2025 Meditación eucarística:
El elefante sereno y el gorila irascible
Aquí
estamos Señor Jesús sacramentado, en esta tarde de verano, para acompañarte
unos momentos y aprender a dominar nuestros impulsos y sobre todo aprender a
serenar el alma.
Cuantas
veces algunas circunstancia s de la existencia nos exaltan y nos irritan de tal
manera que volcamos nuestra ira y furia hacia los demás y no conseguimos ningún
resultado. Reconocemos que la verdadera fuerza no está en imponer, gritar o
pelear, sino en dominarse a uno mismo. Vivir con serenidad y paz nuestra vida
es un don, que hay que pedir constantemente al Señor. Jesús sacramentado te
pedimos en esta tarde que sepamos dominar y controlar nuestros impulsos para
asumir tu misma docilidad. Escuchemos esta historia.
El
elefante sereno y el gorila irascible: En la selva más espesa y verde,
donde la bruma matinal se filtraba entre los árboles gigantes, vivían dos
animales conocidos por su gran fuerza: Kibo, un elefante de colmillos enormes y
pasos tranquilos, y Bantu, un gorila musculoso y de mirada intensa.
Aunque
eran vecinos, no se llevaban bien. Bantu perdía la paciencia con facilidad y
cualquier contratiempo lo hacía rugir y golpear los troncos. Kibo, en cambio,
observaba en silencio, intentando no involucrarse.
Un
día, durante una fuerte tormenta, un árbol cayó y bloqueó el paso hacia el río.
Bantu llegó primero y empezó a empujar con furia, lanzando gritos que
retumbaban como truenos, pero el árbol no se movía ni un centímetro. Su ira
crecía con cada intento fallido.
-
¡Este árbol no me vencerá!, rugía Bantu, golpeando el árbol con todas sus
fuerzas.
Kibo
llegó y se detuvo a observar. Vio el esfuerzo descontrolado de Bantu y, sin
decir nada, esperó a que el gorila se calmara. Cuando Bantu quedó exhausto,
jadeando y con los puños adoloridos, Kibo se acercó.
-
La furia solo te ciega, dijo Kibo con voz pausada. Si quieres moverlo, debemos
pensar juntos.
Usando
su fuerza combinada y un tronco como palanca, lograron apartar el árbol sin más
gritos ni golpes. El río volvió a fluir ante ellos como un regalo de paz.
Bantu
miró a Kibo con respeto y comprendió que la ira no lo hacía más fuerte, sino
más débil.
-
Gracias, Kibo, dijo con humildad. Hoy aprendí que la paciencia y la calma
pueden más que la furia.
Jesús
cuantas veces nos arrebata la ira y la furia, sin embargo, la ira nos hace
perder el control y la claridad. Aprender a dominarla nos permite enfrentar los
problemas con inteligencia, usar nuestra fuerza de forma positiva y encontrar
soluciones en lugar de destrucción.
Esta
historia que hemos escuchado, el elefante sereno y el gorila irascible,
representan dos formas de enfrentar la vida: una basada en la paz interior y
otra dominada por la ira y el orgullo. El gorila, a pesar de su fuerza, vive constantemente
alterado, reaccionando con violencia ante cualquier contratiempo. Por el
contrario, el elefante, igualmente fuerte, pero sereno, responde con paciencia,
autocontrol y compasión.
Esto
nos recuerda lo que dice la Palabra de Dios en Gálatas 5, 22-23: “El fruto del
Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre,
dominio propio...”
El
elefante refleja a alguien lleno del Espíritu Santo: firme pero pacífico,
fuerte pero manso. No reacciona por impulso, sino que actúa desde la sabiduría
y la templanza, cualidades que Dios valora más que la fuerza bruta.
El
gorila, en cambio, simboliza al ser humano que se deja llevar por sus pasiones
sin permitir que Dios transforme su corazón. Su poder exterior contrasta con su
debilidad interior.
Tú,
Señor Jesús dijiste en el Sermón del Monte: “Bienaventurados los mansos, porque
ellos heredarán la tierra.
Este
cuento nos enseña que la verdadera fuerza no está en imponer, gritar o pelear,
sino en dominarse a uno mismo, en vivir con la paz que solo Dios puede dar. Así
como el elefante, estamos llamados a ser testimonio de esa serenidad que nace
de confiar en el Señor. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario