MEDITACIÓN EUCARÍSTICA:
HELADO PARA EL
ALMA
En
esta tarde calurosa, en pleno verano acudimos a ti Señor Jesús porque queremos
refrescar el alma junto a ti. Nos recuerda los días en los que el alma se
siente como si caminara bajo un sol ardiente, sin sombra, sin pausa. Son esos
momentos en que la vida pesa, el ánimo se derrite y el corazón pide un respiro.
No uno cualquiera, sino uno dulce, fresco... uno que calme por dentro.
Y
es entonces cuando Dios, en Su infinita ternura, nos ofrece un "helado
para el alma". No siempre es visible, no siempre es tangible, pero siempre
está. A veces llega en forma de una palabra justa, una canción que acaricia el
recuerdo, una mirada que nos comprende sin hablar, una oración susurrada entre
lágrimas.
Ese
helado no quita el calor del camino, pero lo hace soportable. No borra la
realidad, pero nos recuerda que no caminamos solos. Es ese instante en que el
alma vuelve a respirar.
A
veces, el "helado" se llama perdón. Otras veces, se llama esperanza.
Y en muchos momentos, simplemente se llama fe: fe en que esto también pasará,
fe en que todo tiene un propósito, fe en que Dios sigue obrando, incluso cuando
el cielo parece en silencio.
Permítete
saborear esos momentos. No corras tan rápido que olvides el regalo de una
pausa. Mira al cielo, cierra los ojos, agradece lo poco o lo mucho. Porque en
medio del desierto, el Señor es fuente de agua viva... y también, si lo
necesitas, ese helado suave que calma el alma cansada. Escuchemos:
UN
HELADO PARA EL ALMA:
Una mama llevó a sus niños a un restaurante. El hijo, de 6 años de edad,
preguntó si podía dar gracias. Cuando inclinamos nuestras cabezas él dijo:
-
Dios es bueno, Dios es grande. Gracias por los alimentos, yo estaría aún más
agradecido si mamá nos diera helado a la hora del postre. Te lo pido Jesús. Amén.
Junto
con las risas de los clientes que estaban cerca, se escuchó a una señora
comentar:
- Eso es lo que está mal en este país, los niños de hoy en día no saben cómo
orar; pedir a Dios helado... ¡Nunca había escuchado esto antes!
Al
oír esto, el niño empezó a llorar y preguntó a su mama:
-
¿Lo hice mal?, ¿está enojado Dios conmigo?
La
a mama lo abrazó y le dijo que había hecho una estupenda oración, y Dios
seguramente no estaría enojado con él.
Un
señor de edad se aproximó a la mesa. Guiñó su ojo a al niño y le dijo:
-
Llegué a saber que Dios pensó que aquélla fue una excelente y hermosa oración.
-
¿En serio? - preguntó el niño. ¡Por supuesto!
Luego,
en un susurro dramático añadió, indicando a la mujer cuyo comentario había
iniciado aquel asunto:
- Muy mal, ella nunca pidió helado a Dios. Un poco de helado a veces es muy
bueno para el alma.
Como
era de esperar la mamá compró a sus niños helados al final de la comida. El
niño se quedó mirando fijamente el suyo por un momento, y luego hizo algo que jamás
olvidaremos por el resto de nuestras vidas. Tomó su helado y, sin decir una
sola palabra, avanzó hasta ponerlo frente a la señora. Con una gran sonrisa le
dijo:
-
Tómelo, es para usted. El helado es bueno para el alma, y mi alma ya está bien.
Señor
Jesús a veces, la vida nos lanza días calurosos, pesados, llenos de
responsabilidades, decepciones o simplemente cansancio. Y en medio de todo ese
calor emocional, ¿quién no ha sentido el deseo de algo fresco, ligero, dulce?
Algo que no soluciona los problemas, pero los hace más llevaderos. Como un
helado.
El
helado para el alma no se vende en ninguna tienda. Se encuentra en los pequeños
momentos que nos traen alivio: una risa inesperada, un abrazo sincero, una canción
que nos reconecta con la esperanza, una charla con alguien que nos escucha sin
juzgar. Es ese instante que no cambia las circunstancias, pero sí cambia cómo
nos sentimos dentro de ellas.
Así
como un helado se disfruta mejor si se toma despacio, el alivio del alma llega
cuando nos damos permiso para parar, respirar y saborear lo bueno que también
existe, aunque sea pequeño.
Jesús
ayúdanos a buscar nuestro helado para el alma. Tal vez esté en una oración
tranquila, en un café con alguien que te quiere, en mirar el cielo unos minutos
o simplemente en recordarte que mereces momentos de dulzura. La vida también
está hecha de ellos. Amén
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