miércoles, 30 de julio de 2025


 

MEDITACIÓN EUCARÍSTICA:

HELADO PARA EL ALMA

En esta tarde calurosa, en pleno verano acudimos a ti Señor Jesús porque queremos refrescar el alma junto a ti. Nos recuerda los días en los que el alma se siente como si caminara bajo un sol ardiente, sin sombra, sin pausa. Son esos momentos en que la vida pesa, el ánimo se derrite y el corazón pide un respiro. No uno cualquiera, sino uno dulce, fresco... uno que calme por dentro.

Y es entonces cuando Dios, en Su infinita ternura, nos ofrece un "helado para el alma". No siempre es visible, no siempre es tangible, pero siempre está. A veces llega en forma de una palabra justa, una canción que acaricia el recuerdo, una mirada que nos comprende sin hablar, una oración susurrada entre lágrimas.

Ese helado no quita el calor del camino, pero lo hace soportable. No borra la realidad, pero nos recuerda que no caminamos solos. Es ese instante en que el alma vuelve a respirar.

A veces, el "helado" se llama perdón. Otras veces, se llama esperanza. Y en muchos momentos, simplemente se llama fe: fe en que esto también pasará, fe en que todo tiene un propósito, fe en que Dios sigue obrando, incluso cuando el cielo parece en silencio.

Permítete saborear esos momentos. No corras tan rápido que olvides el regalo de una pausa. Mira al cielo, cierra los ojos, agradece lo poco o lo mucho. Porque en medio del desierto, el Señor es fuente de agua viva... y también, si lo necesitas, ese helado suave que calma el alma cansada. Escuchemos:

UN HELADO PARA EL ALMA: Una mama llevó a sus niños a un restaurante. El hijo, de 6 años de edad, preguntó si podía dar gracias. Cuando inclinamos nuestras cabezas él dijo:

- Dios es bueno, Dios es grande. Gracias por los alimentos, yo estaría aún más
agradecido si mamá nos diera helado a la hora del postre.  Te lo pido Jesús. Amén.

Junto con las risas de los clientes que estaban cerca, se escuchó a una señora comentar:
- Eso es lo que está mal en este país, los niños de hoy en día no saben cómo orar; pedir a Dios helado... ¡Nunca había escuchado esto antes!

Al oír esto, el niño empezó a llorar y preguntó a su mama: 

- ¿Lo hice mal?, ¿está enojado Dios conmigo?

La a mama lo abrazó y le dijo que había hecho una estupenda oración, y Dios seguramente no estaría enojado con él.

Un señor de edad se aproximó a la mesa. Guiñó su ojo a al niño y le dijo:

- Llegué a saber que Dios pensó que aquélla fue una excelente y hermosa oración.

- ¿En serio? - preguntó el niño. ¡Por supuesto!

Luego, en un susurro dramático añadió, indicando a la mujer cuyo comentario había iniciado aquel asunto:
- Muy mal, ella nunca pidió helado a Dios. Un poco de helado a veces es muy bueno para el alma.

Como era de esperar la mamá compró a sus niños helados al final de la comida. El niño se quedó mirando fijamente el suyo por un momento, y luego hizo algo que jamás olvidaremos por el resto de nuestras vidas. Tomó su helado y, sin decir una sola palabra, avanzó hasta ponerlo frente a la señora. Con una gran sonrisa le dijo:

- Tómelo, es para usted. El helado es bueno para el alma, y mi alma ya está bien.

Señor Jesús a veces, la vida nos lanza días calurosos, pesados, llenos de responsabilidades, decepciones o simplemente cansancio. Y en medio de todo ese calor emocional, ¿quién no ha sentido el deseo de algo fresco, ligero, dulce? Algo que no soluciona los problemas, pero los hace más llevaderos. Como un helado.

El helado para el alma no se vende en ninguna tienda. Se encuentra en los pequeños momentos que nos traen alivio: una risa inesperada, un abrazo sincero, una canción que nos reconecta con la esperanza, una charla con alguien que nos escucha sin juzgar. Es ese instante que no cambia las circunstancias, pero sí cambia cómo nos sentimos dentro de ellas.

Así como un helado se disfruta mejor si se toma despacio, el alivio del alma llega cuando nos damos permiso para parar, respirar y saborear lo bueno que también existe, aunque sea pequeño.

Jesús ayúdanos a buscar nuestro helado para el alma. Tal vez esté en una oración tranquila, en un café con alguien que te quiere, en mirar el cielo unos minutos o simplemente en recordarte que mereces momentos de dulzura. La vida también está hecha de ellos. Amén

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