sábado, 2 de agosto de 2025


 

2025 CICLO C

TIEMPO ORDINARIO XVIII

Este domingo XVIII del T. O. nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con los bienes materiales. En el Evangelio podemos distinguir dos momentos: Una anécdota que da ocasión para introducir el tema: El disenso entre dos hermanos por el reparto de una herencia y la parábola del rico insensato.

La anécdota hace referencia a una controversia por una herencia: triste situación de enfrentamiento que se repite con frecuencia entre muchas familias. El que acude a Jesús pide su arbitraje en la controversia. Llama “maestro” a Jesús. Probablemente lo considera como uno de tantos rabinos, a los que, con frecuencia, se acudía, a falta de jueces, para resolver conflictos de este tipo.

Jesús no responde directamente a la reclamación por una herencia. Va más allá y apunta al verdadero problema: la codicia que nos hace creer que acumular cosas nos garantiza la vida. Jesús denuncia la actitud de los dos hermanos, que hacen de los bienes temporales lo primordial de su vida; y ni siquiera se duda en denunciar al propio hermano. Guardaos de toda clase de codicia.

La parábola del rico insensato muestra a un hombre que habla solo, planea solo, vive solo. Tiene de todo, menos relaciones reales. Nadie aparece a su lado: ni amigos, ni familia, ni subordinados; nadie es digno de su atención o cuidado. En el centro de su vida su único interés es la acumulación y disfrute personal de sus bienes (Se parece al rico Gilito de Disney). Y Dios le dice: Necio, porque ha invertido en lo que perece y olvidado lo que permanece.

Con muy pocas palabras, el rico es presentado como un egoísta, exclusivamente preocupado sólo por sí mismo. Con su descripción queda sugerida perfectamente una actitud que convierte a la persona en un ser completamente solitario y aislado de los demás.

Hoy vivimos algo similar. Trabajamos sin pausa, acumulamos bienes, buscamos seguridad… A menudo sin mirar a Dios ni a los demás. Este Evangelio nos sacude. La vida no se asegura con cosas, sino con vínculos, gratuidad y amor. No se trata de tener más. Se trata de vivir mejor. Solo lo que se entrega, permanece. Nuestra sociedad llamada del bienestar, caracterizada por el consumismo, con frecuencia es la única finalidad de muchos, que al mismo tiempo han desterrado de su vida cualquier referencia a los valores trascendentes.

El rico es incapaz de considerar la posibilidad de la muerte inminente. Se podría decir que el afán por las riquezas le impide ver otras realidades. El afán de riquezas ciega: no deja ver el carácter efímero de la vida, ni otros ideales ni, por supuesto, la indigencia de personas, a las que seguramente se les podría auxiliar con los bienes propios. No es que el evangelio desprecie los bienes materiales; tampoco se condena la previsión que podemos hacer con prudencia en nuestras vidas. Lo que se condena es la codicia, el afanarse por la acumulación de bienes, que muchas veces, ni siquiera se llegan a disfrutar. La parábola termina invitando a ser rico ante Dios y no atesorar exclusivamente para sí.

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