación. “No sea elegido nadie cuya designación pudiera causar admiración a los fieles”.
Nuestra parroquia de San Antonio cuenta con un equipo de liturgia compuesto por unos 20 ministros extraordinarios de la comunión y unos 20 lectores.

Por lo que refiere al ministerio del lectorado se incluyen a continuación algunas indicaciones practicas para un buen ejercicio de este ministerio.

El ministerio del lector:

Para ser un buen lector
* El lector/lectora no es dueño de la Palabra: transmite a la comunidad la Palabra que Dios le quiere dirigir hoy y aquí;
* por tanto debe proclamarla con expresividad comunicativa, con sentido, con buen fraseo;
* con una voz suficiente y amable, con un ritmo sereno, pausado, que permita seguir sin gran esfuerzo la línea del pensamiento que se transmite;
* el lector se debe "creer" lo que esta diciendo;
* es verdad que el Espíritu actúa en cada celebración:
- el mismo que inspiró a los autores sagrados de la Biblia hace que hoy esa Palabra llegue viva y salvadora a cada comunidad;
- y el mismo que inspiró la oración poética de los primeros salmistas quiere hacer brotar desde dentro de los que rezamos o cantamos los salmos hoy;
- y hace que la Palabra escrita se convierta en Palabra viva en medio de la celebración;
* pero esto, normalmente, no sucede por milagros y carismas, sino a través del ministerio del lector:
- si el lector "funciona", entonces la Palabra "funciona", o sea, llega en buenas condiciones a los presentes, y puede producir el 60% 0 100% de fruto;
- si el que proclama un salmo delante de la comunidad lo siente como propio
y lo proclama poética y expresivamente, despacio, la comunidad podrá hacérselo suyo mientras lo va escuchando, sintonizado con sus sentimientos;
- si el lector lo hace mal, o no se le oye bien, todos tendrán mucho merito de estar allí, pero no hay la comunicación debida y la Palabra produce mucho menos efecto;
* por tanto, hay que prepararse bien la proclamación de la Palabra de Dios en la celebración y revisar de cuando en cuando como se realiza este ministerio en nuestras comunidades.


PARA SER UN BUEN LECTOR



I. Para ser un buen lector
prepara bien la lectura
y sube con compostura
desde tu asiento al ambón.

II. La Palabra que proclamas
- mensaje de salvación -
no es una palabra humana,
¡es palabra del Señor!

III. Proclama con alegría,
proclama con viva voz;
dale sentido, pon vida,
no defraudes al autor.

IV. Mira al Libro y al oyente,
Pronuncia con claridad.
No corras, que hay mucha gente,
Hay mayores y hay “tenientes” que oyen con dificultad.

V. Proclama con emoción,
Fíjate bien lo que lees,
Que se note que tú crees
Ese mensaje de amor.

Nota:

VI. Y donde dice lector
léase también lectora,
que no hay distinción ahora
en la Iglesia del Señor.
C.C.
San Lázaro del Camino (Oviedo)





La actitud espiritual de los lectores

Además de la preparación técnica, es importante para la persona que proclama una lectura bíblica su actitud interna.

Lo mas importante de la celebración no es lo que hacemos nosotros, sino lo que hace Cristo. Aquí, el se quiere dar como la Palabra salvadora de Dios; quiere ser, para estos cristianos que hoy y aquí se han congregado, su verdadero Maestro. Y para ello se sirve, entre otras personas (el comentarista, el predicador), de un lector o lectora, que será por tanto como su portavoz para la comunidad reunida.

EI motivo principal de por que un lector debe realizar bien su ministerio es que la tarea que se le ha encomendado es nada menos que ayudar a los demás a enterarse bien de lo que Dios les esta queriendo decir. El lector está en terreno sagrado: no es dueño de la palabra, no se le ha ocurrido a el, sino que debe ser un "buen conductor" de la palabra de Otro.

Si el lector lo hace expresivamente y los presentes, gracias a el, se sienten interpelados por esta Palabra, ha cumplido bien su ministerio. Durante unos minutos ha sido "la voz de Dios", identificado en cierto modo con el profeta Isaías o el apóstol Pablo o el mismo Cristo. El lector deja que suceda un misterio: el encuentro de un Dios que habla y de una comunidad que escucha.
El está a un lado, no es protagonista. Y actúa con respeto y hasta con cierto temor.

El verdadero talante espiritual le vendrá a la persona que proclama la lectura si se deja imbuir ella misma por la Palabra que proclama. Por eso la ha leído y preparado antes: para dejarse llenar de su intención y poderla transmitir con sentido expresivo a los demás.

No estaría mal que el lector, como preparación próxima a su ministerio, dijera, a modo de un particular "acto penitencial", una oración parecida a la que el Misal encomienda al sacerdote para que la diga antes del evangelio: "Purifica mi corazón y mis labios, Dios todopoderoso, para que anuncie dignamente tu Evangelio". (I.A.)
Leer y proclamar expresivamente

La comunidad que participa en la celebración litúrgica tiene derecho a que tanto las lecturas como los solos de los cantos como las oraciones, sobre todo las presidenciales, les sean proclamadas en buenas condiciones de comunicación y expresividad.

