EVANGELIO Lc.15,11-33
Parábola del Hijo pródigo: Un padre tenía dos hijos. El
menor le dijo a su padre que le diera su parte de herencia. Y salió. Pasado un
tiempo pensó en volver...Su Padre lo esperaba con los brazos abiertos y le
preparó una fiesta. El hermano mayor se indignó, a lo que su Padre le dijo:
Siempre he estado contigo...
ENTRA EN TU INTERIOR
El Padre al ver al hijo “encaminarse” hacía la casa del
padre, el Padre sale a su encuentro “corriendo” con los brazos abiertos, lo
abraza, lo acoge y le ofrece todo lo necesario para volverle la dignidad
humana: le viste, le calza y le da el anillo de pertenencia a la familia.
El hermano mayor que había permanecido al lado del padre,
aunque viviendo a su lado no se había percatado que siempre había contado con
el amor todo los días. El Padre le hace ver de lo que no había sido consciente” Hijo tú, siempre estás
conmigo y todo lo mío es tuyo...”. Nosotros muchas veces no somos conscientes
del regalo cuotidiano que representa estar con el Padre, de la delicia que
representa sentirnos amados, de sentirnos en su casa, Nuestra Casa.
Muchas veces, tal vez con demasiada frecuencia somos como
hermanos mayores. Solemos rechazar, juzgar y condenar a los que creemos
pecadores. Nos sentimos orgullosos de no haber abandonado la casa del padre. El
Dios de la misericordia, no quiere excluir a nadie de su mesa, es más Jesús,
nos enseña que quiere invitar especialmente a aquellos que son excluidos de las
mesas de los hombres por su situación social, por su pobreza, por su
enfermedad... Nuestro Padre no hace distinciones de personas, ama a todos por
igual pero acoge con especial cariño a los menos amados. ¿Es nuestra actitud mayoritariamente
de hermano mayor, que rechaza y no acoge? ¿Qué hay en mí que evoque la
misericordia del Padre?
El perdón universal y gratuito que sale del corazón de un
padre es todo amor. Ser hijo no se elige es un regalo de los padres y un regalo
de Dios, Nuestro Padre. Dios sigue tendiendo constantemente su mano, su
misericordia para todos y cada uno
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