domingo, 8 de abril de 2018


LA BIENAVENTURANZA DE LA FE: 
BIENAVENTURADOS LOS QUE CREEN 
SIN HABER VISTO
 Tomas es el discípulo que pasa a la historia como el que necesita “ver- tocar -para creer”. Muchos de nosotros cuando oímos el evangelio nos puede parecer un personaje extraño: se reúne en la comunidad, participa, se expone…( se encuentran cerrados en casa, por miedo…), pero ante el testimonio de los otros discípulos que Jesús había estado en la comunidad, él les manifiesta que no cree el relato, aunque si bien en el fondo, espera que si se diera el caso de encontrarse con Él,  él constataría su fe. Nos encontramos con un  Tomás desconfiado: quería pruebas, aunque cuando está delante de Él , no llega a tocar a Jesús y es en ese preciso momento cuando pronuncia la sublime confesión de fe “Señor mío y Dios mío”. Sus manos, su costado se manifiestan como signos de amor y de victoria, prueba de pasión y de muerte, pero también de resurrección.
Bienaventurados los que creen sin haber visto, la última bienaventuranza que Jesús nos dejará, está no en el monte, sino en la comunidad de los discípulos. Y ahí es donde cada uno de nosotros nos debemos sentir al 100% representados, nosotros no le hemos visto pero creemos en Él, le percibimos, le escuchamos, Él nos habla a través de la Palabra, compartimos con Él el pan y el vino en la Eucaristía…la Buena Noticia, la hacemos vivencia de nuestra vida y la damos a conocer en nuestra forma de vivir, transmitiéndola a nuestra comunidad, a nuestra sociedad. Nosotros vemos lo que no ven nuestros ojos, pero si desde los ojos del corazón y la fe. Porque  fe es seguridad, confianza, pero también podría definirse como la constancia, la creencia  no sustentada en pruebas. El don de la fe es un don gratuito que hemos recibido de Dios, y es con la llave de la fe que abrimos el corazón y escuchamos las palpitaciones del Amor eterno.

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