miércoles, 16 de julio de 2025

2025 Meditación eucarística:

El elefante sereno y el gorila irascible

Aquí estamos Señor Jesús sacramentado, en esta tarde de verano, para acompañarte unos momentos y aprender a dominar nuestros impulsos y sobre todo aprender a serenar el alma.

Cuantas veces algunas circunstancia s de la existencia nos exaltan y nos irritan de tal manera que volcamos nuestra ira y furia hacia los demás y no conseguimos ningún resultado. Reconocemos que la verdadera fuerza no está en imponer, gritar o pelear, sino en dominarse a uno mismo. Vivir con serenidad y paz nuestra vida es un don, que hay que pedir constantemente al Señor. Jesús sacramentado te pedimos en esta tarde que sepamos dominar y controlar nuestros impulsos para asumir tu misma docilidad. Escuchemos esta historia.

El elefante sereno y el gorila irascible: En la selva más espesa y verde, donde la bruma matinal se filtraba entre los árboles gigantes, vivían dos animales conocidos por su gran fuerza: Kibo, un elefante de colmillos enormes y pasos tranquilos, y Bantu, un gorila musculoso y de mirada intensa.

Aunque eran vecinos, no se llevaban bien. Bantu perdía la paciencia con facilidad y cualquier contratiempo lo hacía rugir y golpear los troncos. Kibo, en cambio, observaba en silencio, intentando no involucrarse.

Un día, durante una fuerte tormenta, un árbol cayó y bloqueó el paso hacia el río. Bantu llegó primero y empezó a empujar con furia, lanzando gritos que retumbaban como truenos, pero el árbol no se movía ni un centímetro. Su ira crecía con cada intento fallido.

- ¡Este árbol no me vencerá!, rugía Bantu, golpeando el árbol con todas sus fuerzas.

Kibo llegó y se detuvo a observar. Vio el esfuerzo descontrolado de Bantu y, sin decir nada, esperó a que el gorila se calmara. Cuando Bantu quedó exhausto, jadeando y con los puños adoloridos, Kibo se acercó.

- La furia solo te ciega, dijo Kibo con voz pausada. Si quieres moverlo, debemos pensar juntos.

Usando su fuerza combinada y un tronco como palanca, lograron apartar el árbol sin más gritos ni golpes. El río volvió a fluir ante ellos como un regalo de paz.

Bantu miró a Kibo con respeto y comprendió que la ira no lo hacía más fuerte, sino más débil.

- Gracias, Kibo, dijo con humildad. Hoy aprendí que la paciencia y la calma pueden más que la furia.

 

Jesús cuantas veces nos arrebata la ira y la furia, sin embargo, la ira nos hace perder el control y la claridad. Aprender a dominarla nos permite enfrentar los problemas con inteligencia, usar nuestra fuerza de forma positiva y encontrar soluciones en lugar de destrucción.

Esta historia que hemos escuchado, el elefante sereno y el gorila irascible, representan dos formas de enfrentar la vida: una basada en la paz interior y otra dominada por la ira y el orgullo. El gorila, a pesar de su fuerza, vive constantemente alterado, reaccionando con violencia ante cualquier contratiempo. Por el contrario, el elefante, igualmente fuerte, pero sereno, responde con paciencia, autocontrol y compasión.

Esto nos recuerda lo que dice la Palabra de Dios en Gálatas 5, 22-23: “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, dominio propio...”

El elefante refleja a alguien lleno del Espíritu Santo: firme pero pacífico, fuerte pero manso. No reacciona por impulso, sino que actúa desde la sabiduría y la templanza, cualidades que Dios valora más que la fuerza bruta.

El gorila, en cambio, simboliza al ser humano que se deja llevar por sus pasiones sin permitir que Dios transforme su corazón. Su poder exterior contrasta con su debilidad interior.

Tú, Señor Jesús dijiste en el Sermón del Monte: “Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.

Este cuento nos enseña que la verdadera fuerza no está en imponer, gritar o pelear, sino en dominarse a uno mismo, en vivir con la paz que solo Dios puede dar. Así como el elefante, estamos llamados a ser testimonio de esa serenidad que nace de confiar en el Señor. Amén.

 

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