ACCIÓN DE GRACIAS
Al templo se sube para vivir
conscientemente, superación de la monotonía, ir más allá de donde estamos.
Se sube a orar, a escuchar
atentamente, a dialogar, a dejarse interpelar e interpelar a cobijarse en el
amor y a amar, a gozar en soledad de tu compañía.
A orar estamos invitados todos, aunque
sea a escondidas, tengamos costumbre o monotonía, seamos legos en esta materia o
no sea lo que se estila.
Todos, fariseos y publicanos, ricos y
pobres, sabios y torpes, agnósticos, ateos y creyentes, cristianos y no
cristianos.
Y oramos al mismo Dios, aunque no nos
pongamos de acuerdo y parezca mentira.
Al orar, hoy y siempre, lo importante
es lo que sale de dentro, y el que seamos un poco más conscientes de quién eres
tú y de quiénes somos nosotros.
Para ello, hay que desnudarse, estemos
en primera o última fila, y bañarnos en tus fuentes de agua viva que corre
gratis y ofrece vida, paz y alegría.
Pero no siempre sucede lo que
decimos, porque el quedar bien y la apariencia nos lleva al autoengaño, y las
justificaciones nos visten, nos hacen impermeables y no nos dejan exponernos,
como nos creaste, e introducirnos en tus manantiales.
¡Pero qué distinto es hacerlo cargados
o ligeros de equipaje, conscientemente o envueltos en redes, sostenidos u orgullosamente
firmes, humildemente o entronados en pedestales, seguros de nosotros mismos o
asidos a tu Espíritu, justificados o como hemos ido...como el publicano o como
el fariseo!

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