LA BIENAVENTURANZA DE LA FE:
BIENAVENTURADOS LOS QUE CREEN
SIN HABER VISTO
Tomas es el discípulo
que pasa a la historia como el que necesita “ver- tocar -para creer”. Muchos de
nosotros cuando oímos el evangelio nos puede parecer un personaje extraño: se
reúne en la comunidad, participa, se expone…( se encuentran cerrados en casa,
por miedo…), pero ante el testimonio de los otros discípulos que Jesús había
estado en la comunidad, él les manifiesta que no cree el relato, aunque si bien
en el fondo, espera que si se diera el caso de encontrarse con Él, él constataría su fe. Nos encontramos con un Tomás desconfiado: quería pruebas, aunque
cuando está delante de Él , no llega a tocar a Jesús y es en ese preciso
momento cuando pronuncia la sublime confesión de fe “Señor mío y Dios mío”. Sus
manos, su costado se manifiestan como signos de amor y de victoria, prueba de
pasión y de muerte, pero también de resurrección.
Bienaventurados los que creen sin haber visto, la última
bienaventuranza que Jesús nos dejará, está no en el monte, sino en la comunidad
de los discípulos. Y ahí es donde cada uno de nosotros nos debemos sentir al
100% representados, nosotros no le hemos visto pero creemos en Él, le
percibimos, le escuchamos, Él nos habla a través de la Palabra, compartimos con
Él el pan y el vino en la Eucaristía…la Buena Noticia, la hacemos vivencia de
nuestra vida y la damos a conocer en nuestra forma de vivir, transmitiéndola a
nuestra comunidad, a nuestra sociedad. Nosotros vemos lo que no ven nuestros
ojos, pero si desde los ojos del corazón y la fe. Porque fe es seguridad, confianza, pero también
podría definirse como la constancia, la creencia no sustentada en pruebas. El don de la fe es
un don gratuito que hemos recibido de Dios, y es con la llave de la fe que
abrimos el corazón y escuchamos las palpitaciones del Amor eterno.
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