2020 MEDITACION EUCARISTICA.
ESCUCHAR PARA VER
“En aquel tiempo, mientras Jesús salía de Jericó
acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Bartimeo, un
mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de
Nazaret, se puso a gritar. ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Muchos le
increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: ¡Hijo de David, ten
compasión de mí! Jesús se paró y dijo: llamadle. Llaman al ciego diciéndole:
¡Ánimo, levántate! Te llama. Y él agarrando el manto, dio un brinco y vino
donde Jesús. Jesús dirigiéndose a él, le dijo: ¿Qué quieres que te haga? El
ciego le dijo: Rabbuni, ¡que vea! Jesús le dijo: Vete tu fe te ha salvado. Y al
instante recobró la vista y le seguía por el camino”. (Me 10, 46-52).
El
pasaje subrayaba tres pasos fundamentales para el camino de la fe:
Escuchar:
Bartimeo
está ciego y no hay quién lo escuche. Está abandonado. Clama al Maestro, pero
la gente le dice que se calle y no moleste. Jesús, en cambio se para y lo escucha.
Al contrario de lo que piensan sus discípulos, para Jesús, el grito del que
pide ayuda no es algo molesto que dificulta el camino, sino una pregunta vital.
¡Qué importante es para nosotros escuchar la vida!
Escuchar
con amor, con paciencia, como lo hace Dios con nosotros, aunque a veces seamos
repetitivos. Dios nunca se cansa, siempre se alegra cuando lo buscamos.
Hacerse prójimos:
Jesús
se encuentra con Bartimeo y le pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti? No basta
hablar, hay que hacer. Dios se implica en primera persona con un amor de predilección
por cada uno de nosotros. Así la fe brota en la vida. Si la fe se queda solo en
la doctrina, podrá llegar a la cabeza, pero nunca al corazón. La fe es vida:
vivir el amor de Dios que ha cambiado nuestra existencia. La proximidad a los
hermanos es la única puerta para transmitir el corazón de la fe.
En
Jesús de Nazaret, Dios se hizo prójimo de cada uno de nosotros. Y cuando por
amor a Él también nosotros le hacemos prójimos de los demás, nos convertimos en
portadores de nueva vida, no en maestros, sino en testigos del amor que salva.
Testimoniar:
Como
Bartimeo, son muchos los hombres que buscan la luz de la vida. Buscan un amor
verdadero. Son pocos los que interesan de verdad por ellos. No podemos esperar
a que llamen a nuestras puertas; tenemos ir donde están ellos. Jesús nos envía,
como a aquellos discípulos, para animar y levantar en su nombre.
No
se trata de adoctrinar, convencer ni ofrecer recetas fáciles. Se trata de acercarse
al que está caído, ayudarlo a levantarse para que vuelva a ver. La fe que salvó
a Bartimeo no estaba en la claridad de sus ideas sobre Dios, sino en buscarlo,
en querer encontrarlo. La fe es una cuestión de encuentro, no de teoría. En el
encuentro Jesús pasa, en el encuentro palpita el corazón de la Iglesia.
Entonces lo que será eficaz es nuestro testimonio de vida, no nuestros
sermones.
Recordemos
que Jesús no hizo ningún gesto especial para devolver la vista a Bartimeo. Todo
fue mucho más sencillo y más profundo. A aquel a quien nadie escuchaba, Jesús
se paró a escuchar. Bartimeo escuchó a Jesús y vio. No hubo nada que hiciera
que aquello pareciera un acto de magia. Hubo humanidad, hubo escucha.
Señor
Jesús en un mundo que tantas veces camina oscuras, solo hay un camino para
recobrar la vista: escuchar, escucharse mutuamente. Ayúdanos a ser escucha para
los otros y para Dios.
Y
esa es nuestra tarea: hacer que el oído y la voz amorosa de Dios llegue a todo
hombre y mujer del mundo. Seamos personas de escucha sincera y desinteresada.
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