2025
CICLO C
TIEMPO
ORDINARIO XVIII
Este domingo XVIII del T. O. nos invita
a reflexionar sobre nuestra relación con los bienes materiales. En el Evangelio
podemos distinguir dos momentos: Una anécdota que da ocasión para
introducir el tema: El disenso entre dos hermanos por el reparto de
una herencia y la parábola del rico insensato.
La anécdota hace referencia a una
controversia por una herencia: triste situación de enfrentamiento que se repite
con frecuencia entre muchas familias. El que acude a Jesús pide su arbitraje
en la controversia. Llama “maestro” a Jesús. Probablemente lo considera como
uno de tantos rabinos, a los que, con frecuencia, se acudía, a falta de jueces,
para resolver conflictos de este tipo.
Jesús no responde directamente a la reclamación
por una herencia. Va más allá y apunta al verdadero problema: la codicia
que nos hace creer que acumular cosas nos garantiza la vida. Jesús
denuncia la actitud de los dos hermanos, que hacen de los bienes temporales lo
primordial de su vida; y ni siquiera se duda en denunciar al propio hermano. Guardaos
de toda clase de codicia.
La parábola del rico insensato
muestra a un hombre que habla solo, planea solo, vive solo. Tiene de
todo, menos relaciones reales. Nadie aparece a su lado: ni amigos, ni
familia, ni subordinados; nadie es digno de su atención o cuidado. En el centro
de su vida su único interés es la acumulación y disfrute personal de sus bienes
(Se parece al rico Gilito de Disney). Y Dios le dice: Necio, porque ha
invertido en lo que perece y olvidado lo que permanece.
Con muy pocas palabras, el rico es
presentado como un egoísta, exclusivamente preocupado sólo por sí
mismo. Con su descripción queda sugerida perfectamente una actitud que
convierte a la persona en un ser completamente solitario y aislado de los
demás.
Hoy vivimos algo similar.
Trabajamos sin pausa, acumulamos bienes, buscamos seguridad… A menudo sin
mirar a Dios ni a los demás. Este Evangelio nos sacude. La vida
no se asegura con cosas, sino con vínculos, gratuidad y amor. No
se trata de tener más. Se trata de vivir mejor. Solo lo que se entrega,
permanece. Nuestra sociedad llamada del bienestar, caracterizada por el
consumismo, con frecuencia es la única finalidad de muchos, que al mismo tiempo
han desterrado de su vida cualquier referencia a los valores trascendentes.
El rico es incapaz de considerar la
posibilidad de la muerte inminente. Se podría decir que
el afán por las riquezas le impide ver otras realidades. El afán de riquezas
ciega: no deja ver el carácter efímero de la vida, ni otros ideales ni, por
supuesto, la indigencia de personas, a las que seguramente se les podría
auxiliar con los bienes propios. No es que el evangelio desprecie los bienes
materiales; tampoco se condena la previsión que podemos hacer con prudencia
en nuestras vidas. Lo que se condena es la codicia, el afanarse por la
acumulación de bienes, que muchas veces, ni siquiera se llegan a disfrutar. La
parábola termina invitando a ser rico ante Dios y no atesorar exclusivamente
para sí.
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