Un lector debe prepararse la lectura, conocerla bien, para poder darle la expresión adecuada.

No sólo la pronunciación debe ser clara. Además un lector debe "puntuar" bien los textos: el dialogo no es lo mismo que un relato. Lo que en el texto esta diferenciado con interrogante, o con admiraci6n, o con cursiva: todo debe tener una expresión distinta en la proclamaci6n del ante de la comunidad.

Las palabras no se agrupan indistintamente. El fraseo debe cuidarse, no haciendo pausas donde se corte el sentido. La pronunciación debe ser clara.

Las pausas deben ayudar a entender la marcha del pensamiento (es distinta la pausa de una coma, de un punto seguido, de un punto aparte). EI "sonido" llega rápido a los oídos de los que escuchan.  Pero el "sentido" de las frases tarda un poco mas, y hay que darle "tiempo" para que cale.

Hay "palabras de valor", o sea, ideas que se quieren subrayar en un párrafo.
Si leo que "Dios no sólo salvó a UN pueblo, sino a TODOS los pueblos de la tierra", mi voz debe subrayar oportunamente esa diferencia.

Un ejemplo de una puntuación diferente: no es lo mismo decir "si hubiera existido, don Bosco hubiera jugado al futbol" que decir "si hubiera existido don Bosco, hubiera jugado al futbol". En el primer caso se duda de si en tiempos de Don Bosco existía el futbol. En el segundo, de si existió Don Bosco.

También es importante el tono de voz: clara, con buen uso del micrófono, con inflexiones que ayuden a entender, con variaciones de modulación, y sobre todo con tonalidad amable, no agresiva ni hiriente.

Un sacerdote que proclama la Plegaria, o un lector que transmite a todos lo que Dios hoy les quiere decir, deben ejercitar su ministerio con seriedad, preparándose, poniendo todo el empeño para que su descuido no empobrezca a todos. De ellos depende en gran medida la participaci6n profunda y fructuosa de la comunidad en lo que se esta celebrando.


Cómo debemos leer la Palabra de Dios

Con alegría, porque la Palabra de Dios es una "buena noticia" que nosotros proclamamos.

Con fe, porque sabemos que el mensaje es de Dios y va dirigido a cada uno de nosotros.

Con espíritu de servicio, porque somos servidores de Dios y de la comunidad reunida en su nombre.

Con ilusión, poniendo todo nuestro empeño en que la palabra penetre en el corazón de los que la escuchan. Como si todo dependiera de nosotros, pero ...

Con humildad, sabiendo que sólo prestamos nuestra voz. Es el Espíritu quien de verdad actúa en los corazones de los que se abren a el.

Con técnica, porque tiene que llegar a la asamblea sin que se pierda una sílaba. Hay que darle vida y huir de la voz monocorde. Leyendo mas lentamente las frases que queramos resaltar. Debemos recordar que los espacios de silencio ayudan a interiorizar mucho mejor el mensaje.

Con profundo respeto, nuestro cuerpo, nuestro vestido, nuestros movimientos, el manejo del leccionario... nuestro sencillo recogimiento corresponde a una acción sagrada.

Con sentimiento, esto no lo da la técnica, ni los años de experiencia. Sólo lo da la meditación previa de esa palabra que proclamamos.
Nuestra labor de lectores será tanto mas fecunda cuanto mas la interioricemos, y cuanta mas convicción pongamos. Cuanto mas sinceros y naturales seamos.


Dios nos dirige la palabra a través de los lectores

Leer bien es re-crear, dar vida a un texto, dar voz a un autor. Es transmitir a la comunidad lo que Dios le quiere decir hoy, aunque el texto pertenezca a libros antiguos.

Se trata, no solo de que se escuche bien el sonido, sino de que se facilite el que todos vayan captando el sentido y el mensaje que nos viene de Dios, y se sientan movidos a responderle. El texto a veces es difícil. Las motivaciones y la preparación de los presentes no siempre están muy despiertas. Si, además, el lector cae en los conocidos defectos -precipitación, mala pronunciación, fraseo inexacto, tono desmayado, mal uso de los micrófonos- se corre el peligro de que la llamada "celebración de la Palabra" sea un momento poco menos que rutinario e inútil dentro de la misa.
Un lector tiene que ser buen "conductor" de la Palabra. Para que llegue a todos en las mejores condiciones posibles y todos puedan decir su "si" a Dios. Por esta persona la Palabra de Dios se "encama" y se hace vida. De la "escritura" pasa a ser palabra viva dicha hoy y aquí para esta comunidad. El lector o lectora, por tanto, deberá hacer todo lo que este en su mano para ser buen mediador del mensaje de Dios.

El lector es el primer oyente de la Palabra, el primero que ha de "escuchar" en su interior lo que Dios dirá -por su boca- a la asamblea.

La preparación de una lectura, por tanto, tendría que comenzar siempre con actitud de oración: esto que ahora leeré ¿que me quiere decir? ¿que mensaje me dirige Dios a través de su Palabra?

Para tener esta actitud de oración ante la Palabra de Dios, sin duda, será una ayuda que el lector "ame" la Biblia, la lea a menudo, la conozca. 

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