2025 CICLO C TIEMPO
ORDINARIO XV
En tiempo de Jesús no había mucha
claridad y se discutía a cerca del orden o de la importancia de los
mandamientos. Jesús ante la pregunta remite a las fuentes. Hay un mandamiento
que se desdobla en dos y que resume toda la ley: no es posible amar a Dios, al
que no se ve, si no se ama al prójimo al que se ve.
El auténtico amor a Dios empuja al amor
de su imagen viva que es el hombre y hasta dar la vida por él, si fuera
necesario es la señal más auténtica y creíble del amor a Dios. El prójimo es
cualquier persona necesitada de ayuda o simplemente de compañía, solidaridad o
comprensión.
La parábola del buen samaritano hace
mucho hincapié en ese pasar de largo, que no sólo pone de relieve
nuestra insensibilidad, sino también nuestro egoísmo. Sólo un samaritano se
detuvo, a pesar de pertenecer a una población que, para los judíos, estaba
formada por impíos e incapaces de buenas acciones. Dice el evangelio que, al
verlo, se compadeció de él. Se conmovió, sintió piedad, lo que denota su
buen estado de ánimo.
Jesús invita a sus seguidores a ir más
allá siempre de la ley. En la Última Cena, da un
mandamiento nuevo: «que os améis los unos a los otros, como yo os he amado».
Cristo se convierte así en la medida del amor. Esta es la plenitud de la ley: la
misericordia está por encima del culto.
No es necesario un análisis muy profundo
para descubrir las actitudes de autodefensa, recelo y evasión que adoptamos
ante las personas que pueden turbar nuestra tranquilidad. Cuántos rodeos
para evitar a quienes nos resultan molestos o incómodos. Cómo apresuramos
el paso para no dejarnos alcanzar por quienes nos agobian con sus problemas,
penas y sinsabores. Se diría que vivimos en actitud de guardia permanente ante
quien puede amenazar nuestra felicidad. Y justificamos nuestra huida ante
personas que nos necesitan, recurriendo al estamos muy ocupados.
Qué actual es esta parábola del
samaritano en esta sociedad de hombres y mujeres que corren cada uno a sus
ocupaciones, se agitan tras sus propios intereses y gritan cada uno sus propias
reivindicaciones. Según Jesús, solo hay una manera de ser humano. Y no
es la del sacerdote o el levita, que ven al necesitado y dan un rodeo, sino la
del samaritano, que camina por la vida con los ojos y el corazón bien abiertos
para detenerse ante quien puede necesitar su ayuda.
Jesús nos llama a pasar de la hostilidad,
a la hospitalidad. Nos urge vivir de otra manera, creando en nuestra vida un
espacio más amplio para quienes nos necesitan. No podemos escondernos detrás de
nuestras ocupaciones, ni refugiarnos en hermosas teorías.
Quien ha comprendido la fraternidad
cristiana sabe que todos somos compañeros de viaje que compartimos la
misma condición de seres frágiles que nos necesitamos unos a otros. Quien vive
atento al hermano necesitado que encuentra en su camino descubre un gusto nuevo
a la vida. Según Jesús, heredará vida eterna.
Hoy como ayer, es necesario volver la
mirada al comportamiento de Jesús.
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